LXIII Edición: Temporada de lluvias

Poesía e intimidad

Los sabios conocen el futuro.

Los hombres conocen las cosas del presente.

Las cosas del futuro son secreto de los dioses,

Únicos poseedores de todas las luces.

Más de lo que el futuro traiga, los sabios

Pueden conocer. Sus oídos

A veces en horas de profunda meditación

se alarman. Y de los extraños acontecimientos en marcha

perciben el sentido oculto.

Y lo escuchan piadosos. Mientras en la calle

Sordo permanece el vulgo.

Kavafis

La preocupación que gira entorno al indagar sobre la pareja, la intimidad, el amor -y una posible crítica al romanticismo- está profundamente enraizada con el desvanecimiento progresivo de encontrar en el otro el motivo que sostiene la existencia. ¿A qué me refiero con motivo de existencia? ¿Al impulso poético que provoca la compañía o a la sola presencia del ser que comparte las horas, que soporta las debilidades, que sostiene las conversaciones o que simplemente arropa en silencio?

El desgaste provocado por las formas actuales de vida (cotidiana, post industrial), sostenidas en un modelo lleno de ideales irrealizables (el amor romántico), lentamente ha minado la voluntad de los individuos hacia la búsqueda del otro como destino de creación poética y más bien ha sido la incertidumbre y el desasosiego los que han tomado la batuta para recrear profundos escenarios de desamor y soledad. Pero antes de llegar al inhóspito presente, a esta inmensa llanura, me gustaría explicar con escritura poética, lo que yo considero que es un otro como destino, o también como aliento o motivo para sostener la existencia.

Retrato de una sombra

Tus ojos, estela de luz de mis pasos;

Tu frente, surcada por el fulgor de las espadas;

Tus cejas, borde del camino de la perdición;

Tus pestañas, mensajeros de largas cartas;

Tus rizos, cuervos, cuervos, cuervos;

Tus mejillas, campo heráldico del alba;

Tus labios, huéspedes tardíos;

Tus hombros, estatua del olvido;

Tus pechos, amigos de mis serpientes;

Tus brazos, alisos a la puerta del castillo;

Tus manos, tablas de juramentos muertos;

Tus caderas, pan y esperanza;

Tu sexo, ley del incendio del bosque;

Tus muslos, alas en el abismo;

Tus rodillas, máscaras de tu orgullo;

Tus pies, campo de batalla de los pensamientos;

Tus plantas, fosas de llamas;

Tu huella, ojo de nuestro adiós.

Celan

Paul Celan recorre el paisaje de una anatomía con las simbologías y los tiempos que delatan una experiencia vivencial que solo se logra en la plenitud de la intimidad. En la protección moderna de un cuarto para dos no importa el amor o desamor, ni la futura ausencia, lo que cuenta es haber estado allí para ese otro anónimo de los demás o reconocido en la vida pública y social. Lo que realmente importa es estar ahí para él; estar ahí para ella.

Una despedida

Tarde que socavó nuestro adiós.

Tarde acerada y deleitosa y monstruosa como un ángel oscuro.

Tarde cuando vivieron nuestros labios en la desnuda intimidad de

                                                                                                                                             [los besos.

El tiempo inevitable se desbordaba

Sobre el abrazo inútil

Prodigábamos pasión juntamente, no para nosotros sino para la

                                                                                                            [soledad ya inmediata.

Nos rechazó la luz, la noche había llegado con urgencia.

Fuimos hasta la verja en esa gravedad de la sombra que ya el

                                                                                                                           [lucero alivia.

Como quien vuelve de un perdido prado yo volví de tu abrazo.

Como quien vuelve de un país de espadas yo volví de tus lágrimas.

Tarde que dura vívida como un sueño

Entre las otras tardes.

Después yo fui alcanzando rebasando

Noches y singladuras.

Borges

Borges revitaliza con esplendor un pasaje de la memoria, en donde por último instante una singular presencia abrigó una tarde de existencia juntos; la cual pudo ser la última o también, ser eterna. Estas íntimas cercanías son las que esta forma de vida totalmente agobiada y contingente arruinan. Las imposibilita de tal manera que las reflexiones metafóricas sobre los demás están llenas de desgano. Parece que hemos llegado al punto cumbre del hastío, a la insalvable situación de negar la rotunda importancia de quedar entrelazados en las miradas ajenas.

Eco

Ven a mí en el silencio de la noche profunda;

vente con el silencio que en los sueños te habla;

ven con mejillas dulces y ojos tan relucientes

cual luz sobre el arroyo;

regresa aquí llorando,

oh memoria, esperanza, amor de años marchitos.

iOh sueños, cuán dulces sois, tan dulces, tan amargos,

su despertar debiera ser en el Paraíso,

donde almas de amor plenas habitan y se encuentran;

donde ojos nostálgicos

miran la lenta puerta

que al abrir deja entrar y salir jamás deja.

Pero ven a mí en sueños, para que vivir pueda

de nuevo aún mi vida aunque helada en la muerte:

vuelve hacia mí en sueños, para que pueda darte

latidos y suspiros:

habla quedo inclinándote,

como tiempo ha, mi amor, como hace mucho tiempo.

Rossetti

Christina Rossetti y su melancólico deseo de volver, de recomponer lo perdido, aquel instante de suma calma, de profunda atención, el momento imperturbable que dirige las ansias y hace insuperable y placentero el poder de la compañía lisonjera y afinada. Nada será más grato que volver a sentir ocupados los espacios por donde íntimos se recorren los caminos de la concupiscencia, de una complicidad absoluta y secreta.

Pero expuestos los motivos sólo nos queda esta vida presente y su situación de murmurante zozobra. Esta profunda individualización, exacerbada en casi todos los aspectos de la cotidiana vida (por sobre todo en las grandes ciudades, que acumulan hoy en día la mayoría de la población mundial) que enferma indiscriminadamente a todos aquellos que por un motivo u otro han decidido alejar sus imaginarios y sus pieles de otros; al grado de desintegrar todo nivel de empatía. Entonces en esta lejanía, en esta planicie sembrada de profundo egoísmo, quedan algunos seres que resguardan sombra en solitarios árboles que se presentan como recuerdos de pequeños oasis cada vez más secos.

No queda mucho por retratar. Las nimias respuestas a esta incesante angustia apenas se están cocinando; las teorías que luchan por ser levemente escuchadas aún no convencen a un público que ya poco le gusta escuchar, que no quiere esperar y que de forma dramática parece que ya no quiere hablar. Y es ese mutismo el que interrumpe la aparición del lenguaje metafórico, de la poética que nunca defrauda cuando de resolver enigmas se trata. Entonces, ¿cómo afrontar esta situación? Paradójicamente, de forma romántica, lo único que puedo ofrecer en esta batalla que avizora una pronta y contundente derrota, es replegarse para buscar refugio en el mundo de la poesía y la intimidad. Ahí donde los seres que reflexionan hombres y mujeres se retroalimentan de las voces que, aunque encarceladas en los libros, nos proponen la siempre singular receta de ocupar nuestros sentidos en el otro. De nada sirve seguir citando y argumentado si aquel que busca respuesta no tiene un poema para afrontar su constante vigilia. Hay que recuperar el mantra poético, el erotismo y la amistad. Tal vez así sobrevivan las futuras parejas que serán los promulgadores de la historia y la filosofía, del próximo discurso sobre los horizontes y las expectativas; si es que las hay. Es menester recordar a Porfirio Barba-Jacob y su profunda Elegía:

Canción de la vida profunda

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,

como las leves briznas al viento y al azar…

Tal vez bajo otro cielo la gloria nos sonría…

La vida es clara, undívaga y abierta como un mar.

Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,

como en Abril el campo, que tiembla de pasión:

bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,

el alma está brotando florestas de ilusión.

Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,

como la entraña oscura de oscuro pedernal:

la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas,

en rútilas monedas tasando el Bien y el Mal.

Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos…

-¡niñez en el crepúsculo!  ¡laguna de zafir!-

que un verso, un trino, un monte, un pájaro

que cruza,

¡y hasta las propias penas!, nos hacen sonreír…

Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,

que nos depara en vano su carne la mujer:

tras de ceñir un talle y acariciar un seno,

la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.

Y hay días que somos tan lúgubres, tan lúgubres,

como en las noches lúgubres el llanto del pinar.

El alma gime entonces bajo el dolor del mundo,

y acaso ni Dios mismo nos puede consolar.

Mas hay también ¡oh Tierra! un día… un día… un día…

en que levamos anclas para jamás volver;

un día en que discurren vientos ineluctables…

¡Un día en que ya nadie nos puede retener!

Fotografía del autor.

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