LXIII Edición: Temporada de lluvias

El puente del jardín

Quizás el día no era tan malo. La guerra comenzaba en Europa pero en mi jardín había paz y chocolate y una calle colonial empedrada y una mujer y un puente y un hombre sentado sobre el puente con un pañuelo y perros que ladraban y una mujer sentada al lado del hombre sentado sobre el puente y niños, muchos niños que veían lo que hacían el hombre y la mujer del puente y que pensaban que ya pronto dejarían de ser niños y que los jóvenes ya no jugaban como lo hacían los niños y que –a pesar de todo— no se parecían demasiado a los que ya no eran tan jóvenes, porque los viejos no se sientan en los puentes, por lo menos no tan juntos, y porque aún no entendían qué era lo que hacía el hombre con el pañuelo frente al rostro de la mujer. Parecía que se acercaba mucho, pero cada vez que estaba a punto de tocarla veían que temblaba y los niños se paraban debajo del puente y no entendían como podían estar dos personas tanto tiempo sentadas arriba y temblando y sudando y no entendían como la mujer no le decía nada ni reaccionaba a toda la tontería que el hombre le decía al pañuelo –aunque no a ella— y cómo ninguno de los dos podía verse firmemente a los ojos y había viento y agua y noche y casi luna y lluvia y el hombre se acercaba lo suficiente a los labios de la mujer sentada sobre el puente y los niños seguían abajo pensando que quizás también que ellos algún día convencerían a sus compañeros de la escuela para salirse del salón y caminar por una calle colonial hacia el jardín y subirse al puente y la mujer volteó al fin la vista para completar la distancia entre el hombre y su rostro y los niños seguían diciendo –¿cómo podían los dos jóvenes jugar a lo que sin duda no jugaban los adultos?– y los niños decían que ese mismo afán de sentarse sobre las piedras vendría pronto en sus vidas, que sus padres les habían dicho que ellos también serían jóvenes, y que todos los viejos –en alguna época— se sentaron como ellos sobre los puentes y tenían chocolate y cabello y labios y acercaban el chocolate a sus rostros –así como al cabello y los labios– y que los niños de aquel entonces se quedaban a la vez debajo del puente porque querían ver a los jóvenes sentados. La mujer y el hombre se separaron porque alguien les dijo que no tenían que tocarse tanto, que guardaran algo para al rato, para cuando fueran adultos, para viejos, para los niños, y la mujer quedó enfadada porque el hombre cediera y se alejara, porque ella no creía en la historia de que no hay que tocarse demasiado y ella agarró ahora sus labios y los niños se fueron de abajo del puente y el hombre besó con más fuerza a la mujer y los niños se alejaron y la mujer dejó que el hombre sintiera sus dientes y los niños se cansaron de ver a los jóvenes y el hombre y la mujer se besaron.

a MB

Este texto del año 2010 fue recuperado y adaptado de las temporadas anteriores de la revista

Créditos de la fotografía: Pierre Auguste Renoir, Ein Garten in Montmartre, Public Domain: https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Pierre-Auguste_Renoir_029.jpg.

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