LXIII Edición: Temporada de lluvias

Foto: Pixabay

La cuarentena de mi padre: del complot de WhatsApp a ser un activista antivirus

Mi padre caminó hacia la entrada al escuchar que habíamos llegado. Estaba listo. 

En cuanto mi madre abrió la puerta y dio unos pasos le disparó, no una, varias veces. Desde el auto vi cómo le decía que no lo hiciera, mientras, manoteaba para hacerlo a un lado. 

No sirvió de nada. Su miedo era mayor que las quejas de ella: en un par de minutos quedó casi bañada en agua con cloro. Él le había disparado con su aspersor varias veces. No iba a permitir que en su ropa metiera el COVID-19 a la casa, nuestro refugio contra la pandemia.

Pero mi padre no fue siempre ese férreo activista antivirus. 

A mediados de marzo, mientras yo ya estaba trabajando desde casa, sin salir, viendo cómo la pandemia dejaba cientos de muertos en España e Italia, y llegó la primera muerte por COVID en el país, él seguía yendo a trabajar. 

Según sus cadenas de WhatsApp todo era una conspiración de Estados Unidos para destruir a China, pero ahora los chinos estaban (ellos sí, no como otros) ‘domando’ la curva… después de tres meses de pandemia.

Cuando cerraron todo lo no esencial decía que pa’qué, si había muy pocos casos y todos de personas que viajaron y volvieron contagiados. 

Mi madre y yo le dijimos que había que comprar básicos por si en el futuro no podíamos salir: frijol, arroz, enlatados. Sólo por si acaso. Dijo que no, que con lo que teníamos y mientras el mercado siguiera abierto compraríamos lo que fuéramos necesitando.

Qué tranquilo y relajado estaba mi padre entonces. Pero para el 14 de abril, cuando se registraron 74 muertes en un solo día y más de 5 mil casos confirmados… todo cambió.

Comenzó a ver sin falta a Hugo López-Gatell en #lanoveladelas7 y a anotar cuántos casos y muertes se registraban y las comorbilidades: diabetes e hipertensión en los primeros lugares, dos padecimientos que él conoce bien.

Entonces ya no quería que saliéramos ni a comprar la comida. ¡La gente debe quedarse en su casa! ¡Para qué salen! Bueno, bueno, salgan una vez a la semana – nos dijo – y compren muchas reservas para cuando cierre todo. 

Unos días después habló de racionar lo que teníamos o cuando decretaran la Fase 3 nos quedaríamos sin comida.

– Oye, pero en España e Italia no se quedaron sin comida.

-Racionar, dije. Que no va a haber nada abierto. (Spoiler alert: ya pasó un mes de eso y el mercado y las tiendas nunca cerraron).

Después pensó que era mejor ya no salir ni por comida. “No importa si pedimos pizza y sólo comemos eso, son unas semanas”. Un viernes pedí hamburguesas (porque oferta 2×1). 

Dos semanas después me prohibió pedir comida porque el empaque podría estar contaminado.

Estaba segura de que me pediría que envolviera la casa en plástico, pero no. Tener un aspersor con cloro y poder desinfectar todo lo que entraba lo tranquilizó.

Yo entiendo el miedo de mi padre, diabético desde hace más de 10 años y con problemas renales. Él está seguro de que si se contagia de COVID no la librará. En algún momento entre el racionar la comida y no volver a salir nos dijo dónde estaban los papeles importantes, los ahorros, los trámites que habría que hacer si se contagiaba.

Sigue viendo las conferencias, pero ahora sabe que el punto importante es quedarse en casa y salir por las compras con mucho cuidado. 

Yo trabajo todo el día en el estudio/cuarto donde hay tele con Netflix. Mis papás se entretienen en limpiar, ver la película mexicana que pasan a mediodía en un canal que no recuerdo o hacer la comida. 

En la tarde mi papá sube y vemos la conferencia de Salud a las 7 pm. Anota los números del día y luego cambia a Netflix para ver ‘El señor de los cielos’ (ya vamos en la segunda temporada), llama a mi mamá y eso hacemos en la tarde/noche.

Siempre he vivido con ellos. Soy un pajarito que a sus 35 no ha dejado el nido (pensaba que este 2020 era una buena idea hacerlo. La pandemia “hold my beer”). 

Aunque sí quisiera salir, ver a mis amigos, echar una chela, tener mi vida de antes, siempre recordaré que pasé con ellos muchas semanas y estoy segura de que en muchos, muchos, muchos años cuando ellos no estén pensaré que la cuarentena fue la época más feliz: con la comida calientita de mi madre, las ocurrencias de mi padre y las travesuras de mis cuatro gatos.

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