LXIII Edición: Temporada de lluvias

Las ideas listas y los peces pescadores

Conocí, empecé a conocer, más bien, a Noam Chomsky cuando estaba en segundo año de la carrera de Filología Hispánica. Deslumbramiento: creo no hay mejor palabra que describa lo que pensé cuando un profesor de Lingüística General nos habló de algunas de las teorías del lingüista norteamericano. Es posible que hubiera sido afortunado en este sentido. La mayoría de la gente conoce a Chomsky por sus ideas sociopolíticas antes que por sus aportaciones científicas.

Esto no es de extrañarse si uno mira los párrafos técnicos de algunos de sus trabajos:

Para resumir, hemos llegado a las siguientes conclusiones, bajo la consideración de que la huella de un nivel-cero categorial debe ser gobernada propiamante: 1. SV es un marcador alpha. 2. Solamente las categorías son marcadores- L, así que SV no es marcador-L. 3. El gobierno-alpha está restringido a la hermandad sin cualificación […]

Podría seguir por párrafos enteros, pero este no es lugar esta para hablar de entresijos técnicos. Prefiero, mejor, partir de la siguiente anécdota historiográfica: el estudio científico del lenguaje llevaba años dominado por el conductismo, corriente que estipulaba que el lenguaje debía estudiarse como un estímulo. Todo lo que quedaba fuera de la concepción objetiva del mundo no se podía estudiar, y por tanto, todo lo que se podía decir sobre el lenguaje tenía que ver con las producciones en el mundo, con el uso. Chomsky se opuso radicalmente a esta idea, arguyendo que era imprescindible tomar la representación individual y subjetiva de dichos estímulos. Lo verdaderamente interesante es estudiar esas representaciones mentales, internas; tratar, pues, de dar una explicación a lo que ocurre en nuestras cabezas cada vez que producimos una oración. Parece inevitable notar que el contraste entre una aproximación y la otra es abismal. No creo arriesgado aventurar la hipótesis de que a partir de esta premisa se abrieran para la lingüística nuevos horizontes de estudio, entre los que destacó, sobre todo, la posibilidad (y el interés) de estudiar el lenguaje como una entidad mental, como un órgano de la mente humana. Esto, por supuesto, sólo representa la punta del iceberg.

Pero vayamos por partes. Para entender esta nueva concepción se necesita, primero, entender las partes que lo integran: una estructural, gramatical; la otra, semántico, léxica. Por resumir un poco lo que esto significa: la primera es la encargada de generar las reglas de acomodo de una lengua (el hecho, por ejemplo, de que en español sea más intuitivo decir El perro duerme a decir Duerme perro el*); la segunda, en cambio, es la encargada de que la oración, El perro vuela, aunque gramaticalmente perfecta,nos parezca cómica porque los perros no suelen estar provistos de equipamiento genético para realizar tales acrobacias.

Con esta división fundamental en mente, nos podemos acercar perfectamente al contraste entre a) y b):

a) fish, fish, fish

b) fish fish fish

En a) es apreciable que la lectura arroja el siguiente resultado peces, peces, peces, mientras que en b) la lectura que se observa es los peces pescan peces. La diferencia entre una y otra tiene que ver con algunas propiedades lingüísticas esenciales de las que tampoco hablaré aquí. Lo importante es apreciar cómo si la estructura cambia, el significado también. O, dicho de otra manera: es posible notar cómo el contenido y la forma, el significante y el significado, diría Saussure, están relacionados.

En uno de sus libros más importantes para el campo (Syntactic Structures, 1957), Chomsky demuestra justamente esto. Tomemos la siguiente frase bastante conocida, sacada justamente de los primeros párrafos de este libro: “Colorless green ideas sleep furiously”. (Traduzco al español: “Las ideas verdes incoloras duermen furiosamente”). La oración será leída por un angloparlante sin detectar ningún tipo de “falla gramatical”. Lo que nuestro Shakespeare probablemente sí detectará es que el significado de la frase es raro. Suele ser inusual encontrar ideas que sean verdes, que duerman y que también lo hagan furiosamente.

En la misma línea y para seguir en el mundo platónico de las ideas, me gustaría poner otro ejemplo. Tomemos la siguiente oración, inspirada en el título de esta misma revista: “La idea es lista”. Si la analizamos, cosa a la que nos dedicamos compulsiva– e incluso patológica– mente los que estamos metidos en los derroteros del lenguaje, podemos darnos cuenta de que la oración es absolutamente lógica. Su gramática, su estructura, su arquitectura, cumplen perfectamente con los parámetros y las reglas para ser aceptada por un hablante de español. A pesar de esto, nuestro Cervantes sabe que la oración es metafórica, un divertimento, un juego semántico ingenioso: las ideas, en general, no pueden ser listas (ni tampoco verdes o incoloras); las ideas, suelen ser interesantes, curiosas, divertidas, extrañas. Este simple ejercicio de análisis sirve para ilustrar que en “el mundo del lenguaje” los elementos que se combinan entre sí suelen tener diferentes reglas, producir diferentes resultados. Hasta aquí ha resultado medianamente evidente que necesitamos de ambas cosas: de un diccionario mental y de un conjunto de reglas que hagan que podamos acomodar los elementos almacenados en ese diccionario mental. Todo este engranaje hace que nos podamos comunicar y que el lector pueda entender alguna que otra palabra de lo que se ha expuesto aquí.

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