LXIII Edición: Temporada de lluvias

De lápices y zánganos y estanques

Lector/a: este ensayo un poco abrupto

lo escribí encerrada en cuarentena.

No juzgues mis palabras sin pensar que

es cierto lo que dice el buen Thoreau:

será mejor pasar más tiempo cerca

de los cuerpos celestes, que el poeta

no hable tanto estando bajo un techo (28)

(Perdóname si hoy, Henry, no puedo

salir, si hoy los astros filtra el vidrio.)

i.

Pronto se cumplirán ya nueve años

del día en que leí el libro Walden

de Henry D. Thoreau por vez primera.

En gran medida fue determinante,

después, para estudiar literatura

inglesa. Me gustaba su gran prosa,

su estilo convincente y su amor

por la naturaleza. Y recuerdo

que ahí dejó su marca desde entonces:

el hacha se devuelve con más filo, (39)

los bueyes son más fuertes que nosotros,

con todo y que son huesos vegetales

los que cargan a cuestas la herramienta, (9)

el polvo nunca es polvo en el pasto,

es tierra, y no precisa que la limpien, (35)

fragmentos que impregnaron mi memoria,

del resto, la verdad, no me acordaba.

ii.

Después lo releí en la carrera,

habiendo ya leído a Carlos Marx.

La decepción cayó, sin más, en mí.

Son páginas y páginas de moda

para alguien que “no tiene interés

en ella”. Es Thoreau un adolescente

vestido en sus jeans contracultura,

en manta o en pana, como yo

hacía, impostando indiferencia.

Él fue lo que a nosotros Marie Kondo:

Vivamos con lo más, más necesario.

El resto es superfluo y contamina.

La vida es un texto que se edita

cincelando, al fin, toda materia.

La vida del asceta se distingue

por ser tan refinadas sus ideas

que vuelan por encima del pantano.

Bueno. Sí le concedo que exhortó

a usar, cabal, las cosas, hasta el último

respiro. Cuando ya no las queremos:

pues, dárselas al prójimo más pobre.

Y, él, después, al todavía más pobre,

¿o debería decir al más rico

de los tres, por poder vivir con menos? (22)

Si fuera yo esa pobre mentaría

madres a Henry por decirme rica

por ser precisamente la más pobre.

Y hablando de la suya: es sabido

que al oriundo de Concord, Massachusetts

los dos años que estuvo de ermitaño,

Cynthia, su madre, le lavó la ropa.

Así el defensor de autonomías.

iii.

Quizá sea de este libro la cabaña,

sí, el más emblemático elemento:

el texto se construye en torno a ella,

pero pocas personas hoy se acuerdan

de cómo la compró a una familia.

(Y Thoreau ya le había echado ojito.)

Un día, asomándose por fuera,

salió la propietaria a increparlo

y al cabo lo invitó a ver por dentro:

            había: una estufa y una cama,

            un cómodo lugar para sentarse,

            en el mismo lugar donde nació, un

            bebé, una sombrilla hecha de seda,

            un espejo enmarcado de dorado,

            y, clavado en el tronco de un buen roble,

            un molinillo de café. Es todo.

~

            Luego luego sellamos esta ganga

            (tan pronto como vino Mr. James):

            Si pago cuatro dólares ahorita,

            desalojan mañana, a las cinco

            de la mañana. A las seis, me mudo.

~

            Los vi a esa hora en el camino,

            yéndose. Y cargaban en un fardo:

            espejo, molinillo, gallo y cama,

            sus pertenencias, todas. Salvo el gato.

            No cupo. Triste, feral, nemoroso

            migró al bosque, casa nueva y fría.

            Un día, se cayó en una trampa

            para marmotas y, por fin, murió. (42)

Y no sé, yo no sé, yo no lo sé,

qué fue de ese bebé, lejos de casa,

si hallaron una nueva, menos fría,

qué fue del molinillo y del espejo,

a dónde van a dar estas familias,

si un joven entusiasta las desplaza,

con tal de pronunciarse en contra de algo,

con tal de haber vivido como ellos,

con poco, con tan poco, medio fardo.

(Ahora, esto tiene otro nombre

hoy le decimos gentrificación.)

Después nos dice Henry sin recato:

            Desarmé—esa misma madrugada—

            la choza, clavo por clavo, y luego

            llevé todos los restos al estanque

            y puse los tablones de madera

            en el pasto a blanquearse bajo el sol. (43)

Resulta insensato que un hombre

desarme una choza y arme otra

de los restos, a menos que disponga

de mucho tiempo entre las manos. (Pierdo

el mismo, construyendo argumentos

contra Thoreau para después tirarlos.)

iv.

Lector/a, la verdad, cuando leí

Walden una tercera vez, toqué

rincones que habité hace muchos años.

Ahora veo el libro con ternura.

Por él y por mí misma hace tanto,

por esos lazos blandos que nos unen:

la búsqueda de sombras arboladas,

el gozo del olor a nueva lluvia,

la dosis de puntual misantropía.

~

Admiro de Thoreau cómo llevó

registro minucioso de las cosas,

cada una. La pérdida del techo

ígneo, caducifolio. El gorrión

y su canto de escoplo para inviernos.

El arreglo exacto de las piedras;

del sol, incluso el ángulo; del copo

sus hojas delicadas de cristales.

Del polen su sulfúrica llovizna,

polvo de oro que tamiza el aire.

Labró con diligencia el calendario,

cada fecha, centímetro y centavo.

Ni modo: hay estrellas en la noche.

v.

No les voy a decir que no escribió

cosas controvertidas, como ésta:

            los pobres son tan pobres porque quieren. (69)

o

            no hay buen consejo que provenga de

            los viejos, pues sus vidas gran fracaso

            miserable han sido, en la práctica.

            Si treinta años son los que he vivido

            en la tierra, jamás he escuchado

            ni la primera sílaba de un buen

            consejo provechoso de un mayor. (9)

Me veo en este espejo a mí misma

diciendo que en Thoreau no hay nada bueno

colmada de soberbia algún semestre

cantando en los pasillos de “la fac”.

vi

Pero también he escarbado otros

fragmentos que prometen ser más fértiles,

incluso donde no se esperaría.

Es más, con su trabajo evidenció

cuán poca energía se precisa

para sobrevivir. Hizo más fácil

medir la brecha con la tasa de

ganancia. Y quizá hasta inspiraron

sus cálculos a Marx. Si bien sostengo

que son en lo más hondo tan opuestos,

hay puntos que convergen entre ellos.

Thoreau condena la filantropía:

            La sociedad sólo recobra un

            décimo de toda propiedad.

            ¿Se debe a la generosidad

            de aquellos que poseen la propiedad

            o a la negligencia oficial

            de quienes “aseguran” la justicia? (73)

Verdades arropadas en preguntas;

preguntas que perforan, como dardos.

vii

En la lista de cosas necesarias

Thoreau traspapeló su herramienta:

quizá consideraba que su lápiz,

la prótesis de palo de Vidriera,

no era más que el onceavo de sus dedos.

Y es curioso quizá porque —él mismo—

tenía una fábrica de este

objeto (un negocio familiar).

Él revolucionó esta industria.

Thoreau mezcló carbono con arcilla,

logrando adulterar y para siempre,

las almas platinadas de los lápices.

viii

Y es lógico que escriba de este libro,

la oda más enorme al solitario

de espíritu, en tiempos como éste.

Me ennerva, hoy, quien pudo haber salido

y optó por el limo de su mente.

Una gota de agua en el aceite,

quien pudo haber envuelto a su madre

(no verla a través de una pantalla)

y optó por traficarle trapos sucios,

(subrepticio que olvida mencionarlo

en el curso prolijo de sus diarios).

~

Pero aún tiene mucho que enseñar

su anécdota en esta cuarentena:

            Aprendí que a veces la más la más tierna,

            dulce y alentadora sociedad

            la puede encontrar en los objetos

            naturales, incluso el más misántropo. (127)

Si tan sólo pudiera adentrarme

en selvas, bosques, tundras o estanques

ahí esquilmaría soledades

que crecen como canas y raíces.

Me amueblan pocas cosas. Preferible:

buscar, advenediza, en los cajones

y hallar esos objetos que me templan.

La lluvia cuando cala sin anuncio.

La leche que hace flores en el té.

Aferrarse a las cosas más insólitas:

las pecas de los plátanos, las lámparas,

la sal, el hielo, el cambio de las sábanas,

la flama azul cerúleo de la hornilla,

el sonido laqueado de los lápices,

de cuya marca táctil en las tildes,

(llovizna de grafito) hoy se empapan

mis oídos.

Dejar para después

placeres más gregarios, el calor de

romperse en un pájaro de aplauso

que crece y después se difumina,

la curva, esa exacta e inaudita,

arco y trama, historia y despedida:

trazo de mi desprecio hacia un libro.

ix

Lector/a, si te gana la impaciencia

tampoco recomiendo que lo leas,

deambula por sus páginas si puedes.

O piérdete en el bosque de un buen lápiz

devuélvele su cúspide de tinta

su polen de astillas platinadas

en flores quebradizas de madera

que tiñen todo el aire de su atmósfera.

De Walden recomiendo algunas frases:

el hacha se devuelve con más filo, (39)

los bueyes son más fuertes que nosotros,

con todo y que son huesos vegetales

los que cargan a cuestas la herramienta, (9)

el polvo nunca es polvo en el pasto,

es tierra, y no precisa que la limpien, (35)

El tiempo: no conoce simetría.

x

Difícil es ceñirse a un solo tema

en jaulas de silencios y de acentos:

confina el crecimiento de las tesis,

taja el marzo mismo de la idea.

No sé si habrá valido un día la pena

decir que ya no creo en la autonomía

o armar una morada de argumentos

de piezas y retazos desolados.

Crecer es matizar lo matizable

y, cuando no, reconocer que, a veces:

            Aquello que repite todo el mundo

            o deja que trasmine en silencio

            y acepta cual verdad, mañana puede

            resultar ser tan falso como un humo

            de opinión, la señal en la que habían

            confiado muchos creyendo sería

            la nube que podría regar sus campos. (7)

Hay cosas cuyo fuego nos escapa:

Autores que creíamos ser nubes

y crecen sus columnas marmoleadas

en huecas humaredas de grafito.

Tampoco es remedio ir a borrarlas.

Así es el pasado, ya se barre,

ya tizna la pisada de la mano.

~

No sé si habrá valido un día la pena

haber escrito tanto endecasílabo

haber vertido vino en odres viejos

de piel acartonada y escandida.

(El vino en realidad no es tan nuevo:

al pie hay bibliografía complementaria.)

~

Así se pasa el tiempo en cuarentena:

al tiempo acomodando en moldes vanos,

armando y desarmando una cabaña,

palpando la caricia maderera,

hallando, en los lápices, estanques,

llenando los segundos de otras sílabas.

Ya quiero que termine este encierro:

nadar de nueva cuenta en verso libre.

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