De lápices y zánganos y estanques
II Edición11 de mayo de 2020Lector/a: este ensayo un poco abrupto
lo escribí encerrada en cuarentena.
No juzgues mis palabras sin pensar que
es cierto lo que dice el buen Thoreau:
será mejor pasar más tiempo cerca
de los cuerpos celestes, que el poeta
no hable tanto estando bajo un techo (28)
(Perdóname si hoy, Henry, no puedo
salir, si hoy los astros filtra el vidrio.)
i.
Pronto se cumplirán ya nueve años
del día en que leí el libro Walden
de Henry D. Thoreau por vez primera.
En gran medida fue determinante,
después, para estudiar literatura
inglesa. Me gustaba su gran prosa,
su estilo convincente y su amor
por la naturaleza. Y recuerdo
que ahí dejó su marca desde entonces:
el hacha se devuelve con más filo, (39)
los bueyes son más fuertes que nosotros,
con todo y que son huesos vegetales
los que cargan a cuestas la herramienta, (9)
el polvo nunca es polvo en el pasto,
es tierra, y no precisa que la limpien, (35)
fragmentos que impregnaron mi memoria,
del resto, la verdad, no me acordaba.
ii.
Después lo releí en la carrera,
habiendo ya leído a Carlos Marx.
La decepción cayó, sin más, en mí.
Son páginas y páginas de moda
para alguien que “no tiene interés
en ella”. Es Thoreau un adolescente
vestido en sus jeans contracultura,
en manta o en pana, como yo
hacía, impostando indiferencia.
Él fue lo que a nosotros Marie Kondo:
Vivamos con lo más, más necesario.
El resto es superfluo y contamina.
La vida es un texto que se edita
cincelando, al fin, toda materia.
La vida del asceta se distingue
por ser tan refinadas sus ideas
que vuelan por encima del pantano.
Bueno. Sí le concedo que exhortó
a usar, cabal, las cosas, hasta el último
respiro. Cuando ya no las queremos:
pues, dárselas al prójimo más pobre.
Y, él, después, al todavía más pobre,
¿o debería decir al más rico
de los tres, por poder vivir con menos? (22)
Si fuera yo esa pobre mentaría
madres a Henry por decirme rica
por ser precisamente la más pobre.
Y hablando de la suya: es sabido
que al oriundo de Concord, Massachusetts
los dos años que estuvo de ermitaño,
Cynthia, su madre, le lavó la ropa.
Así el defensor de autonomías.
iii.
Quizá sea de este libro la cabaña,
sí, el más emblemático elemento:
el texto se construye en torno a ella,
pero pocas personas hoy se acuerdan
de cómo la compró a una familia.
(Y Thoreau ya le había echado ojito.)
Un día, asomándose por fuera,
salió la propietaria a increparlo
y al cabo lo invitó a ver por dentro:
había: una estufa y una cama,
un cómodo lugar para sentarse,
en el mismo lugar donde nació, un
bebé, una sombrilla hecha de seda,
un espejo enmarcado de dorado,
y, clavado en el tronco de un buen roble,
un molinillo de café. Es todo.
~
Luego luego sellamos esta ganga
(tan pronto como vino Mr. James):
Si pago cuatro dólares ahorita,
desalojan mañana, a las cinco
de la mañana. A las seis, me mudo.
~
Los vi a esa hora en el camino,
yéndose. Y cargaban en un fardo:
espejo, molinillo, gallo y cama,
sus pertenencias, todas. Salvo el gato.
No cupo. Triste, feral, nemoroso
migró al bosque, casa nueva y fría.
Un día, se cayó en una trampa
para marmotas y, por fin, murió. (42)
Y no sé, yo no sé, yo no lo sé,
qué fue de ese bebé, lejos de casa,
si hallaron una nueva, menos fría,
qué fue del molinillo y del espejo,
a dónde van a dar estas familias,
si un joven entusiasta las desplaza,
con tal de pronunciarse en contra de algo,
con tal de haber vivido como ellos,
con poco, con tan poco, medio fardo.
(Ahora, esto tiene otro nombre
hoy le decimos gentrificación.)
Después nos dice Henry sin recato:
Desarmé—esa misma madrugada—
la choza, clavo por clavo, y luego
llevé todos los restos al estanque
y puse los tablones de madera
en el pasto a blanquearse bajo el sol. (43)
Resulta insensato que un hombre
desarme una choza y arme otra
de los restos, a menos que disponga
de mucho tiempo entre las manos. (Pierdo
el mismo, construyendo argumentos
contra Thoreau para después tirarlos.)
iv.
Lector/a, la verdad, cuando leí
Walden una tercera vez, toqué
rincones que habité hace muchos años.
Ahora veo el libro con ternura.
Por él y por mí misma hace tanto,
por esos lazos blandos que nos unen:
la búsqueda de sombras arboladas,
el gozo del olor a nueva lluvia,
la dosis de puntual misantropía.
~
Admiro de Thoreau cómo llevó
registro minucioso de las cosas,
cada una. La pérdida del techo
ígneo, caducifolio. El gorrión
y su canto de escoplo para inviernos.
El arreglo exacto de las piedras;
del sol, incluso el ángulo; del copo
sus hojas delicadas de cristales.
Del polen su sulfúrica llovizna,
polvo de oro que tamiza el aire.
Labró con diligencia el calendario,
cada fecha, centímetro y centavo.
Ni modo: hay estrellas en la noche.
v.
No les voy a decir que no escribió
cosas controvertidas, como ésta:
los pobres son tan pobres porque quieren. (69)
o
no hay buen consejo que provenga de
los viejos, pues sus vidas gran fracaso
miserable han sido, en la práctica.
Si treinta años son los que he vivido
en la tierra, jamás he escuchado
ni la primera sílaba de un buen
consejo provechoso de un mayor. (9)
Me veo en este espejo a mí misma
diciendo que en Thoreau no hay nada bueno
colmada de soberbia algún semestre
cantando en los pasillos de “la fac”.
vi
Pero también he escarbado otros
fragmentos que prometen ser más fértiles,
incluso donde no se esperaría.
Es más, con su trabajo evidenció
cuán poca energía se precisa
para sobrevivir. Hizo más fácil
medir la brecha con la tasa de
ganancia. Y quizá hasta inspiraron
sus cálculos a Marx. Si bien sostengo
que son en lo más hondo tan opuestos,
hay puntos que convergen entre ellos.
Thoreau condena la filantropía:
La sociedad sólo recobra un
décimo de toda propiedad.
¿Se debe a la generosidad
de aquellos que poseen la propiedad
o a la negligencia oficial
de quienes “aseguran” la justicia? (73)
Verdades arropadas en preguntas;
preguntas que perforan, como dardos.
vii
En la lista de cosas necesarias
Thoreau traspapeló su herramienta:
quizá consideraba que su lápiz,
la prótesis de palo de Vidriera,
no era más que el onceavo de sus dedos.
Y es curioso quizá porque —él mismo—
tenía una fábrica de este
objeto (un negocio familiar).
Él revolucionó esta industria.
Thoreau mezcló carbono con arcilla,
logrando adulterar y para siempre,
las almas platinadas de los lápices.
viii
Y es lógico que escriba de este libro,
la oda más enorme al solitario
de espíritu, en tiempos como éste.
Me ennerva, hoy, quien pudo haber salido
y optó por el limo de su mente.
Una gota de agua en el aceite,
quien pudo haber envuelto a su madre
(no verla a través de una pantalla)
y optó por traficarle trapos sucios,
(subrepticio que olvida mencionarlo
en el curso prolijo de sus diarios).
~
Pero aún tiene mucho que enseñar
su anécdota en esta cuarentena:
Aprendí que a veces la más la más tierna,
dulce y alentadora sociedad
la puede encontrar en los objetos
naturales, incluso el más misántropo. (127)
Si tan sólo pudiera adentrarme
en selvas, bosques, tundras o estanques
ahí esquilmaría soledades
que crecen como canas y raíces.
Me amueblan pocas cosas. Preferible:
buscar, advenediza, en los cajones
y hallar esos objetos que me templan.
La lluvia cuando cala sin anuncio.
La leche que hace flores en el té.
Aferrarse a las cosas más insólitas:
las pecas de los plátanos, las lámparas,
la sal, el hielo, el cambio de las sábanas,
la flama azul cerúleo de la hornilla,
el sonido laqueado de los lápices,
de cuya marca táctil en las tildes,
(llovizna de grafito) hoy se empapan
mis oídos.
Dejar para después
placeres más gregarios, el calor de
romperse en un pájaro de aplauso
que crece y después se difumina,
la curva, esa exacta e inaudita,
arco y trama, historia y despedida:
trazo de mi desprecio hacia un libro.
ix
Lector/a, si te gana la impaciencia
tampoco recomiendo que lo leas,
deambula por sus páginas si puedes.
O piérdete en el bosque de un buen lápiz
devuélvele su cúspide de tinta
su polen de astillas platinadas
en flores quebradizas de madera
que tiñen todo el aire de su atmósfera.
De Walden recomiendo algunas frases:
el hacha se devuelve con más filo, (39)
los bueyes son más fuertes que nosotros,
con todo y que son huesos vegetales
los que cargan a cuestas la herramienta, (9)
el polvo nunca es polvo en el pasto,
es tierra, y no precisa que la limpien, (35)
El tiempo: no conoce simetría.
x
Difícil es ceñirse a un solo tema
en jaulas de silencios y de acentos:
confina el crecimiento de las tesis,
taja el marzo mismo de la idea.
No sé si habrá valido un día la pena
decir que ya no creo en la autonomía
o armar una morada de argumentos
de piezas y retazos desolados.
Crecer es matizar lo matizable
y, cuando no, reconocer que, a veces:
Aquello que repite todo el mundo
o deja que trasmine en silencio
y acepta cual verdad, mañana puede
resultar ser tan falso como un humo
de opinión, la señal en la que habían
confiado muchos creyendo sería
la nube que podría regar sus campos. (7)
Hay cosas cuyo fuego nos escapa:
Autores que creíamos ser nubes
y crecen sus columnas marmoleadas
en huecas humaredas de grafito.
Tampoco es remedio ir a borrarlas.
Así es el pasado, ya se barre,
ya tizna la pisada de la mano.
~
No sé si habrá valido un día la pena
haber escrito tanto endecasílabo
haber vertido vino en odres viejos
de piel acartonada y escandida.
(El vino en realidad no es tan nuevo:
al pie hay bibliografía complementaria.)
~
Así se pasa el tiempo en cuarentena:
al tiempo acomodando en moldes vanos,
armando y desarmando una cabaña,
palpando la caricia maderera,
hallando, en los lápices, estanques,
llenando los segundos de otras sílabas.
Ya quiero que termine este encierro:
nadar de nueva cuenta en verso libre.
(Ciudad de México, 1994). Estudió Letras Inglesas en la UNAM. Sus textos y traducciones han aparecido en Argonauta, The Ekphrastic Review, La Revista de la Universidad y JohnBanville.eu.
Hoy estaba en el bosque con un amigo que lleva muchos años secretando tinta en hojas de múltiples colores y me habló de Thoureau (en específico de Walden), ahora leo tu evocación y la veo como una señal para leerlo, porque nunca he recorrido sus letras. Gracias por tan hermosa evocación
Gracias por escribir esto en la cuarentena.
¡Gracias por leerlo!
Semejante camino ha transitado
mi relación con y apreciación de
este clásico histórico,
aun cuando mucho aquí he aprendido
boquiabierto,
y reiterado que todo es siempre
más complejo de lo que aparenta.
Y creo que por suerte todavía
nos queda más camino con Thoreau.
Veamos qué disponen esas sendas.
¡Me alegra que lo haya disfrutado!