Cubrir los cerros de café
I Edición (Nueva Temporada)26 de abril de 2020Quería cubrir los cerros de café. Decían que en los trópicos crecían los cafetos y aquí, en el lugar en que vivo, es trópico. 23 grados, 26 minutos, 14 segundos arriba del Ecuador, ahí se acaba la zona y yo estoy en los 19 grados y unos minutos. Ni siquiera me pueden decir que estoy en el borde y que la línea es imprecisa y que ya no llega el sol bien. No hay indefinición. Aquí es trópico, pero nací en las montañas altas y, aunque a veces fantaseo que están llenas de barrancas y laderas escarpadas en las que crecería con facilidad el café, la verdad es que aquí lo que tengo es un lugar bastante plano con cerros pequeños en diferentes lados –talados y polvosos– en los que las personas han puesto cruces en las cimas y alguno que otro altar a manera de ofrenda con el deseo de motivar a las nubes para que llueva mejor. De las montañas nace el agua, ¿o qué? ¿los ríos vienen del mar? Entonces si tengo sol, montañas, agua y trópico, ¿por qué no los puedo cubrir de café?
En general tomo el grano molido de una bolsa y lo coloco en la cafetera, después le paso el agua caliente a presión y le agrego espuma de leche. Casi como un ritual. El paso siguiente es verter el contenido en una taza, quito el filtro de la máquina y vacío el contenido utilizado sobre una maceta. Además de crecer cafetos dicen que también el grano fertiliza lo que está plantado, así que cuando no le cabe más al recipiente, tomo el excedente y lo llevo a la jardinera frente a la casa o lo guardo en una bolsa que amarro en la parte exterior de mi mochila y lo cargo conmigo hasta encontrar una jardinera decadente, un árbol que aparente plaga o alguna hortaliza de un vecino sembrada junto a la banqueta y que notoriamente esté desangelada y predestinada al fracaso por la orina de los perros. Es mi acción bondadosa del día: entregar el café molido y usado a la vegetación necesitada. También siento que es un buen manejo de residuos porque las personas que viven en mi casa se molestan si lo aviento al drenaje. Dicen qué el café no crece en las tuberías. Con tantos granos que he repartido ya sería momento para que no sólo los cerros si no también los viaductos y las estaciones de metro tuvieran unas cuantas matas de café creciendo a su sombra.
He tenido persistencia pero aún así no he visto los resultados de mi altruismo floral, los cerros tienen menos árboles y en las banquetas rotas crecen pasto, hongos, dientes de león y mosquitos, pero no café, ni siquiera cuando llueve. La agricultura es de paciencia, me lo han repetido varias veces las personas que se dedican con seriedad a ella. Tal vez los cerros alrededor de la ciudad no se llenan de café, pero sí de maíz, por lo menos en los cuatro meses de temporal. Y eso que hay años que ni eso crece porque los que cultivan agarran un calendario y escogen al azar una fecha para echar la semilla. Si la echo hoy, llueve un día, luego no por quince y no crece. La echo en dos semanas, empieza a crecer, llueve de más, no alcanza la altura suficiente y se pudre. O bueno, está también la estrategia de los que siempre van a la segura y no echan la semilla hasta el momento en que está lloviendo bien y el suelo está drenando. Lo que crezca es bueno –dicen— porque si se está de malas se va rápido la temporada o se malogra. Así es la suerte del prudente: cuando parece que viene lo bueno, todo se acaba. El agricultor malaventurado entonces le pide al del terreno vecino que le regale unos costales de mazorcas frescas y corta los troncos que se le dieron a medias y se los da de consuelo a las vacas o los deja en su lugar para hacer fogatas o incendios. En cualquier caso, algo deja la agricultura. Mantengo mi devoción, la he estado observando e invocando por algunos años pero aún no logró que los cerros se cubran de café.
Tal vez debería ser un poco más radical y aplicar la de los campesinos de antaño en el centro del país. Llevar hasta la cima del cerro un cuerpo humano y realizar un sacrificio. De perdida llovería de más y se limpiaría bien la ciudad dejando las banquetas ahora sí bien destruidas, aradas y azolvadas para que se puedan observar los surcos barbechados y con tierra suave para aventar las semillas y esperar –desde una posición de comodidad en las alturas— a que el trópico haga lo suyo.
A pesar de estos años de investigación y de seguir firme en mi convicción de no mudarme a las zonas extratropicales, que no batallan con estas ideas y se resignan a que les llevan el café por barco, los cerros continúan secos la mayor parte del año y con círculos de maleza entre los maizales cuando llueve. Los amigos más realistas dicen que deje de soñar, que me equivoqué de altura y que aquí, en el Altiplano Central, está muy feo para la planta, además que no llueve tanto y a la población en general le da lo mismo si crece o no. Qué el obsesionado soy yo, dicen una y otra vez, y no los escucho. Quiero hacer crecer cafetos en los cerros y ayudarle al trópico, pero la tarea se complica. Aún así he continuado negándome a las peticiones de algunos cercanos para que cultive un producto local como es el caso del polvo, aunque coincido que al menos así tendría algo sobre mis manos, un fruto de mi trabajo.
*Créditos imagen: Cándido Portinari, O lavrador de café, MASP Acervo Museu de Arte de São Paulo Assis Chateaubriand, MASP.00519, fotografía de João Musa /WikiArt (Fair Use)
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