Lunes de carnaval
LXIII Edición21 de abril de 2024Me acercaba semanalmente al muelle para ver a aquella gente dispuesta a internarse en el continente. ¿Pero qué necesidad? Después del trayecto por el mar, ¿seguirle todavía sierra arriba con los caballos? Está bien que algunos pasajeros llegaban iluminados por el Océano y descendían santificados. Y sí, es lo menos de esperar después de tres semanas vomitando. Pero un poco de paz no hace daño, además allá –de donde venían— también había montañas. Insisto, ¿de dónde venía la prisa? Apenas se estaban acostumbrando al mar y ya se querían subir de nuevo. Supongo que así son los llamados divinos. Está bien que con el agua uno se ponga nostálgico, pero no hay que exagerar. Confirmo que del mar uno sale desquiciado.
También me interesaba escuchar las noticias y las profecías, porque –por supuesto— en los barcos vivían de información vieja y espejismos. Nuevas personas, revolucionadas por la marea, pero con ideas caducas. En mar adentro, la embarcación se convierte en una República por sí misma, nadie llega, nadie sale. Se vive con lo que se tiene y de los encierros a veces sale algo interesante, alguna cura milagro para las enfermedades tropicales, un cambio de lealtad o avances de experimentos que ya venían en gestación desde la costa del otro continente.
Y, por último, descendidas las personas y la mercancía, esperaba los rumores. Aquellos recados de personas que no venían en el barco pero que mandaban decir a los de esta orilla a través de terceros. No era difícil convencer a los demás que los males venían de fuera y que los marineros no eran más que sus mensajeros. Finalmente, alguna peste siempre se quería escapar de las otras costas y encontrar refugio en nuevo puerto. Lástima que, entre tantas visitas al muelle, nunca me enteré de lo que pasaría en aquel lunes de Carnaval. Me echarían unas balas y el periódico del martes sólo daría mi muerte como noticia secundaria. Mientras que en Europa comenzaba la guerra y un general disidente tomaba Málaga, en este lado del Océano recibía tres balazos para después anunciar, con el último aliento y –por supuesto— con un poco de solemnidad: me mataron. Que otros hijos de inmigrantes fueran los descendientes excepcionales, yo permanecería en el grupo de los comunes.
Créditos de la imagen: Jonathan Clark, Pexel
Adrián Hernández Santisteban
Letras tropicales
Editor de La idea lista
Estimado Zaforastel,
Leo tu narración y pienso que es obra del destino. Por las noches, antes de dormir y aveces por las tardes, leo el cuento de la difunta Alice Munro, La Vista desde Castle Rock. No te lo voy a spoilear pero me has hecho sumergirme mas en esa idea de un viaje transatlántico en épocas en donde solo los mas fuertes sobrevivían y como ahora ya no pretendo viajar a Europa hasta que se desarrolle la tecnología de vuelos supersónicos y en lugar de 12 horas de vuelo, sean 4.
Saludos cordiales,
Belerio
Estoy empezando a leer “Querelle de Brest” de Jean Genet y así inicia: ” La idea de muerte evoca frecuentemete la idea de mar y de marinos. Mar y merinos no aparecen con la precisión de una imagen, la muerte más bien hace que la emoción nos invada por oleadas. Que los puertos son el escenario repetido de crímenes es una afirmación tan obvia que no la abordaremos. Pero sin innumerables las crónicas en las que el asesino es un navegante, falso o verdadero, y aún si fuera falso, más estrechas serían sus relaciones con el mar.”