LXIII Edición: Temporada de lluvias

Cerros verdes

Había subido varias veces ese cerro. El camino seguía pavimentado, bien señalado y bastante urbanizado. Por momentos requería un poco más de esfuerzo, aunque no demasiado. Casi en la cima se llega a unas escaleras que llevan a una plataforma en la que está un soporte para colocar una cruz. Allá arriba nada ha cambiado, ningún sobresalto. En fin de semana hay vendedores de helado y de agua y algunos pinos falsos. Si se busca una sombra, se baja la mochila al suelo, se extienden las piernas y se pueden tomar quince minutos de siesta, tal vez un poco más, pero las piedras se entierran en las nalgas. Así que llamarle Calvario y el camino al fin del mundo me parece bastante sobre dimensionado. Colocaron las catorce estaciones del via crucis sólo al principio de la subida, tal vez quisieron repartirlas por toda la ladera pero entendieron que subir no era para todos. Andar empujando personas hasta arriba es otro tipo de deporte, si se va a celebrar la Pasión, al menos facilitarían las cosas. No sólo era el esfuerzo físico, también conectar la electricidad, el sonido, la representación de las legiones romanas, los arcos florales. Hubo discusión entre si colocar o no una etapa número quince para la resurrección. Al final dejaron una lámina blanca y brillosa para reflejar la luz del sol. Qué cada uno interprete el significado, pero eso sí, el Domingo de Ramos sube una cuadrilla a pintar y rasparle el graffiti. Ya si alguien tiene el derecho de regresar desde los muertos otra vez, y con terquedad, que encuentre el sitio limpio.

Lo matamos todos los viernes y para el domingo ya está de vuelta, como los cerros que cambian de colores secos a verdes, año con año. Uno escoge el tamaño de su cruz, decía el padre, y cuánto tiempo la carga. Vaya filosofía, mientras sigo viendo desde el sillón de la sala como una lagartija intenta subir una pared de 90° sin impulso. Brinca varias veces y aterriza en el mismo sitio. Cada uno escoge el tamaño de su cruz, pensé, pero tal vez puedo tomarla por debajo y lanzarla al otro lado de la barda. Aterrizaría sobre el jardín.

No sólo los vertebrados menores son tercos. Los domingos subo hacia la capilla del Cerro de San Miguel con media botella de agua. No debería demorar más de 45 minutos, pero después de tres kilómetros, en trote y de subida, al mediodía y con el agua caliente, cualquier camino se convierte en penitencia y eso que ni siquiera alcanzo la parte más alta. Subir cerros es así, decidir cargar una cruz hasta la cima sólo por diversión. Casi nunca me quedo a la mitad, llego al destino, tengo mi crucifixión y el domingo ya estoy de regreso. Sólo que a mí no me colocan arreglos de flores, termino sentado sobre una piedra, con los pies sudados, descalzo y con polvo, quitándole espinas y piedras al calcetín.

A medio camino no hay cómo detenerse, se acaba la sombra muy pronto. Convertido uno en peregrino, terminar el camino hasta las cruces es el único final posible. A veces me sangra el pecho del roce de la playera durante kilómetros contra la piel dura. Se escurren dos canales de sangre desde los pezones hasta el abdomen. Qué se vea mi sufrimiento, la carga de mi cruz sobre la ropa transparentada por el sudor. Es lo primero que se ve en las fotografías desde la distancia, la agonía. También uno se va quejando de los dolores en los pies: juanetes y callos rotos que se expanden con el esfuerzo. El reposo es nocivo, incrementa el dolor. Cuando la Cruz es pesada, la misma inflamación funciona de anestesia. Qué viva el dolor de rodillas mientras nos haga olvidar que aún faltan diez kilómetros hasta la parada de autobuses.

Sé que lo de cargar la Cruz es algo personal y que uno un día puede decidir tirarse al piso y recargarla sobre una piedra para sentarse a negociar con ella, o simplemente renunciar. La victoria de un madero sobre la voluntad humana, pero la misma Cruz debe fastidiarse de nosotros. Otro año más y la misma persona sin superar sus debilidades. Reconsideremos. También hay una parte de la penitencia que se vive por fuera. ¿A poco uno coloca las piedras en el camino? En uno está brincarlas o pasarlas por un lado pero, ¿en verdad hay necesidad? Un camino pavimentado y bien nivelado haría que uno se concentre sólo en no dejar caer el objeto y en la posición de las manos, en entender mejor su peso y mejorar la posición de las muñecas para ser más resistentes. La realidad es que el camino que hay que recorrer ya lleva un rato sin mantenimiento y eso que no somos los únicos que caminamos por él. Las molestias son parejas aunque no se tenga suficiente fe. ¿O le hicieron caso a esas personas que se filmaron frente a uno de los agujeros en el pavimiento que está al inicio de la calle con un pastel de cumpleaños mientras le hacían fiesta por su aniversario de aparición hasta que les llegaba la policía municipal para consignarlos por su humor negro? Qué la vida sea pareja para todos, pensó el alcalde, nadie la tiene fácil, ni ustedes ni yo. A seguir cayendo por igual en el mismo sitio. La verdad es que su discurso tenía coherencia –se quejan de los accidentes de las calles para no pensar en sus problemas personales—. Y sí, uno no quiere ver su Cruz, entonces se dedica a observar lo que sucede debajo de sus pies.

El único punto del que aún tengo duda sobre la Pasión de Cristo es el porqué de la arbitrariedad de renacer al tercer día. ¿Por qué no el sábado o dos meses después? Si hay que quién duerme tres meses y sale de su cama reclamando que aún pudiera más. Para renacer no hay reglas, ni récords. ¿Quién tiene prisa por regresar con los vivos si el mundo cambia menos rápido de lo que aparenta? ¿Dónde está eso de tomar un tiempo para la reflexión? Al tercer día suena bien en la literatura de los evangelios, pero en fines prácticos, ¿quién puede asegurar que en verdad falleció si ni siquiera terminó de descomponerse el cuerpo? Es como si uno se perdiera en el cerro y lo declararan muerto a las tres noches, la espera mínima debería ser de una semana. Las siestas se prolongan y a veces uno da vuelta por el camino equivocado. Además, ¿quién resuelve los problemas con su Cruz en tres días? Ni las polillas se comen la madera tan rápido. Un poco de paciencia, por eso sigo insistiendo que nos sentemos a negociar con la Cruz y, si nos dejan, con el propio camino. Alguien va a vencer –finalmente— y en vida casi siempre es la Cruz, o las piedras, pero no pueden sentirse invencible con esos antecedentes de que para el domingo estamos de vuelta. Como consecuencia de estos ciclos anuales estamos amarrados, unos a otros, por eso cada año volvemos a subir el cerro y colocamos las flores, aunque digamos al bajar que esa ocasión será la última. Nos tragamos las mentiras. Ahí estamos de nuevo en la Cuaresma siguiente con nuestra nieve de limón y el sombrero de paja mientras el padre vuelve a leer los pasajes del Evangelio. Ya nos sabemos la historia, nos lavamos las manos, lo negamos tres veces, nos tropezamos de nuevo con la misma piedra, ni para qué pelear. El cerro no se irá a ningún lado, ni la Cruz. Volverá a llover en mayo, regresan los colores verdes.

Créditos de la imagen: Wikimedia, Juan Francisco Contreras Fernández https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Las_cruces_en_el_Cerro_de_la_Estrella.JPG

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