Desde la punta del cerro
XLII Edición (Temática: Ciudad y peatones)10 de enero de 2022Desde la punta de ese cerro se debería ver igual, llevo la pintura en el celular desde hace semanas pensando que ahora sí voy a encontrar el lugar donde el artista se sentó a hacerla. Pero nada, con todo y que ya talaron algunos cerros y hayan retirado el material de sus laderas en forma de canteras, me enterco. Al menos alguna referencia debe quedar. Los cerros no se mueven, las montañas no se mudan. Eso de que si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a él, sólo es una metáfora, ¿o a poco sí ya las podemos desplazar enteras? No tengo las respuestas a todo, tal vez la Tierra se está haciendo más ancha y la distancia entre cerro y cerro se ha extendido. O las tolvaneras mueven tanto polvo que uno ya ni sabe. En cien años un cerro se mueve del oriente al poniente, se invierten las laderas, los árboles se van con el viento. ¿Quién quiere estar toda la vida en el mismo sitio?
Pero es que, en verdad, veo la pintura tantas veces y me paro en el sitio en el que debió haber sido concebida. No es igual. Si el artista escribió fiel réplica entonces el criterio de sus ojos no era nada objetivo. Para mí que se veían muy lejos los volcanes y casi no tenían relevancia, entonces los hizo más grandes. Unos cuantos centímetros en la pintura hacían la diferencia, aunque eso significara reducir el valle al menos en 40 kilómetros. Además, el agua se ve con más personalidad en el dibujo. El río sigue en el mismo sitio, tal vez tiene un poco más de basura, pero un río es un río. Y el lago, bueno, se asume que debería estar en el espacio vacío entre una colonia de la ciudad y la otra. El sol definitivamente no debió haberse movido. Ése no depende de nosotros, sus ciclos deberían rebasar los cien años. La luz que el artista encontró ese 7 de septiembre debería ser la misma que el día equivalente en los tiempos de hoy. Pero, siguiendo su criterio, tal vez no le gustaba como se veía el reflejo de la luz en algunas partes y las iluminó con más. Supongo que ese gusto acercó a la Tierra con el Sol varios millones de kilómetros, lo bueno es que el impacto no es real, sólo perceptivo. Por el bien del paisaje, ¿no habría demasiada crítica en modificar un poco el contexto si con eso consigue que se vea mejor?
Por otro lado, las calles principales de la ciudad sí mantienen su trazo. Lo que era, y es aún una cuadrícula perfecta, se ve en el mismo sitio. Menos mal, pintor, un punto de referencia. Aunque los edificios y los colores no son los mismos, parece que la polvareda no se llevó a la ciudad. Se asemeja como si se estuviera hundiendo, pero le siguen echando asfalto a las calles. Está bien, déjenlo así. Todavía se puede ver aquella avenida, por la que se entraba al panteón, junto al sauce y los dos ahuehuetes que estaban al final del camino. Terminaba en la misma esquina que existe en estos tiempos, en la que el conductor mamarracho del automóvil negro se estaciona en sentido contrario y el joven peatón que camina enfrente al mismo tiempo, le grita insultos por obstruir el paso y camina sobre el cofre del carro, con calma, sin prisa por atravesar la calle. –Gracias por el tapete, a la otra, lave la carrocería antes de estacionarse que las alfombras se ven mejor limpias—. Sí, esa misma esquina está en la pintura, así como los lugares que el artista colocó con puntos grises y detalles finos. Son atemporales. Lo mismo, una lápida que una loza de cemento. Lo mismo, un punto amarillo de una fogata que un foco. El paisajismo es eterno, dejen de colocarle fecha a los cuadros. Yo hasta sería partidario de hacer algunas pinturas con técnica rascahuele. Sabemos que las calles de la ciudad no suelen oler bien, no importa si el drenaje es descubierto o subterráneo. Eso sí, hay otro punto a favor del artista, los ríos principales ya no están en su lugar. Los entubaron, pero si se toma una fotografía de noche, los carros que les pasan encima todavía parecen una corriente, de colores, radioactiva. El agua que bebemos en la ciudad, siempre creativa, nunca pasa dos veces de la misma manera.
Las cimas de las montañas se conservan. Allá si no parece que les pase demasiado el tiempo. Obras divinas –se justifican— bueno, la verdad las representó de manera bastante idílica. Hoy sí contamos con buenas imágenes, el pintor sólo colocó rocas amorfas y angelitos. Al final del camino, tierra de Dios, que sea como Él quiera. Yo me engaño, la ciudad no es la misma, pero que la mentira siga conmigo varios años. Las montañas de verdad nunca cambian, sólo los cerros pequeños, que los movemos las personas, lejos de las cimas nevadas y lejos de Dios –al parecer— aunque no tengamos en la Tierra lo que se definiría, en estricto sentido de la palabra, un paraíso.
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Créditos de la imagen (superior): José María Velasco, 1873, Valle de México desde el cerro de Atzacoalco
Créditos de la imagen (inferior): Flickr, Pablo Linares, https://www.flickr.com/photos/pablolinares_mx/11459174396, Licencia: https://creativecommons.org/licenses/by/2.0/
Adrián Hernández Santisteban
Letras tropicales
Editor de La idea lista
Muy interesante
Interesante tu escrito.Las montañas y los cerros no se mueven pero si se aplanan por tanto hombre y animal que las transitan.Aparte de la lluvia,viento y polvo que de lejos las hace poco visibles.
Me gustó mucho. Tu texto me recordó a este video “Camino de José María Velasco para pintar el Valle de México” https://youtu.be/dvMn6a727f0
¡Muchas gracias, Francisco! Está rebueno ese vídeo, no lo conocía. Habrá que hacer el experimento con cuadros de varios paisajistas.
Veo los comentarios y pienso en la variedad de asociaciones que despierta un texto. Eso es lo interesante. Al leer recordé cuántas veces volvemos a los viejos sitios de nuestra vida y encontramos que sólo están en los recuerdos. Me gustó mucho el texto.
“El paisajismo es eterno, dejen de colocarle fecha a los cuadros”, apoyo esta sugerencia… ¡Muchas gracias por este texto!