LXIII Edición: Temporada de lluvias

Mentira

Mentira. Aun así me acomodo en la silla, los codos sobre la mesa y la volteo a ver: otra mentira. Cuando me di cuenta ya llevaba unas seis y ese número es el límite. Más de ahí me empiezo a confundir y los demás se dan cuenta. Mentir bien es en buena parte colocar en el discurso varios tipos de eventos verificables. Así una mentira se esconde entre la realidad y –si agarran a uno— se enfadan menos. Bueno, casi siempre digo la verdad, la mentira de vez en cuando nada más, para que sea tolerable. Ya si me agarran con una construcción compleja entonces sólo digo –gracias por señalarlo, no volverá a pasar—. La verdad es que no, sí volverá. Si me quiero responder cómo fue que viajé por una buena parte del mundo la única respuesta auténtica que puedo dar es, mintiendo. No sólo le mentí a cierto tipo de personas, le mentí a todas por parejo. ¿Cuánto dinero tiene? Lo del pasaje y algo más para una hamburguesa, si viajo con el estómago vacío me mareo. ¿Cuántos días va a estar aquí? Tres, sólo lo que es necesario para ir de paso, aunque a veces uno conoce un lugar relajado y casi vacío, barato y con puestos callejeros de plátano con langosta. Además, tal vez me da por estar unos días más para tomar café por la mañana y bueno, tres días no son suficientes ante hechos así que, ¿qué les parece si colocamos mejor un sello en el pasaporte sin fecha y lo llenamos después? Incluso, el día que salga del país puedo conseguir un documento nuevo para que se pierda la irregularidad, sin sello. Y así mintiendo va llegando sola la mentira perfecta, le cito al oficial algún pasaje de la constitución de su propio país que hable de la incertidumbre de la migración humana, algún artículo del internet, y le coloco un aire docto de acuerdo a la tradición jurídica o con la referencia a algún tratado internacional sobre usos, costumbres y derechos tribales. Usualmente ellos no conocen más artículos de la ley que los que vienen detrás del formulario de migración. Hay veces que ni siquiera le dedico tiempo a la investigación previa, sólo leo y memorizo los carteles que se encuentran en la pared mientras estoy en la fila de espera. Hasta el día de hoy estas negociaciones han terminado rutinariamente con el pasaporte sellado. Más que un derecho por pertenencia a algún país, suele ser un derecho de confianza cuando ven mi pasaporte con la cubierta despintada, con el sello borroso de un Estado y del que poco se sabe más allá de su alcohol y de uno de sus integrantes que se escapó dos veces de la cárcel: la primera dentro de un carrito de ropa sucia y la segunda, sobre una motocicleta excavadora a treinta metros bajo tierra. Dicen que tenía carril exclusivo con cervezas y que la metieron a través de un agujero que hizo un ingeniero que becaron para ir a Alemania. Si esa historia es real, entonces cualquier mentira que yo construya pasa por creíble. Y por eso tengo un repertorio. ¿Conoce la historia del aguacate? La del único que merece una historia, la del que se hizo famoso por atravesar las paredes. Siempre piensan que bromeo pero me pongo hablar de agronomía, algo sobre geografía, la diferencia entre el dulce y el suave y sobre su cáscara. También hay videos de cómo el aguacate terminó sobre pan tostado y en venta a treinta dólares en Australia. Terminada la desviación en el discurso, hablo de nuevo sobre la historia del aguacate que conozco y de la anécdota del aguacate fantasma, del que atraviesa paredes y le da un toque especial al guacamole. Después de los datos duros, la palabra fantasma es irrelevante. Vivo en Mumbai, pero vine a pasar unos días a Goa. Y por eso tengo acento de fuera. Mentir es más fácil cuando se hace el engaño sólo con frases copiadas a otras personas. Cada uno desde su rincón, respetando el derecho ajeno.

[2019]

Créditos de la imagen: Pixabay, juanfer_erazo, https://pixabay.com/photos/man-airport-travel-passport-flight-4862367/

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