LXIII Edición: Temporada de lluvias

Los fantasmas de Dany

Sentado frente a la ventana Dany espera, ansioso, a Emilio. Está seguro de que el abuelo va a venir… -tal vez llegue solo… pero… ¡ojalá venga también la abuela Myriam!- piensa, y se le iluminan los ojos. Se acerca la hora de la siesta y el cansancio lo vence, recuesta la cabeza en el sillón y se duerme.

Amanda, hija única de Emilio y Myriam tenía otros tres hijos, pero Dany, tal vez por ser el más pequeño, o por haber sobrevivido a una tragedia −la muerte de su hermano gemelo al nacer− había sido siempre el más mimado. Era un niño muy especial; su gran sensibilidad y particular belleza -cabellos muy rubios y ensortijados, ojos azules como el cielo y una dulce sonrisa- tenían a todos embelesados. 

Los abuelos lo adoraban. Siendo muy pequeñito, Emilio lo cargaba sobre sus hombros y lo llevaba a la placita en la que había toboganes, sube y bajas y hamacas; luego de disfrutar de los juegos durante horas iban a la heladería para deleitarse con enormes conos de helado de chocolate con chispas. Por las noches el abuelo se recostaba a su lado y le contaba un cuento hasta que se quedaba dormido. 

La abuela Myriam, por su parte, pasaba muchas horas en la cocina preparando sus comidas y postres preferidos. Para sus cumpleaños le horneaba dos pasteles: la torta bombón, que era su predilecta, y otro, que adornaba a su gusto y agregaba la cantidad de velitas correspondiente a la edad que cumplía. 

Repentinamente, Dany despierta, mira por la ventana y ve a un hombre abriendo el portoncito del jardín; un hormigueo recorre su cuerpo… -¡es el abuelo!- piensa -pero… ¿por qué no vino con la abuela?- se pregunta.     

El hombre lo envuelve en un apretado abrazo y -procurando sonreír- le entrega una caja de chocolates. 

─La abuela estaba muy ocupada hoy, pero mañana vendrá a verte─ le susurra al oído, como si pudiera leer sus pensamientos.

Dany hace una mueca; está contrariado…  ¡Él quiere que sus abuelos lo visiten todos los días, y que vengan los dos juntos!            

Anochece, negros nubarrones anuncian la gran tormenta que se avecina. Marcelo, de pie al lado de la cama, saluda a la hermosa joven que se acerca portando una bandeja con una taza de chocolate caliente y un café. Por un momento queda absorto, observando a su hermano. 

─Habría que recortárselo un poco─ comenta mientras acaricia su cabello.  ─Lo tiene muy largo.-

─Para no incomodarlo demasiado podría hacerlo yo─ dice ella ─y luego pregunta─ ¿qué le sucedió?

Marcelo se siente abrumado, no le gusta recordar la tragedia y menos aún hablar de ella con desconocidos, pero al notar el cariño con que la muchacha trata a su hermano decide contarle lo ocurrido. 

─El accidente sucedió hace muchos años─ responde casi en un susurro. ─Mi hermano viajaba en un auto con mis padres y los abuelos, era de noche y estaban regresando de la casa de mis tíos. Un camión con zorra se desplazaba a toda velocidad por el carril contrario. En cuestión de segundos el enorme vehículo se salió de su ruta y chocó de frente al carro en el que viajaba mi familia. Murieron todos menos Daniel. 

─Pero, ¿qué le sucedió a Dany después del accidente? ¿Por qué está aquí desde hace tantos años?─ pregunta ella. 

A Marcelo le cuesta hablar, tiene un nudo en la garganta, pero siente la necesidad de desahogarse. 

─Por lo que nos dijo la policía técnica seguramente el abuelo, tratando de protegerlo, intentó cubrir a mi hermanito con su propio cuerpo, justo antes de que el auto comenzara a girar para, finalmente, caer en un barranco. La cabeza de Dany sufrió graves traumatismos y su médula espinal se lesionó, como resultado padece afasia global y paraplejia. Además, debido al estrés postraumático, tiene alucinaciones. 

La enfermera intenta contener las lágrimas que asoman a sus grandes ojos.

─Pero, por momentos pareciera que puede sentir, y ver ─balbucea, sollozando. 

─Así es─ contesta Marcelo. ─Según los médicos, como Dany alucina, cree ver a mis padres y a los abuelos. Piensa que lo visitan e incluso que sale con ellos. Dado que ha perdido la capacidad de moverse y hablar queremos creer que esas alucinaciones lo ayudan, de alguna manera, a sentirse feliz.-

Mientras observa a la encantadora joven que llora por su hermano, Marcelo piensa que quizás, finalmente, frente a sus ojos se está revelando la posibilidad de una felicidad que él siempre anheló y a la que, durante todos esos años y sin siquiera notarlo, había renunciado.

Créditos de la imagen: Pixabay, https://pixabay.com/photos/night-road-truck-woman-stop-light-4085633/

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