LXIII Edición: Temporada de lluvias

Un nahual en el Bordo de Xochiaca

Dice Don Sergio que los nahuales existen, que él fue testigo de uno. Se acomoda en su silla para tomar aire y contar la anécdota de su infancia. Era un joven quinceañero cuando acompañaba a su padre a dinamitar el cauce de lo que es hoy el Bordo de Xochiaca. Dice Don Sergio que eran los tiempos en que la noche era negra, negra como la conciencia de los políticos; cuando se podían mirar las estrellas y el resplandor de la luna. Una de esas noches, cuando los peones dormían, su padre, el capataz, velaba el campamento cuidando la herramienta y los kilos de pólvora necesarios para generar las explosiones. De pronto, Don Felipe el capataz, escuchó ruidos extraños afuera de las improvisadas casetas de descanso. Tomó enseguida el viejo rifle, sacudió a su muchacho alertándolo y se dispuso a salir cautelosamente. Apuntó a lo que se movía y le disparó. No averiguó. Se escuchó un chillido agudo como de un perro. Los peones ya se habían levantado también y tomaron las herramientas de trabajo como armas: picos palas, mazos, todo servía. Corrieron a buscar al herido, pero les ganó la carrera a todos. Corrió y corrió hasta llegar a la cuneta recién abierta por las explosiones del día. Algunos osados fueron hasta allá, pero el herido ya no estaba. Dice Don Sergio que todos quedaron atónitos. No era figura de hombre decía uno. No era figura de animal, decía otro. Don Felipe, el capataz, sentenció: era figura de nahual. Y todos se santiguaron.

Dice Don Sergio que, al otro día, encontraron huellas de animal y manchas de sangre en la tierra. Dice también que en el pueblo cercano se hablaba de un hombre muerto por un balazo en la espalda.

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