LXIII Edición: Temporada de lluvias

Cicatrices

Podría escribir la historia de mi vida relatando la historia de cada una de mis cicatrices.

Inicié mi carrera bastante temprano, entre los cinco y seis años me hice la primera y una de las más sentidas. Se encuentra en el tobillo derecho y me la hice al caer de la bicicleta en que me transportaba mi tío. De ese episodio recuerdo la angustia de mi madre y la sonrisa de mi padre mirándome a través de los vidrios del quirófano de la extinta Cruz Verde.

Después vinieron más cicatrices en mis rodillas, cada una de ellas, producto de varias caídas. A los ocho años, caí al tropezar con una piedra y volcar una pila de platos que llevaba en las manos. El recuerdo de este evento es una gran cicatriz en el antebrazo derecho.

Dicen que soy torpe con mis pies porque no me dejaron “gatear”, o sea, arrastrarme por el piso como entrenamiento previo al caminar bípedo. En esos años estaban de moda las andaderas o artefactos de madera que sostenían a los bebés mientras avanzan en la práctica de la caminata. Hoy dicen los pediatras que impiden el desarrollo motor grueso de los infantes. Haberlo sabido antes…

Las demás cicatrices de las rodillas son resultado de varios años de insistente gusto por correr con denuedo, sin equipo y sin entrenamiento. Otra caída en la práctica de la gimnasia en mis primeros años de universidad me dejó una gravísima lesión en el tobillo derecho que reavivó la cicatriz de mis inicios. Hasta ahí llegaron mis anhelos olímpicos.

Más tarde, una combi de pasajeros me tiró de su interior (yo iba parada, pues me urgía llegar a la universidad y el transporte escasea por mi pueblo). Caí muy cerca de la orilla de la banqueta, me lastimé el mismo pie y la cicatriz quedó sobre el metatarso.

De cuando en cuando vuelvo a morder el polvo, consecuencia de la poca inteligencia táctil de mis pies. no siento los pequeños desniveles de las banquetas y me hacen tropezar con frecuencia, así que en las rodillas tengo cicatriz sobre cicatriz.

La última y más grave lesión de mi pierna derecha es deshonrosa. Me la hice en la ducha de mi casa, resbalando y cayendo en Split involuntario. Me provocó un tremendo desgarre muscular interno que me dejó inhabilitada un año. Es deshonrosa porque no me la hice desafiando a la gravedad, sino por descuido con el tapete del baño. Es la única lesión que no se ve, pero que aún me duele cuando hago ejercicio intenso. Tener esa larga historia de caídas y sus correspondientes cicatrices me causaba vergüenza y solía cubrir mis rodillas con pantalones evitando usar faldas o sandalias abiertas.

Más tarde me reconcilié con cada una de mis cicatrices, las miré con ternura y con orgullo. Ellas marcan hitos trágicos y dolorosos de mi vida, pero también me remiten a mi red familiar y de amigos que siempre han estado ahí como modernos Cirineos para levantarme y ayudarme a continuar el camino.

Créditos de la imagen: Pixabay, Danielsfotowelt

2 comments

  • Bárbara escribió

    Es muy difícil reconociliarse con lo que no nos gusta de nosotros, pero qué milagro cuando llega esa necesidad urgente de disculparnos con ese pobre y aguantador cuerpo que sigue en pie a pesar de nuestros maltratos.
    Muy tierno relato, Rosario!
    Besos

  • Manu Nájera escribió

    Excelente historia, original y muy bien contada. Felicitaciones a la autora!

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