La doctrina nacional
XI Edición (Temática: Nacionalismos y banderas)15 de septiembre de 2020A los tres hermanos los mandaron a los internados escuela que habían abierto los curas en la capital. Sus padres querían que conocieran algo más, que vieran que había un país, así que a los seis años de edad comenzaron sus combates en el frente. Los prefectos atacaban a las cinco de la mañana. Sus aulas no eran lugar para holgazanes, que les quedara claro a esos niños que venían de las haciendas.
Primero recibieron los castigos pasivamente, pensaron que eran parte de las lecciones de la enseñanza nacional, que quizás del dolor aprenderían también algunas cosas valiosas, pero una vez que comprendieron el funcionamiento de las tácticas bélicas comenzaron el contraataque. La insurrección comenzó contra el maestro que les arrojaba baldes de agua fría. Se escondieron detrás de la puerta, alineados en batería para la pelea cuerpo a cuerpo. No tolerarían una gota más. En espacios pequeños el número de elementos no asegura ningún triunfo y los comandos rebeldes organizaron ataques dispersos sin un lugar fijo de acuartelamiento para que el enemigo no pudiera encontrarlos. Había llegado el fin de los enfrentamientos frontales y las estrategias suicidas, su ejército se hallaba en todas partes. El hermano mayor había recibido su primera enseñanza sobre estos métodos nuevos a los once años. Escuchó que unos jóvenes con barbas habían tomado un barco para llegar a una isla y refugiarse en sus montañas. Ahí se armaron hasta los dientes para lanzar ataques aislados y dispersos que los llevaron a la victoria. Decían que así se harían las revoluciones de ahora en adelante y él lo ponía en práctica.
La siguiente pelea fue contra Dios. La Iglesia había llegado con los primeros colonizadores y les hacían repetir que el desarrollo sin fe era el origen de las maldades. Nada de matemáticas, que se murieran las costumbres de los indios o comenzarían a construir monumentos antirreligiosos para la trigonometría. Esta lucha comenzó desde abajo. La hermana menor se declaró atea frente a las monjas. Le habían insistido una y otra vez que se aprendiera las letras de los rezos y colocara sus manos de forma adecuada durante las ceremonias, pero ella insistía, ¿para qué memorizar las letanías si estaban escritas en los papeles? Sólo había que leerlas. Dios siempre te querrá –le decían– a pesar de tus defectos. Ella no quería pecar y buscaba a Dios en los pupitres, en el dormitorio, mientras lanzaba rocas contra una de las paredes y en el trabajo de los campesinos en las fincas a la margen del río que tenían enfrente. Llegó a pensar que había crecido en tierras demasiado calurosas como para poder ser testigo de un milagro. En la única ocasión que se sintió iluminada, los profesores pensaron que se le mostraba un camino para que su fe se fortaleciera. Se aprendió los primeros versos de un soneto anónimo que recitó sin titubear una y otra vez durante una semana. Veía el crucifijo en la pared, luego a su cuerpo, colocaba una de las manos entre sus piernas en forma de plegaria, alzaba la otra al Señor Todopoderoso y pronunciaba sin detenerse.
No me mueve, mi Dios, para quererte
Disminuía la intensidad de su voz, juntaba los dientes,
No me mueve, mujer, para quererte
Se apretaba a sí misma con fuerza, subía los ojos y los dirigía al retrato de la Asunción sobre el muro,
el cielo que me tienes prometido,
Fruncía de nuevo,
el sexo que me tienes prometido
Y comenzaba a sudar y a enrojecer y a pronunciar con mayor fuerza y rapidez las líneas que seguían,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Continuaba en silencio, movía la cadera, cerraba los ojos para consagrarse y finalmente terminaba con esas palabras con las que fue recordada su gran herejía:
Muéveme, en fin, mujer, y en tal manera
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
La fe nunca llegó a ser tan clara en ningún otro de los alumnos. Los resultados de la educación nacional no fueron siempre los mismos. Uno de los hermanos se convirtió en peregrino, otro decidió abandonarlo todo. Los demás compañeros continuaron los rezos en silencio.
—
Créditos de las imágenes: Mariano Fortuny, Árabe delante de un tapiz
Adrián Hernández Santisteban
Letras tropicales
Editor de La idea lista
Me encanta! Gracias
Muy buena la Revista,la Pandemia nos ha cambiado a todos en menor o mayor grado,en hábitos, alimentación, vestido,la salida a la calle con precaución y protección,y otras áreas.Lo seguiremos comentando.
F A. N. T A. S. T. I C. O. Historias Nacidas. De realidades lejanas. Que fluyen en el presente. Ruth