LXIII Edición: Temporada de lluvias

Mataron a Mantequillo

¡Corran! ¡Corran! ¡Mataron a Mantequillo!

Bajamos a toda velocidad, unos de las camas, otros de las escaleras, otros de las ventanas. Bajamos del jardín del pueblo, de las casas de las Margaritas. Bajamos de las literas, se caían de la mesa del comedor, se descolgaban por las cortinas, salían a toda velocidad, corrían desesperados, la mujer botó el secador y salió espantada, sus pelos disparados en todas las direcciones, el cura del pueblo se enredó en la sotana, se fue de bruces, al lechero se le estallaron las botellas contra el suelo, los gatos saltaron de las bardas, lamieron la leche, nunca tanta abundancia en ese pueblo de miserables.

El estilista del centro zapateaba y gritaba:

¡No, no, no, mataron a Mantequillo y yo toda loca angustiada aquí! ¡No, no, sin arreglarme el pelo! Mataron a Mantequillo Uriel, ¿cómo te parece?, ese hombre tan fuerte y tan apuesto, con esos brazotes y ahora todo muertico. ¡Tantos sueños que tuve con él, soñaba que me agarraba y me apretujaba y me deshacía y me aah… ! ¡Ay! Mejor dicho: ¡que papasito! Y ahora todo friíto y yo bien calientico, ¡ay no! ¡Que desperdicio!

Corrimos todos. Nos convocábamos en el camino que va hacia la Estrella, eran muchas y muchos, muchachas y muchachos, y mejor dicho todos: y el lechero y el cura y el policía y Magnolia, la matrona con todas las doncellas, y la Lupe, la limpia pisos, el Educardo, el dentista (¡más marica!), y Camilo, el que vestía santos, y la señora Alodia y doña Lucrecia y su preciosa hija -todos llegaban- y corríamos por ese camino de piedra y lodo y saltaban los tacones y volaban los rosarios y se reventaban los cierres, caían los broches de las blusas, se reventaban las terciaderas, y corríamos y corrían desbocados. El camino se anchaba, se cerraba, se estrechaba, se oscurecía y de pronto todo el sol y en los árboles, las guacamayas y los petirrojos, los ciriríes y los tominejos, toda esa algarabía, en un túnel de arcoíris, y más arcoíris, y yo dentro de ese embudo de colores que se alargaba y me mostraba la profundidad.

¡Desperté, salté! Me vestí como pude, me arrojé por la ventana, salí despavorido, me uní a la guacherna, a toda velocidad por ese camino deshecho, por ese camino imposible. De repente alguien se detiene, el que está detrás frena, y el otro y el otro, nos apretujamos todos.

En medio del camino, bajo la sombra de un guamo, el cuerpo de Mantequillo.

Semejante hombre de formas tan totales, tan bellas, tan fuertes. ¡Ahí! Tirado, abandonado, indefenso, ya no produce miedo ni ganas, se acabaron los temores. Ha muerto el asalta caminos, el cuatrero, el bandolero, el que se acostaba con la mujer del alcalde. Mantequillo el que retaba la suerte, el que hacía babear a Beto el peluquero.

Y si la mente no es capaz de responder a la evidencia material, ¿cómo reaccionará ante la evidencia emocional?

Paul Auster

Créditos de la imagen: Giacomo Balla, Spiritual Scene

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