LXIII Edición: Temporada de lluvias

Fotos de primavera

Un joven universitario compró unos libros en una venta de garaje en algún lugar de la Europa contemporánea. Entre todo su botín, un pequeño cuaderno de piel se deslizó entre sus pies, saliendo de él la foto de una bella mujer. La curiosidad del joven fue la suficiente como para olvidarse del mundo y empezar lo que probablemente será el peor error de su vida.

Idiota, si lees esto, empiezas buscar una aspirina porque reventarás tu cabeza. Ah, como sea, estoy seguro que eres de los que leen en pleno calor de primavera, y es cuando invade ese fuego a la cabeza, hasta los más sensatos se vuelve un idiota.

Malnacido calor, siempre tan… dramático. Siempre que llega la primavera me recuerda a los infiernos que visité cuando fui fotógrafo de guerras. Corea, Vietnam, Ruanda, Irak, todos esos Hades tenían el común de despertar sus demonios en el punto más cálido del año. No lo sé, quizás a la gente se les file el cerebro y sacan al animal asfixiado entre tantas capas de sociedad. El fin, todos esos lugares tenían su calor especial, pero nunca olvidaré los dos grandes calores azotaron a la Italia del 45.

Era un 29 de abril cuando empezaba en el periódico del gobierno. Ellos querían un regalo especial para nuestros amigos alemanes que empezaban a replegarse de vuelta a sus narigueras, así que llegué a la caída Italia de Mussolini para tomar las mejores fotos del como ese propuesto de imperio colapsaba antes que el suyo. Recuerdo como se sentía el calor, parecía que había dos malditos soles. Uno liberaba a la península del truene invierno y el otro quemaba hasta los últimos de los huesos del último gran fracaso romano.

Llegué primero a Milán, la ciudad de mi adolescencia, hermosa, con ese encanto típico del sur de Europa con la que uno se enamora para siempre. Ah, no me fue difícil el notar como cambió mi amada primavera italiana desde el ascenso de Benito Mussolini en el 22. Fue triste ver a las calles vivas y alegres de la joven república en los que amé por primera vez vacíalas por las camisas negras en su fanatismo nacionalista.

No había nada que vendiera más en los periódicos de esos años que las atrocidades de Hitler sobre Europa, a pocos les interesaban poco las “hazañas” del menor de los aliados del Reich, pero creo que a los lectores no les hubiera faltado dramatismo al leer sobre las carnicerías que el maldito duce orquestaba sobre su propia gente. Obreros, campesinos, cualquier pobre diablo que se reusaba a pelear en su guerra inútil, todos destruidos por el yugo del nuevo imperio. Cuanta gente no volvió a ver más una bella primavera por esa basura fascista.

Me hubiera gustado ver algo de la Milán del 45 en ese circo de Nuremberg, sin esos malditos burócratas con su basura civilizatoria, pero no, no hacía calor y esa gente es muy fría, sin piedad por la gente a la que esos cerdos mataron. Por suerte los italianos no necesitan de política. No, no iban a tragarse esa farsa hipocresía de los juicios. Nadie mejor que los itálicos saben que la venganza se sirve fría, pero se cocina caliente.

Cuando llegué a las afueras de Milán, la noticia de que los comunistas mataron al emperador y lo llevaría a la plaza de Loreto para su desfile de despedía ya había recorrido toda la ciudad. Me llevó una hora en entrar por toda la multitud que iba a darle lo mejor de sí misma su duce.

Avanzaba a pasos por la plaza mientras que al grandísimo lo recibía el mejor comité de primavera de la plebe italiana. Cientos de pierdas cayeron sobre el cuerpo descompuesto del dictador y miles más de zapatos lo pisoteaban sin descanso bajo ese sol calcinante. Tanto fue el calor de odio de Milán que los bomberos tuvieron que llegar a enfriar los ánimos de la multitud con sus mangueras, pero todos los presentes se entusiasmaron a ver el cuerpo fue colgado en el medio de la plaza para hacer sombra a los calientes ánimos de los milanense.

Era un escenario surreal. El sol brillaba acariciantemente y la euforia de los milaneses se alzaba con él. En aquel momento se habría acabado esos años surreales de la dictadura, y de repente, todos los presentes se encontraban en un esquizofrénico carnaval de pascual  que anunciaba el fin de la guerra en Italia, bueno, todos excepto ella.

En cuando tomaba las fotos del cuerpo colgando de Mussolini, una fría sensación atravesó mi cuerpo como filosa espada. Voltee a ver qué pasaba y ahí estaba ella, una joven con el fusil en el hombro y con el mismo atuendo que el de los combatiente quienes ejecutaron a Mussolini. Era la más joven de los partisanos y la más bella de las milaneses. Con ojos azules y fríos que miraban fijamente al cuerpo del tirano, como si un fuego helado quemara pedazo a pedazo al alma del dictador. Me quedé congelado ante ella, era… especial, pero lo que realmente me enamoró fue escucharle decir lo que toda Italia le decía en ese momento al duce: freddo come sempre, ¿vero, pezzo di merda?

Que maldito postal, esa bella y fría joven regocijándose ante la caída del dictador mientras que la multitud enloquece alrededor suyo, como si Miguel Ángel habría captado la perfecta oda a la venganza en una de sus pinturas. Debía tomar esa foto, quería convertir a ese ángel en la viva imagen de la venganza de las víctimas hacia esos malditos. Ella sería el verdadero sol negro con el que Europa quemaría para siempre al fascismo, pero algo pasó.

En el momento que mi cámara disparó su flash hacia ella, una breve luz empezó a iluminar su rostro. Pensé que era el sudor o el agua de las mangueras, pero poco a poco empezó a tomar la forma de una fina gota cristalina que fue deslizándose por su mejilla, marcando un breve rio de tristeza que apagaba el frio fuego de su ira. Para cuando me percate que eran sus lágrimas, aquella joven me miró fijo. Debo de admitir que me sentí un idiota, había roto el desahogo de una víctima del fascismo como todo un patán, y por ello me ganaría su desprecio.

Creí que mi ángel se olvidaría de Mussolini y dirigiría su ira a mí, pero, a contrario, me miró con una tibia indiferencia. Pensé, quizás no se esperó que alguien notara su melancolía, o quizás no pensó que un parasito de la propaganda como yo se fijara en algo que no fuera el desagradable espectáculo del momento.

Era ella y yo, el hermoso ángel de la venganza y un imbécil publicitario. en una incómoda escena que podría acabar conmigo haciéndole compañía a Mussolini por molestar a una heroína de Italia. Me quedé esperando ahí como estatua, esperaba a que ella que me saludara o me matara, y había seguido así para siempre si un partisano quien también participó en la ejecución de Mussolini no hubiera empezado a llamarla.

Trataba de entender todo lo que el partisano le gritaba para conocerla un poco mejor, pero, cuando volteé a ver su reacción, ella ya se había desvanecido. Apenas reaccionaba, pero mis pies ya estaban moviéndose hacia su dirección, y no era el único, aquel partisano apurado tenía las mismas intenciones. Y por su puesto que pasó lo que tiene que pasar cuando dos objetos van hacia la dirección opuesta. Colisionan.

Para cuando mi cabeza dejó de dar vueltas en su eje, vi al partisano yendo hacia un callejón en búsqueda del ángel. Corrí hacía él tan rápido como me dejaba mi apenas recuperada noción del equilibrio, nadando entre una marea de gente que aun buscaba los restos de Mussolini. Para cuando llegué ahí, solo pude verlo a él, buscándola desesperado por todos los rincones.

Quise pregunta sobre ella, pero el partisano no era alguien paciente. Terminó de decirme algo como “sei d´intralcio, filgio di puttana”, y bueno, mi italiano estaba oxidado ese entonces, pero, por su cara y como me tiró al suelo, estaba seguro que no sabía más de ella que yo. No sabía si tendría una de las mejores historias de guerra para el siglo XX,  pero estaba seguro que, desde ese día de primavera, iniciaría mi larga y agónica búsqueda de mi amada ángel…

Pasaría solo unos minutos leyendo, pero aquel joven encontraría en ese libro lo que sería su pasatiempo de verano, y probablemente su más grande error en la vida.

Créditos de la imagen: Igorsavaliev https://pixabay.com/es/photos/escultor-iglesia-mil%C3%A1n-italia-705890/

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