Ellos o nosotros
XLIX Edición23 de mayo de 2022Ellos, nosotros. Parece claro. Los míos, ¿los nuestros?, lo expresan con seguridad, no dudan. Ellos, no lo sé, tal vez posean la misma certeza. A nosotros todo, a ellos, nada. Un credo sencillo, en teoría fácil de seguir; ni siquiera debo preocuparme por ellos, nada de hacerme preguntas desde la empatía. Nosotros no nos mezclamos con ellos, no los tratamos ni pensamos en ellos, aunque los nombramos todo el tiempo.
Me lo han remarcado mucho en estos días, deben sospechar de mis últimos movimientos, por más que nadie del círculo los conoce; el espionaje está instalado entre nosotros, es algo tan normal como los saludos y los consejos. La cosa se ha profundizado, alternar con ellos implica quedar fuera del grupo de nosotros, un juicio ejecutivo, una sentencia sin instancia de apelación. Me pregunto qué pasa cuando quedás fuera del nosotros, y no entrás en el ellos; ¿caerás en el Limbo?, ¿vivirás aislado como los leprosos en la Edad Media? Quizá, de poder hacer estas preguntas a alguna de las nuestras, no haría lo que estoy haciendo; imposible plantear estas cuestiones en un grupo de conversación, sería señalada y proscrita de inmediato.
Debo vigilar mis pasos cuando estoy en la calle, estudiar cada comentario en las redes sociales antes de responderlo, no sea cosa que esté hablando con ellos. Me siento observada cuando salgo a hacer las compras, me hago la imbécil cuando quien saluda me deja dudas; no los he aprendido a distinguir. Mis perfiles sociales han duplicado, o triplicado sus visitas; son los nuestros, que siguen mis intercambios. Nos hemos vuelto policías de nosotros mismos, me he visto tentada a imitar esa conducta vigilante; ¿cuánto tardaré en ceder y pasar a leer con avidez cada palabra de mis amigas buscando una delación, un paso en falso? No quiero ser así, no quiero ser policía, vigilante, o espía. Me estoy sofocando, tengo pesadillas donde mis mejores amigos me vuelven la espalda, y ellos, riéndose, se alejan de mí una vez que quedo sola.
Eso, cuando consigo dormirme; soy presa fácil para el insomnio cada vez que recibo un WhatsApp que no llega por vía de nuestros grupos, seguros y confiables. He perdido peso y fumo el doble. Me he sorprendido cubriéndome la boca para ocultar la sonrisa que me provoca un meme de origen desconocido. ¡Y estoy en casa, sin testigos! Temo que hayan hackeado la cámara web y me controlen desde allí.
Pertenecer se ha vuelto costoso en términos de paz mental, al punto que ya no consigo soportarlo; los ansiolíticos parecen haberse rendido, o desertado, ya se me confunden los calificativos. Consumo té de tilo en tal cantidad que temo estar propiciando la extinción de la especie. ¿Hasta cuándo puede una resistir esa vida? Es un acierto lo que hago, el cuerpo humano tiene un límite para soportar el estrés; me lo repito para sostener la decisión.
Ellos, nosotros, ¿por qué para mí no es tan simple? Me es imposible distinguir, en un desconocido, a cuál de los grupos pertenece. Mi amiga Paula insiste en afirmar que es una cuestión de sentido común, ¿habré perdido el sentido común? Me da miedo abrir la puerta y que el pibe del delivery sea uno de ello, por más que llamo solamente a los números que comparten en el grupo. No tengo garantías, se producen cambios de personal todo el tiempo, ¿cómo hago para estar actualizada? Sufro palpitaciones cuando suena el celular con una notificación.
Nosotros no somos como ellos; ¿cómo son ellos, digo yo? Lo he intentado, lo juro, me he esforzado en comprender, en grabarme los síntomas que deduzco de las descalificaciones que los nuestros publican sobre ellos. No he tomado mi decisión a la ligera. Pero, por más energía que involucre en el proceso, no comprendo los códigos, no entiendo; sus conductas me parecen iguales a las nuestras.
Me ha costado horrores tomar una determinación, tiemblo de pensar en las consecuencias que me acarreará. Tengo miedo, lo asumo, pero no tengo más remedio que ejecutarla, antes que esta cosa me asfixie. No voy camino a la lavandería con dos maletas de ropa sucia en el baúl, como subí hace diez minutos al Instagram; me escapo en busca de una atmósfera respirable.
He cambiado el chip del celular, tengo un número nuevo, sólo lo conoce la nueva jefa, me estará esperando para empezar hoy mismo la nueva vida. Estimo que llegaré a eso del mediodía. Nuevo trabajo, nueva ciudad, seré una mujer anónima en un mundo sin divisiones tajantes, sin nosotros ni ellos, una mujer libre de caminar sin volver la espalda, de hablar con quien quiera, de lo que sea. Un nuevo comienzo para mi vida, una nueva oportunidad.
La ruta está tranquila, acelero confiada. Noto que mejora mi respiración, se me abren las narinas, se extiende el pecho. Son más ligeras las contracturas en el cuello y en los brazos. Todavía no he resuelto qué haré con mis amigos más queridos; los demás, darán por seguro que me pasé a ellos. Supongo que la distancia hará más difícil entender las referencias de las conversaciones; sufriré un período solitario hasta que me rodee de nueva gente, lo tengo asumido. Es un precio que pago con gusto para librarme de la antinomia que no me permite ser. Alguno argumentará que puedo dar batalla; no todos tenemos alma guerrera, yo no estoy preparada para la confrontación, menos cuando el mero hecho de confrontar, ya te deja afuera del nosotros. ¿Qué hago todavía pensando en el tema?
Necesito visiones optimistas. Poner kilómetros de por medio y volverme ilocalizable, de poco servirá si mi mente continúa atrapada en esa antinomia absurda. Está bien, hay un duelo que elaborar, lo entiendo, pero debo empezar a interesarme en otras cosas cuanto antes, mi salud lo exige. Ahí va otra vez. ¿Por qué doy un salto si este llamado no puede provenir de mis amigos? Me va a costar acostumbrarme a recibir comunicaciones libres de prejuicios, cuyas respuestas no supongan un examen de pertenencia. Preguntas y contestaciones simples, sin sospechar segundas intenciones escondidas en palabras de apariencia inocente.
El teléfono no ha vuelto a sonar, debe ser un mensaje. Tiene que ser de Gladys, mi supervisora; ¿qué espero para leerlo? Basta con estacionar unos minutos, no demoraré tanto. Es un mensaje de Gladys, por supuesto.
«Te esperamos con muchas ganas de conocerte, Cristina. Igual, vamos a darte unos días para que te instales. Nosotros no somos como ellos, nosotros pensamos en el bienestar de nuestra gente».
Créditos de la imagen: Pixabay, Anthony-X, https://pixabay.com/photos/graffiti-wall-berlin-escaped-643065/
Escritor y actor argentino. Publicó las novelas “Soltando la mano”, “El cadáver disfrazado”, “La puerta de Sierras Bayas”, “Mercancía sin retorno”, entre otros libros. Cuenta con más de quinientas publicaciones en Hispanoamérica, a través de antologías de editoriales y en revistas. Entre otros premios, obtuvo Premio Novela Corta “La verónica Cartonera” (España), 2019 y 2015; Ganador VII certamen de microrrelatos de Montserrat (2022);Premio teatro mínimo “Rafael Guerrero”.
Qué calamidad, quienes son?
Dónde están?
Seré una de ellos