Al otro lado de las nubes
XLIX Edición23 de mayo de 2022Una mujer caminando por las calles de una ciudad húmeda. Llevaba un pañuelo alrededor de la cabeza. Sobre las gafas le caían gotas de lluvia. Iba luchando contra el viento que le empujaba amenazando su equilibrio. Tenía frío y estaba cansada de andar, quería entrar en un café. Entró en uno cualquiera y se sentó frente a una mesita redonda de madera, al lado de una cristalera con vistas a la calle. Lo primero que hizo después de sentarse fue limpiar las gotas de lluvia que habían caído sobre sus gafas. Se le quedaron limpias y brillantes, ahora podía ver con claridad los límites del exterior. ¿Qué le pongo señora? Le preguntó la camarera hablando con sus pequeños y redondos dedos. Un café solo, con azúcar, por favor, pidió la mujer en contra de las indicaciones de su médico. Con los pies fríos miraba a través del cristal, miraba a la gente andando bajo la lluvia. Miraba el cielo encapotado. Las nubes grises lo cubrían todo y tenían tal densidad que parecía que el cielo azul había dejado de existir. Como si el sol fuese tan sólo una ilusión. De repente se sintió triste, un sentimiento aletargado. Las nubes grises cubriendo todo su cuerpo. En ese momento la camarera le sirvió la taza de café. Le reconfortó sentir la calidez del líquido en su interior. La visión nostálgica de la ciudad en constante lluvia se le hizo más llevadera. Su ciudad siempre fue así, de lluvia, mar y viento.
Había crecido allí, amaba la ciudad, el mar y amaba también sus gentes. El calor del café le despertó un extraño ímpetu. En un arrebato de aventura se le ocurrió salir de viaje y pensó que debía ser esa misma tarde. Así que sin pensárselo dos veces fue a su casa, hizo sus maletas y se subió a un avión.
Sentada entre tanta gente vestida de colores vivos, la mujer destacaba por su sencillez. De repente se acordó de que se le había olvidado su laca de pelo. Se tranquilizó pensando que podría comprarla en el lugar a donde iba y continuó mirando a través de la ventanilla con sus ojos agrandados por los cristales de las gafas. Qué suerte, pensó, me ha tocado ventanilla.
Conforme el avión iba subiendo, la ciudad se iba haciendo más pequeña y el agua de la costa se iba volviendo verde-marrón, el color del mar bajo el cielo encapotado. El gran río partía la ciudad en dos y el puente las conectaba, desde arriba parecía tan frágil como un hilo. Qué hermosa es mi ciudad, dijo la mujer en voz alta casi sin darse cuenta. Vio a lo lejos cayendo sobre la ciudad unos destellos, eran rayos de luz que habían conseguido atravesar el espesor de la capa de nubes oscuras. Con esta última imagen, el avión atravesó el cielo gris. Y vio el otro lado. Un cielo azul intenso y un sol poderoso que caía sobre una alfombra de nubes blancas. El cielo opresor se había convertido en grumos de harina blanca mal mezclada. Pensó en su pastel de manzana y en el placer de meter las manos en la harina para mezclar la masa. Por un momento le sorprendió la fuerza del sol, no tanto por la fuerza, sino por su presencia al otro lado. No era la primera vez que cogía un avión, sin embargo, era la primera vez que tomaba conciencia del sol en sí. Apenas, hacía unas horas, sobre la calle el sol era tan sólo una ilusión. Había atravesado el límite del cielo. Y por un momento pensó en lo extraño de cruzar al otro lado. Las nubes tupidas como un desierto blanco que se pierde en el horizonte y el sol cayendo sobre un fondo de destellos dorados, rojos-naranjas y más arriba, todavía azul. Todo esto veía la mujer a través de la ventanita con la cortina sin correr.
El sol caía para dar paso a la oscuridad profunda de la noche. Y ahora, frente a la oscuridad. Su presencia no había dejado de ser, sabía que estaba allí al otro lado, aunque ya todo fuese oscuridad.
Despertó de su ensimismamiento con el estornudo del hombre sentado a su izquierda. Levantó la vista y vio el carrito de las azafatas. Qué bien, pensó, ya traen la comida.
Créditos de la imagen: Pixabay, StockSnap, https://pixabay.com/photos/airplane-rain-wet-window-wing-2630894/
(Elche, 1988) Ha publicado en el 2017 la novela corta “El Grito” con Ediciones Carena, editorial con sede en Barcelona. También ha publicado varios relatos cortos en revistas literarias.
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