LXIII Edición: Temporada de lluvias

El penitente

Era viernes de pasión cuando el hombre entró en aquel pueblo. Sus habitantes, desde temprano, se afanaban en la preparación de las procesiones y pasos que acompañarán a la figura de Cristo crucificado en la estación de penitencia.

Los acólitos preparan los ciriales e incensarios. La canastilla está ricamente tallada y puesta en el armazón de madera. Los nazarenos, vestidos con sus túnicas y cubiertos por el capirote y antifaz. Entre tanto, los penitentes portan cruces de madera –y descalzos— van ataviados con túnicas y antifaces. Mientras, los costaleros se han colocado el costal y están atentos al capataz para cuando ordene la levantá, haciendo sonar el llamador.

Cuando se da inicio al recorrido, el hombre que ha estado observando se despojó de su camisa y -usándola como costal- se unió a los costaleros que ya habían comenzado el paso. El peso del cajón y la canastilla es enorme, pero el hombre está dispuesto a soportarlo. Es un peso que hace bien, reflexiona.

No ha querido estar junto a los penitentes, pues humildemente cree que no lo merece. No cualquiera es penitente, aunque es uno de ellos. El hombre, que se sabe otro Judas, está ahí para expiar sus pecados y cree firmemente que ésta es la mejor manera de lograrlo.

A cada paso añorando en secreto volver a ser niño. Lágrimas gruesas surcan su rostro, y soportando la carga con fervor, se arrepiente de sus pecados. Quiere ser como el Cristo en agonía que lleva en andas, pero es sólo un hombre, un hombre que durante su vida ha querido ser bueno y no ha podido. Sabe con certeza que el año próximo volverá a la estación de penitencia. Ahora, en silencio, es parte de la cofradía que avanza por la calle acompañados por la marcha.

El paso se detuvo. El hombre está atento. Desde un balcón el cantor entona La Saeta que llega a lo profundo de su corazón y, por algunos minutos, lleno de un sentimiento de profunda veneración, ha creído estar salvo mientras escucha: “Dijo una voz popular, quién me presta una escalera para subir al madero, para quitarle los clavos a Jesús el Nazareno… ¡Oh la saeta el cantar, al Cristo de los gitanos, siempre con sangre en las manos, siempre por desenclavar…”

Créditos de la imagen: Pxhere, https://pxhere.com/es/photo/723216

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