No soy lo que hice
XXXII Edición26 de julio de 2021Sentado en el piso, con la espalda apoyada contra la pared, Lucas abraza sus rodillas. Los ojos son dos lagos oscurecidos por el rastro escurridizo de su memoria. No es ciego, pero el único color que ve es el negro. A veces, evoca el gris del dolor y el rojo del odio.
—Qué linda campera, Lucas –dijo Diego una vez-. ¿La compraste en liquidación y no había tu talle?
—No, Diego –dijo Yohana-. ¿No ves que se la cosió la madre? La hizo más grande por si engorda. Así le dura más.
Una catarata de piedras se estrelló contra su pecho. Bajó la cabeza y siguió caminando por el pasillo de la escuela. Nadie miraba. Nadie alcanzaba a entrever el dolor bajo las ropas oscuras. Nadie escuchaba el grito de agonía. Un pedido de ayuda teñido de negro.
Hoy el viento le desordena el cabello y le acaricia la barba. Pasa el tiempo en silencio, mientras recrea sus lecturas de los filósofos que teorizan sobre el sentido de la vida y de la muerte. Aquí no le permiten tener esos libros, pero él no los ha olvidado.
“No soy lo que hice. Soy lo que me hicieron”.
—¡Dejá de perder el tiempo leyendo esas porquerías! -decía su padre-. Te venís conmigo a la práctica de tiro. Vas a aprender a hacer cosas de machos.
—Dejame en paz. Si querés tirar, andá vos. A mí no me interesa.
“Me tuve que callar para no perder más dientes, pero él no se reía y yo prefería las trompadas antes que las risas”.
Ahora también calla. No tiene nada que decir. Hace mucho tiempo sí tenía, pero todos fueron sordos.
—Che, Lucas, ¿viste que Julio Bocca va a bailar en la Fiesta del Milenio? ¿Por qué no te armás una coreografía y lo acompañás, vos que te movés tan bien?
—Dale, Lucas –dijo Yamila-. Yo te ayudo. ¡Vení, no tengas vergüenza!
En sus oídos, bramó el rojo de las turbinas de un avión.
Veinte años después, nadie piensa en los festejos que acompañaron la llegada del año 2000, pero a él suelen visitarlo las imágenes. Flashes. Sombras.
“Cuando yo decía ‘basta’, era peor. Mi cara, el pelo, los dientes… Nadie les dijo ‘basta’ a ellos. Y yo no podía. No podía. Pensar en matarme me daba paz”.
Ahora, sus días son monótonos. No son la sombra fresca de la muerte, pero se le parecen. Los demás no lo miran ni se burlan. Él jamás lo haría. Aprendió muy pronto lo que es la angustia. Durante años la lluvia de piedras taladró su alma.
“Después de tantos años, no tendría que soñar más. Me despierto con dolor en el estómago, pero después me acuerdo y me vuelve la tranquilidad”.
—¿Para qué gasto en mandarte a estudiar? ¡Mirá las notas que traés, idiota!
Cuando los golpes estallaban, el mundo se volvía gris.
“Era un bruto, pero no se reía de mí”.
Lucas distingue el bien del mal. Sus lecturas le sirvieron para eso.
“En la cabeza sé que lo que hice está mal, pero en el pecho siento alivio”.
Sabe por qué está allí, pero está convencido de que lo que hizo fue consecuencia de muchas acciones ajenas. A esa mañana fatal le antecedieron otras igualmente feroces. Lo fueron matando poco a poco. Lo mataron sus pares con cada gesto, con cada burla. Lo mataron los mayores cada vez que rehuyeron su mirada, cada vez que le dieron la espalda.
Después, todos juzgaron. Lo señalaron. Lo condenaron.
“Yo fui la primera víctima, pero el homenaje fue para ellos. Hasta les hicieron esculturas en una plaza. Nadie se preguntó qué hicieron ellos, qué me hicieron, por qué hice lo que hice”.
En su soledad, el quejido se fue haciendo aullido; el torrente, garganta; el vértigo, oscuridad.
“Yo fui más piadoso. Lo hice rápido. Sin torturarlos”.
Su desesperación respondió con el olor de la pólvora, con el metal caliente. Y gritó la Browning y gritó el desahogo y gritó la sentencia.
“Yo pensaba matarme después, pero no me dieron tiempo. Me sacaron el arma y me llevó la policía”.
Los cuerpos de Diego, Yohana y Yamila quedaron tendidos en el piso del aula. El rojo y el gris se fueron transformando en el negro que hoy es la vida de Lucas en el hospital psiquiátrico donde fue recluido. Ya no oye risas. Se siente en paz. Excepto cuando sueña.
Créditos de la imagen: Pixabay, RyanMcGuire, https://pixabay.com/photos/man-strange-male-funny-face-794514/
Nací en un pueblito ubicado en el corazón de la República Argentina, de esos tan tímidos que apenas se atreven a asomar en los mapas. Psicopedagoga de profesión y escritora por vocación, rescato hilos de memorias y tejo coloridas urdimbres con novelas familiares (mías y ajenas). A veces me pregunto si mis ancestros (o los de otros) saben cuántas cosas saqué a la luz y me están esperando para sermonearme.
¡Impresionante! ¡muy bueno!
Muchas gracias, Rosario. ¡Un abrazo!
Maravilloso!!!!! Me conmovió mucho….felicitaciones Liliana!!!!….orgullosa de vos!!!
¡Gracias, prima! Está inspirado en una historia ocurrida en nuestro país hace muchos años, que me resultó impactante. Estuvo dándome vueltas y vueltas y, al final, la pude plasmar en un cuento.