Ella y sus ojos blancos
XXX Edición21 de junio de 2021Somos dos mujeres mirándonos a los ojos, de alguna manera los suyos siempre parecen más blancos al igual que sus dientes, su piel es negra, la mía bronceada y quemada por el sol, somos diferentes pero iguales. Ella es de color negro claro, resiste mejor el sol y el trabajo duro, en sus ancestros pesó la esclavitud y hoy pesa el racismo. En mis ancestros hay una mezcla de colonizados, colonizadores y emigrantes.
Me gusta pasar tiempo con ella, todo lo que hago o cocino le genera curiosidad y yo cuando la escucho pienso – la evolución humana comenzó en África, por su sangre corre la fortaleza de la humanidad – admiro su resistencia física y su adaptabilidad, pero la mayoría de ellos aquí se han integrado al mundo capitalista aún como esclavos modernos, en palabras no tan fuertes, le digo – este nuevo sistema económico reemplazó a la comunidad por el mercado y a familia por el capital, pero la raza negra resiste – y si…ellos resisten tanto que son invencibles en los maratones.
Conozco tan poco de ella que no me atrevo a tutearla, es dos años más joven que yo pero cuando la escucho siento su presencia de madre madura, la veo de reojo cargando a mi hija de 10 kilos con un solo brazo, mientras mueve los frijoles con la otra mano…no tengo miedo a que estén tan cerca de la estufa. Cuando la conocí, lo primero que hizo fue mirarme fijamente a los ojos, a diferencia de muchas otras mujeres que he conocido – ella lo hizo – una especie de mensaje telepático me fue transmitido, en este telegrama me decía – no estas sola en este pedazo de desierto urbano – a pesar de todas sus capacidades, debo admitir que soy mejor cocinera – le digo – ella solo se ríe y lo acepta, me confiesa que por talla corpulenta necesita más carbohidratos que una mujer promedio, que por eso ella no pierde tanto tiempo cocinando, me dice – lo mío es comer y no cocinar – tiene razón.
Hoy jueves veo sus ojos blancos, ella que está frente a mí y – suspiro – es el último día que pasamos juntas, me cuenta que tiene que enviar dinero a casa porque las restricciones COVID han dejado sin la posibilidad de ir a la escuela a sus hijos, tampoco se ofrecen clases en línea, me dijo que la comida no es un problema, porque en Uganda cada vez que sus hijos tienen hambre pueden comer mangos, plátanos y muchas otras frutas que caen de los arboles, que a veces hasta se pudren en el piso. Todos los servicios cuestan, es decir necesitan dinero, pienso – que inventó tan ocurrente aquel del efectivo – me dice que Uganda de hambre no se mueren. Le digo que siento mucha empatía por lo que esta pasando y por lo que ha pasado, pero no la realidad es que no sé lo que se siente ser negra, como ella.
Si yo también fuera negra le diría que somos más fuertes físicamente que los blancos, que nuestra piel resiste el sol y que no necesitamos bloqueador, que nos adaptamos más rápido en los climas cálidos, que los explotadores asiáticos no parecen mejor opción que los europeos, que el color lo llevas en el alma y no en la piel. Sin embargo, no lo digo porque no soy negra, soy latina, también fuimos colonia – es lo único que puedo decirle – pero la realidad es que no tengo ni la menor idea por lo que ella ha pasado o estará pasando. Respira – me digo – trato de no llorar y la veo, me preparo un té y le hago uno, con miel y leche, si ya no la veré más aprovecharé para escribir sobre ella y hacerla parte de mis memorias. Escucho mientras le canta a mi hija en su lengua, pienso – el tono de voz de cualquier mujer negra que he escuchado es música para mis oídos, es dulce de leche para mi mente – quisiera que esa canción permaneciera como banda sonora en mis momentos de crisis cuando extraño a mi mamá, al menos en las memorias de mi hija quedará esa voz tan de ella, la mujer de los ojos blancos y piel negra.
Créditos de la imagen: Pixabay
Me gusta la naturaleza más que la ciudad, disfruto la montaña tanto como el buen maté en el frío. Los animales son mis mejores amigos, montar en bicicleta mi pasatiempo favorito. Escribir, viajar, cocinar, leer y compartir lo considero parte indispensable de mi vida. Cambiar la manera en la que vivimos, consumimos y producimos es mi sueño utópico. Aislarme mi refugio inevitable, tomar té de jengibre y tocar la flauta, me gusta tanto como estirarme por las mañanas cuando creo que soy un gato.
¡Relato conmovedor de sororidad! ¡Felicidades Tusita!