Un humano exquisito
XXIV Edición15 de marzo de 2021Parte de la colección “Textos sobre textos”
Básicamente, después de dormir la siesta me levanté de mal humor. Siempre me pasa, porque pienso que los cuentos son cosas inicuas. Palabras y palabras de algo que el lector va sospechando y que al final confirma; y eso, la confirmación, increíblemente, le produce una sorpresa: vaya, si yo tenía razón. El viejo en la bañera, que uno espera que no se caiga y no se muera, ese viejo, al final, sí que se muere. Pero si todos lo sabíamos de antemano, porque todos, digo todos, o casi todos, sabemos que un viejo, una bañera y un jabón equivalen a una muerte. ¿Por qué entonces no salvarlo? Pues ésta es la sorpresa: esta vez el viejo… también se muere. Infinidad de cuentos de esta índole. Después de leer y leer, uno piensa que a nuestra generación no le queda nada por contar si no es con una “estructura” A-B.
(Punto y aparte: yo creo que en buena medida, la culpa de todo esto la tiene Ricardo Piglia, el gran escritor argentino a quién se le ocurrió decir que un cuento se compone de una historia A, que es la que vemos, y una historia B, que no se percibe, pero que al final nos da una cachetada.)
Así que hoy, si un cuento no tiene A-B, es otra cosa. Aunque la verdad es que para el público lector lo que sea que sea esa cosa que llamamos “cuento”, se define en relación a la novela. Esta sería la primera verdad: una novela es más larga que un cuento. Nadie lo pone en duda, y hasta aquí todo el mundo contento. Tenemos un A-B y unas pocas páginas. Sin embargo se produce una dificultad de lectura cuando estamos frente a una novela breve. Muchos dirán que es un cuento, ¿no es así? Y si estamos ante un cuento largo, ¿no se dirá que es una novela breve?
Y por estas cosas me levanté de mal humor. De manera que me preparé el mate, esta vez con yerba “Mañanita”. Y mientras llenaba el termo, hablábamos con Vero de lo cara que está la yerba, 500 pesos el kilo, un verdadero robo misionero. Estas conversaciones con Vero, que con gran ignorancia se llaman cotidianas, me causan un bien poético al alma: me hace feliz el discurso de lo simple, de lo concreto, de lo cercano, que sólo vemos con claridad cuando estamos por morirnos. Me hace bien saber que la yerba puede llamarse “Mañanita”, y que yo la tomo aunque sea la tarde; que cueste cara, porque entonces yo consumo cosas que tienen bastante valor; y que la mayor parte de la yerba se produzca en la provincia de Misiones, lo que me lleva a Rodolfo Walsh y su nota “La Argentina ya no toma mate”. Yo creo que los escritores, argentinos, uruguayos, paraguayos, y sobre todo exiliados, generalmente, tomamos mate.
Volvamos al elemento A y al elemento B. Hay alguien contando un cuento infantil a una personita que está por dormirse. Esa personita interrumpe la narración, pregunta cosas, se enoja con algún personaje de la historia, emite opiniones todo el tiempo, propone un final diferente, se enoja con el protagonista de la historia. Finalmente, esa personita que está por dormirse no es un niño, es la abuela del joven narrador del cuento. Puaj. Este elemento sorpresa -la historia B-, que en el cuento se ha transformado en una salida clásica, incluso, ay de mí, festejada como signo de ingenio, no es necesario en una novela. El buen Cortázar decía que una novela gana por puntos, y un cuento por nocaut. Tal vez lo decía por esto que se me ocurre ahora.
Hago un paréntesis, (). Si alguien me pregunta, la yerba “Mañanita”… no la recomiendo. Es cara, es amarga al principio, y se lava apenas uno toma el tercer mate. Parece pueril que dé este consejo. Pero estamos en una sociedad de consumo. Y tal vez la palabra de un escritor haga pensar un poco. Digo, al fin y al cabo, no debemos dar lugar a que nos aconsejen las empresas empaquetadoras. Un escritor, que toma mates, tres o cuatro veces por día, bien puede sugerir la yerba que ha de usarse. Un autor como yo, que vive en un insilio, es decir en un exilio interior desde que se le ha ocurrido visitar al médico hace tres meses, creo que tiene suficiente autoridad para recomendar una marca de yerba. No nos reiríamos si lo hiciera un futbolista, en un spot publicitario. Sin embargo, parece raro, incluso jocoso o irónico, que yo esté dando opiniones sobre el asunto. Pero ¿para quién tendrá más importancia este tema? Recordemos a Julio Cortázar incitándonos a tomar yerba “Cruz de Malta”. Y saquemos esta cuenta. ¿Cuántos escritores, intelectuales o público lector de clase media, empezó a tomar “Cruz de Malta” después de leer “Rayuela”? No tengo estadísticas, pero seguro que muchos, muchísimos, incluso yo mismo. Pero ahora, hoy día, en mi caso, digo que para yerba nada mejor que “Playadito”.
De manera que yo detesto los cuentos. Prefiero los relatos, que no te llevan a nada. A lo mejor te sirven para pensar, y no simplemente para entretenerte como un bobo. A mí me gusta la simpleza. Qué va, como dicen los peninsulares. De manera que casi siempre comienzo mis relatos con un ejemplo, que, en sí mismo, no lleva a nada. Luego, ese relato se encadena con ciertas proposiciones también simples, pero de mucho detalle. Más tarde desafío al público con apreciaciones innecesarias, es decir, conecto el relato inicial con asuntos con los que no hay un vínculo evidente, y finalmente, hablo sobre los autores que se han referido al mismo tema que yo, pero de distinta manera. En realidad, por eso me levanté de mal humor. No se me ocurre relato alguno. Y por eso me la agarro con los pobres cuentos.
Que un cuento gana por nocaut, tal vez no signifique que es más breve que una novela, sino que es más simple. Es un gancho, o un directo. Pero hay cuentos, como algunos de Borges, que tardan en “aprehenderse”, perdón que use esta palabra vieja. La mayoría de las personas deberá luchar con “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”. Lo leerá en diez minutos, media hora, qué sé yo, puede ser. Pero un cuento como este requiere otra cosa: estudio, algo que generalmente los cuentos no reclaman, salvo a los especialistas.
Yo estoy admirado con un cuento largo que me parece maravilloso: “Cadáver exquisito”. Lo recomiendo fervorosamente, aunque ya no precise de incentivo. Es un éxito en todo el planeta. Pero a lo mejor alguno de mis conocidos, o de mis lectores, no lo leyó. Así que como recomiendo una yerba, me parece valioso recomendar un cuento. El cuento debe tener unas cincuenta mil o sesenta mil palabras, y se vende como si fuera una novela. Estupendo. De hecho, la historia de este cuento comenzó cuando Agustina Bazterrica, su autora, lo presentó al Premio Clarín de Novela y… obtuvo el primer lugar.
“Cadáver exquisito” cuenta de gente que se come a otra gente, ¿nos suena, no? Es una historia en la que seres humanos privilegiados comen a otros seres humanos, cuál si fueran vacas. Marcos Tejo, el protagonista, es alguien que pertenece al sistema caníbal. Es empleado jerárquico en un frigorífico, y como parte de su tarea debe recorrer todo el sistema productivo que lleva a que en el vientre de una persona, termine otra. ¿Lindo, no? Tejo hace las veces de guía turístico dentro de la narración: su función es contar lo que ocurre en cada lugar. Es decir, la narración se vale de este personaje para mostrarnos qué sucede en una curtiembre, qué en un criadero, qué en las carnicerías, y finalmente, cómo se trabaja en un frigorífico en el que, así como así, se matan y descuartizan seres humanos.
Me levanto y voy a la cocina, vacío el mate, después abro la canilla del bidón y lleno la pava eléctrica, luego la enciendo y la llevo a un punto medio entre caliente e hirviendo, y por último lleno el termo. Afuera se escuchan los ladridos de Sol. Miguel y Raquel se fueron a descansar unos días a Córdoba, y nos la dejaron para que la cuidemos. Ayer casi se come a la pobre Juana. En mi intento por salvarla, quedé con unos cuantos rasguñones. Así que hoy no dejamos entrar a Sol a casa. Aunque a la mañana la sacamos a pasear por nuestra placita, nuestra patria grande. Y aquí estoy, nuevamente, pensando en el tema del relato que quisiera escribir.
Un dato. Bazterrica ha hecho una investigación “de aquellas”, como decimos en Argentina. Resulta que los humanos que otros humanos comen, desde luego no se llaman “humanos”, sino “carne de primera”. Y los procedimientos que conducen esta “carne de primera” a la boca de los consumidores, son los mismos que se practican hoy con el ganado. Para el lector que no conoce los términos, los usos, las costumbres, los procesos, la cotidianidad de un criadero de animales, de una curtiembre o de un matadero, todo le resultará una novedad. Pero Bazterrica ha investigado este tema, y todo lo que ella dice que le pasará a la “carne de primera” es lo que, actualmente, le acontece a las vacas. Es decir, donde debía decir “res” o “vaca”, ella puso “ser humano”, “hembra”, o bien “carne de primera”. El efecto que causa este procedimiento es el de un fuerte rechazo a seguir comiendo carne vacuna. Cuando junto con Marcos Tejo asistimos a la carnicería caemos en la cuenta de que Bazterrica no ha omitido detalle de los procedimientos que culminan con un trozo de “carne de primera” en los estómagos de los que tienen un lugar de privilegio en el sistema en el que ella nos ha metido. Evidentemente, es todo repugnante.
Y entonces aparece la veta cuentística de Agustina Bazterrica. En el preciso momento en que el proceso productivo de la sociedad come humanos empieza a ser un poco reiterativo, y uno va admitiendo que repugna, comienza a emerger el otro mundo de este buen hombre, Marcos Tejo. Resulta que le regalan una “hembra”. Obviamente para que se haga un asadito. Pero Marcos Tejo no se atreve a matarla. Así que la mete en un galpón y la alimenta.
Esta historia más personal de Tejo, de su vaquita humana guardada en su galpón, incluye otros ingredientes tales como un padre internado, un hijito muerto, una hermana asquerosamente carnívora y una esposa que lo ha dejado al pobre, solo, y con la cunita del hijo que ya no estará. Esta es la historia B del cuento, que cumple la función que nos enseñó Ricardo Piglia: es la historia que al final emerge descaradamente para sorprendernos. Y aquí está la originalidad de Bazterrica. Lo que otro hubiera contado en cinco mil palabras, ella te lo estira a cincuenta mil o sesenta mil. Es un cuento distinto. En “Cadáver exquisito” uno aprende dos cosas: cómo se mata una vaca, y cómo un cuento puede funcionar como una novela. Y cómo eso… sí que da gusto devorarlo. He salido un poco a ver el sol debajo del parral. Estoy tratando de despertarme. Ya tomé mate dos veces, y nada. Mi cabeza no va ni para aquí ni para allá. La verdad es que hace tres meses que vengo así. Vero me dice que no me haga problema, que a lo mejor esto va a pasar como una historia más de las que cuento. Está un poco nublado, así que el sol apenas se cuela entre las nubes, antes de que sus haces atraviesen las hojas del parral. Hernán ha estado haciendo asado, y se nota que todavía están comiendo, porque el humo llega hasta aquí abajo. Así que los rayos de sol se transforman en verdaderas espadas de un azul brumoso y ondulante que hieren el parral. Me paro justo por donde pasa una de esas luces. Y me dejo estar.
Créditos de la imagen: Pixabay, https://pixabay.com/photos/telephone-telegraph-pole-wire-1822040
Soy historiador, pero hace algunos años escribo: novelitas, relatos y cuentos. Todos los días le doy un poco a las teclas de la compu y ésa es mi alegría. Los fines de semana canto tangos en peñas de amigos, y cuando me queda tiempo, estudio la carrera de letras. Profesor de Historia egresado de la Universidad de Buenos Aires. Adscripto al Instituto de Literatura Hispanoamericana. Editor de la revista Círculo de la Historia. Textos míos se publican en España, Francia, México, Chile y Argentina […]
Deja un comentario