La soledad y el capital
XIX Edición (Temática: Soledades)04 de enero de 2021Joaquín se encuentra sentado, un hombre que apenas pasa los 35 años, un poco alcohólico y solitario. Está sentado viendo a la gente pasar en una tarde noche de un sábado frío de diciembre. Él esta pensando en que su rutina es parte de un ritual para dejarse morir. Mientras se encuentra sentado en aquel restaurante uruguayo de la colonia Narvarte comiendo un corte de carne vacío a termino medio y mientras remoja su pan recién salido del horno en aceite de olivo con vinagre balsámico. Bebe su cuarta y última copa de un cabernet cualquiera… No le alcanzaba para mucho.
Él se decía a sí mismo – la humanidad ha perdido el rumbo de la vida y morir no es necesariamente malo o bueno, pero lo que sí, es que hemos perdido la soberanía para decidir cuando hacerlo. El mismo Foucault se cuestionaba si el suicidio era necesariamente algo malo. El mesero se acerca. Le pregunta -¿Algo más que se le ofrezca, Sr. Joaquín?- Joaquín simplemente lo mira y le responde no con un movimiento de cabeza, mientras lleva un gran pedazo de carne roja y con sangre a su boca. El mesero, un cuarentón de nombre Julián que llevaba ya cinco años trabajando en ese lugar, le pregunta al cocinero más viejo -¿Cómo cuántos años lleva viniendo el Sr. Joaquín a este lugar?- El cocinero de nombre Arturo le responde –uy, desde que abrimos, es hijo de la Sra. Miriam, una libanesa que llegó a México cuando era pequeña. En esta zona hay muchas familias libanesas.- Julián nunca había visto a Joaquín con nadie, tampoco leyendo un libro, el diario, hablando con otros comensales. Joaquín sólo se sentaba ahí todos los sábados, pedía lo mismo siempre y a veces tomaba hasta dos botellas de vino él solo. Se retiraba con la boca morada por la tintura del vino de mala calidad. Sus dientes cada día se veían más negros, cuando tomaba más de una botella de vino comenzaba a fumar sin parar.
Joaquín está por terminar su carne, no quiere que eso pase, como un niño que no quiere que su helado se acabe. Él no quiere volver a casa a hablar con su madre en árabe y prepararle su té de anís. Quiere simplemente no escuchar, no reír, no hablar, es más quisiera hasta dejar de respirar y sólo sentir como su cerebro se entume poco a poco por el alcohol. Joaquín piensa en este momento, antes de terminar su carne: el capital prolonga la vida. No por preservar la humanidad si no por prolongar el capital humano y sí, Foucault tenía razón, el suicido no es malo. Yo quiero decidir cuando y como morir, así podré morir feliz, podré decidir cuando hacerlo y sobre todo con este último pedazo de carne que llevaré a mi boca, con este sabor y placer. Joaquín se para de la mesa y deja una propina inusual, porque el solía ser uno de los comensales más tacaños. Julián corre a la cocina sorprendido al ver más de mil pesos y le grita a Arturo –vaya, hasta que ese codo cabrón cortó una florecita de su jardín, pinche güey raro y codo.-
Ése fue el último sábado que Julián y Arturo vieron a Joaquín en aquel restaurante. Pensaron que quizás él habría escuchado aquel comentario que Julián dijo o que quizás se habría ido a Líbano. En realidad no les importaba para nada. La vida sigue –decían– y pensaban que Joaquín era uno más, un humano más que quizás nunca más recordarían.
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Me gusta la naturaleza más que la ciudad, disfruto la montaña tanto como el buen maté en el frío. Los animales son mis mejores amigos, montar en bicicleta mi pasatiempo favorito. Escribir, viajar, cocinar, leer y compartir lo considero parte indispensable de mi vida. Cambiar la manera en la que vivimos, consumimos y producimos es mi sueño utópico. Aislarme mi refugio inevitable, tomar té de jengibre y tocar la flauta, me gusta tanto como estirarme por las mañanas cuando creo que soy un gato.
Me encantó, la vida es decisión de cada uno.
Vivir no siempre es existir.Ser recordado,citado,amado u odiado es vivir,existir.
Excelente