LXIII Edición: Temporada de lluvias

Akenechiualistli

El cuerpo glorificado

El cuerpo es la manifestación del principio y el fin de toda nuestra vida. Dentro de esa entidad que aparece y comienza con un manojo de células, obsesionadas por crecer y diferenciarse -obedeciendo a misteriosas premisas genéticas- acontece toda nuestra existencia.

Desde que nacemos, ese manojo de células, que ya se convirtió en una afinada y versátil y sofisticada maquinaria de vida y que se manifiesta en un cuerpo muy concreto, ahora es depositario de un nombre, de un parecido con los ancestros, de una personalidad determinada, de una misión en la vida y sobre todo de una capacidad mental a la que le hemos dado por llamar alma, espíritu, intelecto y conciencia.

Ésa es la primera dicotomía que todos en algún momento de la vida al menos hemos abrazado gozosos, crédulos de un futuro en quién sabe dónde y quién sabe cuándo y qué -por supuesto- siempre será mejor y por lo menos maravilloso, comparado con las vicisitudes y avatares de este valle de lágrimas. El cuerpo y el alma, los cuerpos como contenedores de almas, meros vehículos necesarios para que el alma trabaje por su salvación. No es necesario ser religioso para ser fieles seguidores de la dicotomía del cuerpo y el alma, hay motivos muy terrenales también para congraciarse con esta forma de darle sentido a la vida que no tienen que ver con los alientos que  una cierta divinidad imbuyó en esta concreción que es el cuerpo como, por ejemplo, los derivados de una búsqueda de la trascendentalidad histórica, la gloria y el reconocimiento post mortem cuando ya el cuerpo desapareció, pero quedó el alma, que voló quien sabe hacia donde pero que vive en la memoria de los que tuvieron la gracia de hacerse amigos de ese cuerpo con alma mientras existió.

Cuando un cuerpo muere -dicen los creyentes de esta dicotomía- el alma abandona el cuerpo, el cuerpo ya no puede sobrevivir pero el alma queda, ¿en dónde? En otro plano, suelen decir. Yo pienso que simplemente es el fin, porque como lo veo ahora y, sin mayores miramientos, lo que está atrás del alma es sobre todo el cerebro, el órgano del cuerpo en el que apareció esa singularidad evolutiva que está mas allá de la vida misma y que denominamos intelecto, la conciencia.

Entonces detrás de los pensamientos y sentimientos y discernimientos de cada uno de nosotros se encuentra un soberano poderoso, un sabio desconocido, que se llama: sí mismo, en nuestro cuerpo habita, es nuestro cuerpo.

Nuestro cuerpo entero, y sin las fragmentaciones a las que estamos acostumbrados a someterlo, y cuando hablo de las fragmentaciones no hablo de Jack el destripador o del pozolero de Iztapalapa, sino de las acciones analíticas de los anatomistas y médicos que tienen que ver con él. Desde el punto de vista científico es él, mismo en su completud y totalidad sistémica, es el medio diseñado por la evolución para que podamos relacionarnos con nuestro entorno y garantizar, por un tiempo demasiado corto y limitado para mi gusto, nuestra propia supervivencia física y a partir del hecho de la existencia de la conciencia, de nuestra supervivencia espiritual.

Es un medio tan eficaz que tenemos la certeza, al menos en los hechos prácticos y cotidianos, de que nuestro cuerpo es la parte que corresponde de la epidermis para adentro a nuestro interior y los demás es el exterior.

Ésta es la segunda dicotomía tan socorrida por el ser humano, el exterior de mi cuerpo y el interior de mi cuerpo, adentro y afuera de nosotros, lo que está afuera y lo que está adentro, la frontera epidérmica como un límite clarísimo.

De esta creencia o sensación que se vive como real se han derivado formas de pensamiento que nos han ido alejando de la naturaleza misma. La naturaleza está allá afuera como una fuente de recursos o como algo amenazante y no como algo de lo que formamos parte y que podemos percibir de alguna manera gracias a nuestros sentidos y a nuestro cerebro, a nuestra alma y a nuestro espíritu que es la parte encargada de nombrar lo que percibimos.

La cotidianeidad nos hace pensar que todo lo que vemos y sentimos es como lo vemos o como lo sentimos. Nuestro cuerpo en realidad fabrica imágenes y sensaciones que nos hacen sentir y pensar a nuestro entorno, interpretarlo exactamente como si así fuera y no como un acercamiento a algo que está ahí sin que sepamos cabalmente qué es, en todo caso, es algo que nos es provisto por nuestro cuerpo a través de nuestros sentidos y de nuestros nervios y de nuestra alma encarnada en el cerebro. Todo lo que sentimos como externo no son más que manifestaciones internas de nuestro cuerpo, las imágenes, las texturas, los fríos y los calores, los sonidos, todo está dentro de nosotros, no existe el interior y el exterior, en suma, todo es interior.

Esa otra dicotomía también es falsa, todo es nuestro cuerpo y ahí existimos, no en otro lado ni en otro contexto, nosotros somos parte del todo, un todo del que fabricamos un concepto gracias a nuestro cuerpo, el siempre cambiante vehículo del dolor y de la desazón, el vehículo del placer y entonces el sexo es casi perfecto cuando está supeditado a nuestra mente y quizás por ello la voluptuosidad es tan terrible, porque nos enseña de manera absoluta que tenemos un cuerpo. Antes de la voluptuosidad el cuerpo nos servía sólo para vivir pero después de ella sentimos que nuestro cuerpo es particular, tiene sueños y voluntad y que somos ese cuerpo y que somos parte del sol como nuestros ojos son parte de nosotros, que nuestros pies saben que somos parte de la tierra y que nuestra sangre sabe que somos parte del mar. ¿Cómo no glorificar a mi cuerpo que soy yo mismo?

Todo me conduce a pensar, sin embargo, que absolutamente todo lo que sentimos que nos ocurre, en realidad, ocurre en nuestro interior, es una interpretación y traducción que nuestro cuerpo realiza con la finalidad de la supervivencia y mientras tanto vivimos sin entender en la cotidianeidad, que nuestro cuerpo es una sola verdad, el alma forma parte de esta unicidad. Lo que llamamos alma o espíritu no es una entidad diferente a esta forma física que goza y sufre y que llamamos cuerpo.

De cierto que algún día estará claro para mí, totalmente claro, que este cuerpo producto de lo que fue alguna vez un incipiente amasijo de células con una dirección ya marcada producto de una fecundación, ha sido mi albergue, mi claustro, mi receptáculo de placer y gozo y también de sufrimiento. Seguiré girando alrededor de mi cuerpo y al final será mi tumba misma. Desapareciendo mi cuerpo, desaparezco yo, así de categórica es la existencia del cuerpo, yo soy mi cuerpo, mi cuerpo determina absolutamente todo lo que es, ha sido y será mi vida, mi existencia, glorificada o no.

Créditos de la imagen: Pixabay, elukac

1 comment

  • Zamira Bringas escribió

    Pues no Guajo. Porque te moriste y vives en nuestra memoria, que también está hecha de mar.Y cuando nuestros cuerpos tampoco existan, nos encontraremos en las olas, para bailar.

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