LXIII Edición: Temporada de lluvias

El cardón, el viejo cementerio y un viaje al Pacífico

“Yo ya me voy a morir a los desiertos, me voy del ejido, esa estrella marinera, sólo en pensar que ando lejos de mi tierra, nomás que me acuerdo me dan ganas de llorar…”. Escucho aquél canto mientras camino junto a D y los demás hacia el viejo cementerio, entre un paisaje rocoso y una variedad de verdes y morados; a lo lejos y entre unas nopaleras se asoma una pequeña cúpula, más al fondo, las montañas, con rosas, naranjas y un azul metálico -si camináramos para aquél rumbo, la noche nos embriagaría con sus violines, guitarras y jaranas- recuerdo que A me lo había comentado la segunda vez que iba de visita a aquél pueblo que resguarda sus memorias entre adobe agrietado y minas inundadas.

Llegamos y la cúpula tomó forma, coronaba lo que fuera la barda que limitaba aquél viejo cementerio, la pechina aún conservaba el color original, un azul deslavado; unos pasos más adentro nos encontramos con la primer tumba, una estructura de piedra y tabique con un nicho, otra de seis nichos, tres en la hilera inferior y tres en la superior; de pronto, unos muros de adobe y repellado, D nos dice que aquello es la estructura de lo que fuera la capilla del cementerio, al fondo, una hendidura en la roca –por las tardes me siento allí a fumar- comenta D; caminamos un poco más por el lugar, al salir, una liebre corre a lo lejos (de nuevo esta palabra), en el desierto el horizonte se ensancha y la mirada logra una profundidad nada citadina, ya que aquí, en el asfalto, el ojo acaba por acostumbrarse a una densa superficialidad; aquella noche D me dijo -¿sabes que M, que nació aquí, no sabía del cementerio? Le comenté mi reflexión en torno a la mirada, el desierto y el asfalto; me contestó –eso es posible porque al fin y al cabo nosotros acabamos folclorizando el lugar, y eso que yo ya llevo viviendo aquí tres años- para unos el desierto es fuga, para otros, la pesada cotidianidad. El lunes amaneció lloviendo, yo debía de regresar a México y conseguí que el otro D me diera un aventón a la central de camiones, durante el camino me comentó que había decidido irse a vivir a una playa en el Pacífico. -Curioso, del desierto al océano, no saldrás del origen- le comenté, llegamos a la Central, yo tomé mi camión y él siguió a su destino. Me quedo pensando en el cardón, en las ruinas del viejo cementerio, es curioso, porque ya ni osamentas encuentra uno allí, sólo aquellos vestigios de las estructuras que las contuvieron alguna vez ¿una suerte de augurio? Una afirmación de aquella morada en la que muchos de nosotros terminaremos por habitar, a los lejos, como eco “Yo ya me voy a morir a los desiertos, me voy del ejido, esa estrella marinera, sólo en pensar que ando lejos de mi tierra, nomás que me acuerdo me dan ganas de llorar…”

Fotografía del autor.

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