Cotidiano
XLV Edición28 de febrero de 2022¡Chau, Marcela, hasta mañana! Con esas palabras despido a la última de mis alumnas, tomo el bolso que dejé en un rincón y vuelo hasta el Jardín de Niños que queda a dos cuadras a recoger a mis propios hijos.
Ella tiene cinco años y me charla todo el camino. Que hizo un dibujo con crayones, que Tomás le pegó a Lea y que jugó con Luli al huevo podrido. Su hermano tiene dos y le cuesta caminar las seis cuadras hasta la parada, está cansado. De a ratos lo llevo de la mano. Medio caminando y medio a upa. Hoy el bolso pesa, porque llevo cuadernos para corregir.
Los veinte minutos que tarda el colectivo son para ellos una oportunidad de jugar. Corren por la vereda. -Denme la mano, cerca de mamá-. Ella le da un papelito azul, que tiene en el bolsillo del jardinerito. Él lo chupa, cuando me doy cuenta tiene la lengua azul. Se cansa y se sienta en la vereda sucia -¡A upa!-. Al mismo tiempo dice que tiene hambre.
¡En la curva aparece el transporte! Tengo el delantal blanco[1] puesto, le hago señas. Llevo el bolso al hombro, con esa mano sujeto a la más grande, para ayudarla a subir los escalones, con el otro brazo sostengo a upa al más pequeño. El chofer no para. ¡Siento una frustración! ¡Quiero llegar a casa, calentar el arroz con pollo, darles de comer, acostarlos a dormir la siesta, lavar los platos, corregir los cuadernos…
¡Vuelta a empezar! A esperar. Juegan a una rayuela imaginaria, el señor de atrás nos mira con impaciencia. -Vengan acá de la mano, quietitos-. Él se tira al suelo para tocar y mirar bien de cerquita un filtro de cigarrillo -¡A upa!-. Por fin llega el transporte, suben, cuando protesto por el chofer anterior, me contesta -¿Y yo que tengo que ver?- Nos sentamos los tres en un asiento doble, los distraigo para que no se duerman. Bajar es una operación difícil, nunca sé qué es mejor. Que baje primero la más grande, saltando al vacío o bajar primero yo para atajarla con el brazo que tengo libre, ya que con el otro sostengo a mi hijo. Bajamos como podemos, avisando -momentito, que bajo con los nenes-.
Ésta es una escena que se repite día a día y muy seguido los choferes se hacen los ciegos selectivos: al auto rojo que tienen delante lo ven, a mí con el delantal, con el bolso, con mi hija de la mano y mi hijo a upa, no. Existe una aridez en la ciudad, que no ayuda a la crianza. Una zona urbana que no cobija, sino más bien expulsa, te arrincona al borde del desastre.
Este viernes estoy especialmente cansada e impaciente. Me levanté con dolor de cabeza e hice todo lo humanamente posible para no descargarme ni con mis alumnos, ni con mis hijos. Pero estaba claro que en algún momento iba a estallar.
Todo transcurrió como de costumbre, incluida la ceguera selectiva del chofer. Sentí que la furia me crecía desde los pies, una ola de insultos incontenibles. Aupé a mi bebote, agarré fuerte de la mano a la nena y los llevé volando las cuatro cuadras hasta la estación, donde estaba el inspector de la línea. Llegué agitada, fuera de mí. Traté de controlarme para no asustar a mis hijos.
-¡Los choferes de tu línea son muy malos tipos!- el inspector me mira y trata de meter un bocadillo- ¡muy malos tipos! ¡se ve que no Tuvieron madre, que nacieron de un huevo!
-Señora…
-¡Nos ven, nos ven claramente en la parada, ven claramente mis señas y siguen de largo!
-Venga a esta parada, que estoy yo, y va a ver cómo le paran.
-¡Otro! ¡otro que nació de generación espontánea! ¿Por qué tengo que venir hasta acá? ¿por qué tengo que caminar cuatro cuadras más? ¡Allá tienen parada! ¡Estos chicos tienen hambre! ¡Yo estoy cansada! ¡Salimos de casa a las 7:30 de la mañana!
Los chicos lloran, o están acostumbrados a mi estado de furia.
-Si se acerca a la terminal puede usar el libro de quejas…
-¿Te llevó un automóvil por delante? Soy maestra y madre de dos. ¡No tengo tiempo para perder escribiendo una queja en un libro que no lee nadie!
Justo llega el próximo transporte colectivo de pasajeros.
-Tiene razón señora, yo me voy a encargar. ¡Pedro, la señora hoy viaja gratis y sentada! A partir de ese día, no me dejaron en la parada nunca más.
Créditos de la imagen: Pixabay, radonracer, https://pixabay.com/photos/bus-busstop-street-stop-2523410/
[1] En Argentina las maestras llevan un delantal blanco sobre la ropa de calle.
Licenciada en Educación Especial de Argentina. Trabaja con niños y jóvenes con discapacidad intelectual. Desde el año 2003 se dedica a escribir y ha publicado cuentos infantiles en varias antologías, papers referidos a la inclusión de jóvenes con discapacidad intelectual a la escuela secundaria y ha obtenido menciones en certámenes de poesía.
¡Excelente relato que retrata las angustias de una maestra- madre con tanta carga de trabajo encima!
Buen relato, esto es cierto, los choferes de los transportes no tienen madre, y les vale madre, por eso hay tantos accidentes, saludos..