LXIII Edición: Temporada de lluvias

Los Justin Bíberes del río y las oraciones que son muy largas

Cada tanto, cuando el aburrimiento es vasto –cuando suceden, por ejemplo, pandemias imprevistas– cuando el tiempo se expande y hace que me adentre en los complejísimos e intrincados laberintos de mi pensamiento, me pongo a pensar en las posibilidades de las cosas. Como estoy metido en los derroteros en los que estoy metido, es inevitable que los escenarios en los que me pongo a pensar casi siempre estén íntimamente relacionados con el lenguaje.

El otro día, hablando con una amiga, tuve la oportunidad de explicarle, más o menos a trompicones, y sin demasiados tecnicismos (es decir, como son las mejores explicaciones), por qué el lenguaje humano me parecía una de las cosas más extraordinarias del mundo. Sin ir más lejos, esto es lo que me gustaría intentar hacer en este breve espacio que me ceden. 

Simplificando mucho, el lenguaje tiene dos propiedades fundamentales: la arbitrariedad del signo y la recursividad. El primero nos sirve para entender por qué la palabra pez no se parece a un pez, ni nada como un pez, ni come como un pez, pero aun así significa pez. La premisa bajo la cual lo anterior funciona es la siguiente: los hablantes desde que nacemos aprendemos a relacionar los sonidos con las entidades de la realidad. Es así como vamos aprendiendo las palabras de una lengua. Por eso no es extraño que cuando nos quieren enseñar lo que significa una palabra, nos señalen, con un índice certero y preciso, la entidad a la que se está refiriendo.

Más aún, este principio es esencial para entender cómo nos comunicamos: mediante asociaciones sonoras, los miembros de una comunidad lingüística convienen un significado para cada una de las cosas del mundo (peces, tazas, ideas, libros). Si nos ponemos técnicos, podríamos decir, entonces, que la asociación del signo lingüístico es arbitraria, pero que esa asociación es aceptada por la comunidad lingüística en cuestión. Es decir: lejos de una representación individual del pez, todos convenimos que el sonido que produce la combinación de la pe (“p”), la e (“e”) y la zeta (“z”) es la de un “pez” tal que más o menos este:

Con esto, no será difícil, entonces, pensar en el siguiente juego. Imaginemos que de un día para otro yo decidiera que, a los peces, en lugar de peces, les empezara a decir Justin Bíberes. Esto produciría el siguiente cambio: Beben los peces en el río por Beben los Justin Bíberes en el río. Ante esta situación, difícil será que cuando, llenos de júbilo y felicidad, nos pusiéramos a cantar el afamado villancico navideño, las personas a nuestro alrededor no pensaran que hemos perdido un tornillo.

Ahora bien, acerquémonos al segundo principio: la gramática es un sistema combinatorio discreto que funciona recursivamente. No espero asustar a nadie: lo único que quiere decir todo este menjurje conceptual es que, mediante una serie de elementos finitos (palabras, sonidos, reglas), la gramática humana es capaz de crear infinitas oraciones. Intentemos descifrar esta frase que parece encriptada matemáticamente.

Imaginemos que tenemos en nuestro poder la oración más larga escrita en español compuesta de unas 10,000 palabras antes de alcanzar el punto final.

No cabe duda de que esta seguramente empezaría algo así:

Los peces pescadores pescan peces y cangrejos y …”.

Habiéndola pensado, estaría bien que el lector respirara un poco y se tomara un descanso. No suele ser habitual encontrar oraciones tan largas sin que haya una pausa (una coma o un punto) de por medio.

Ahora bien, una vez descansados todos, parecerá inevitable pensar que, bajo las consideraciones anteriores, el autor de este artículo alcanzaría la inmortalidad haciendo el siguiente truco de magia.

Un autor anónimo escribió que Los peces pescadores pescan peces y cangrejos y …”.

Pero como la fama es efímera, nada vale y todos somos polvos de estrellas, el anterior truco se vería superado por alguien que escribiera:

Dalmau escribió que un autor anónimo escribió que “Los peces pescadores pescan peces y cangrejos y …”.

Y ese mismo truco se vería, al mismo tiempo, superado por el espíritu ingenioso de alguien que escribiera:

 Es cierto que Dalmau escribió que un autor anónimo escribió que “Los peces pescadores pescan peces y cangrejos y …”.

Y así al infinito.

Es muy fácil pensar que esta propiedad del lenguaje se parece al ajedrez. En este juego milenario, las piezas –los elementos finitos, digamos– permiten partidas potencialmente infinitas. Cada movimiento diferente genera una partida distinta. Lo mismo con el lenguaje: cada palabra, cada sonido agregado a una oración, hace que la oración ya sea distinta.

Con todo lo expuesto podemos suponer que, al entrar en una biblioteca, seguramente será bastante difícil –si no es que imposible– encontrar, además de ajedreces, ajedrecistas y Justin Bíberes que beban peces en el río, dos oraciones que sean exactamente iguales. Intuyo que para nuestro “pequeño héroe idealista buscador de imposibles”, será, también, difícil encontrar la oración más larga escrita en español. 

1 comment

  • Ricardo Rivera Hernández escribió

    La asociación de palabras me recuerda al pintor surrealista René Magritte, su obra “Esto no es una pipa”, te cuestiona ¿Entonces que es lo que vemos?

    El villancico “los peces en el rio” interpretado por mil artistas (la mas recordada por las Pandora) siempre esta en discusión por la letra. La navidad pasada un tío nos visito, y mientras escuchamos el villancico expresó “Nunca entiendo la letra ¿Cómo beben los peces en el rio, si están dentro del rio?” yo me los imagino cantando, y saliendo del agua, mientras brindan con copas o tarro…
    También es interesante como cambia el significado de las palabras, sobre todo en países de habla hispana. Si en México decimos que comemos conchas con cajeta en Argentina, allá lo entenderán como algo obsceno; la concha es un pan muy popular, se llama así porque se asemeja al caparazón de una tortuga, o a una almeja; lo que llamamos cajeta, en Argentina lo conocen como “dulce de leche”, para ellos la cajeta es relacionada con la vagina; allá a los adolescentes se les llama “pendejos”, nunca uses esta palabra en México, porque es una manera agresiva de decir “estúpido”. En los 80’s, muchas bandas de España fueron censuradas en la radio; Hombres G, Toreros Muertos, Orquesta Mondragón, La Trinca… ya que en sus letras contienen palabras que para nuestro país eran soeces; culo, tetas, puta, mamón… Nevera, heladera y refrigerador son lo mismo ¿Cómo puede ser que teniendo el mismo idioma a veces no nos entendamos? nuestro idioma tiene bastante para analizarse…

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