LXIII Edición: Temporada de lluvias

El verdugo

Facundo Garcés, que así se llama el verdugo, tiene fama de ser el que atesora más oficio de los tres que en este momento desarrollan su trabajo por toda la península.

Vecino de Madrid, antes de trabajar para el Ministerio de Gracia y Justicia lo hacía en el matadero municipal y a buen seguro que muchos de los conocimientos que aprendió en sus años mozos le ayudaron a realizar su actual ocupación con la pulcritud de la que hace gala y teniendo siempre como objetivo provocar el menor dolor a sus víctimas.

Facundo gusta de viajar siempre con sus herramientas y, a pesar de que la prisión provincial a la que se dirige cuenta con su propio garrote, también esta vez lo hará. Es fácil de entender. Por qué arriesgarse a que falle el mecanismo y produzca al reo una lesión laríngea, que termine matándolo por estrangulamiento, con el consiguiente sufrimiento añadido.

Mejor no tentar a la suerte. Principalmente por los reos, pero también por su propio prestigio.

Como Facundo no tiene inconveniente de explicar, el mecanismo del dispositivo, aunque ha ido evolucionando con los años, es realmente simple, pero hay que saber utilizarlo teniendo muy en cuenta, además, el cuello del reo. 

Tan simple como un collar de hierro atravesado por un largo tornillo acabado en una bola que, al hacerlo girar, rompe el cuello del reo al producir la luxación de la apófisis odontoides del axis tras salirse del agujero del atlas.

Inmediatamente, la lesión cervical aplasta el bulbo raquídeo o rompe la médula espinal y produce la muerte instantánea.

Eso es lo que tiene que ocurrir y con esa idea en la cabeza y con la esperanza de verla cumplida Facundo Garcés se subió ayer al tren en la estación de Delicias acompañado, como es preceptivo, por una pareja de la guardia civil.

Y mientras el tren se alejaba de la capital del reino las ediciones de algunos diarios liberales, en un último intento por salvar la vida de los condenados, hacían un llamamiento en sus portadas para que el presidente del Consejo de Ministros planteara al Rey la conmutación de las penas capitales. 

No hubo indulto de última hora. Facundo Garcés, quien a buen seguro habría agradecido recoger los trastos y volverse a Madrid por la misma vía que había llegado, tendría que trabajar y demostrar la fama que le precedía.

El recién llegado es hombre que duerme a pierna suelta. No tiene problemas de conciencia. Él no juzga, él no condena. Él sólo es la mano que mueve la manivela. Pero para dormir necesita hacerlo con el estómago lleno y por eso lo primero que hace al llegar a la fonda en la que pasará esa noche y la del día siguiente es dar buena cuenta de la cena que la dueña le sirve.

Ahora ya puede dormir y eso es lo que hará. Ha de descansar pues al día siguiente tiene que estar fresco como una rosa pues le espera una dura jornada.

Jornada en la que, antes del amanecer, Facundo Garcés comienza los preparativos para montar en el patio de la prisión el pequeño cadalso en el que dispondrá el garrote donde se sentarán Antonio, Benita, Conrado, Demetrio y Evaristo.

Los reos conocieron hace dos días la fecha de la ejecución. Desde entonces se encuentran en capilla, en celdas individuales, restando los minutos que les separan de la otra vida.

Como cabía esperar, a lo largo de estas horas el único que no ha parado de llorar y pregonar su inocencia ha sido Antonio, el enfermo de tuberculosis que no tuvo reparo alguno en segar la vida de una criatura inocente para preservar la suya y que cuando le ofrecieron que pidiera algo ya no tenía fuerzas para pedir nada.

Lo que Benita y Conrado solicitaron, si es que lo hicieron, no trascendió.

Y qué decir de los mellizos, Demetrio y Evaristo. Como si permanecieran ausentes a los que se les venía encima, pidieron un par de huevos fritos con tocino y chorizo.

Facundo Garcés recuerda haber escuchado a su padre referirse a la manera en la que, no muchos años antes, eran conducidos los reos al patíbulo. Al son de cajas destempladas, ese era el modo.

Las ejecuciones se anunciaban con tambores o cajas a los que se les había aflojado el parche y, al no estar tirante el tambor, desafinaban o destemplaban.

Facundo Garcés imagina que se trataba de un castigo añadido, una especie de deshonor. Escuchar el redoble de los tambores, pero sonando estos como si los tocara un principiante.

Antonio, Benita, Conrado, Demetrio y Evaristo no escucharán ningún redoble de tambor destemplado. En realidad, sólo escucharán al director de la prisión leer la orden por la que todos, de uno en uno, abandonarán este mundo.

A las siete de la mañana, de este siete de marzo, Benita será la primera en hacerlo. Media hora después será Conrado, su amante, el que la acompañe en el mismo viaje.

Desde el día de su nacimiento, los mellizos Demetrio y Evaristo nunca se habían separado. Esta mañana lo harán por primera y última vez y si ello les supondrá algún problema Facundo Garcés no sabría decirlo.

Si no fuera porque él no juzga ni condena y porque esta noche cenará bien Facundo Garcés habría corrido el riesgo de no descansar como en él es habitual y ello porque Antonio mostrará en el garrote la misma aptitud que había venido manteniendo desde el instante mismo en que fue detenido.

A pesar de la argolla de hierro y la pericia demostrada de Facundo, el enorme cuello del reo y sus continuos esfuerzos por moverse prolongarán su agonía casi un minuto. Una mancha en el expediente de Facundo Garcés que, en justicia, nadie debería tener en cuenta.

Son poco más de las nueve de la mañana y las sentencias han sido cumplidas. Facundo dispone de todo el día para hacer lo que le venga en gana. Tiene la fonda pagada y su tren no parte para Madrid hasta dentro de veinticuatro horas.

En el exterior de la prisión los guardias civiles y los soldados del regimiento de infantería que, en previsión de incidentes, han permanecido vigilando el perímetro de la prisión comienzan a retirarse.

No han necesitado actuar. Nadie se ha congregado en las puertas de la cárcel. Los reos acaban de ser ajusticiados, pero en el imaginario colectivo llevaban muertos desde el día en que fueron condenados.

Hoy no es día de fiesta en Villanueva, pero Facundo Garcés sabe que los vecinos de la aldea tienen mucho que celebrar, aunque sólo sea por dar por concluida esa crónica negra que hoy se ha cobrado la vida de cinco asesinos, los mismos que hace algo más de ocho meses terminaron con la vida del hijo mayor de una humilde familia trabajadora que contaba tan sólo nueve años.

Créditos de la imagen: Pxfuel, https://www.pxfuel.com/en/free-photo-xnwsd

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.