LXIII Edición: Temporada de lluvias

Algo que me salga del alma

Vivimos un momento crítico, al menos eso han pensado todas la generaciones de mi familia, la de mi bisabuela vivió nada más y nada menos que la guerra de los cristeros en México, la época post revolucionaria, la transformación de México, la II Guerra Mundial, la llegada de los refugiados europeos entre ellos su padre, Franco en España y las bombas atómicas –qué atrocidad-. Mi abuela por ejemplo vivió la masacre de 1968 en Ciudad de México, la época de Díaz Ordaz como presidente, olimpiadas, la internacionalización de Echeverría y la guerra de Vietnam. Mi madre vivió un terremoto, la transición política del PRI al PAN, los años 70s, la caída de Noriega y la invasión de Panamá, la muerte de Salvador Allende y la dictadura de Pinochet. En fin muchas otras cosas sucedieron en sus épocas de juventud.
En la nuestra, pandemias, la extinción de un sin fin de especies, terremotos, la guerra en Colombia, la transición a un gobierno que ganó con un voto popular mayoritario en México, un presidente negro en los Estados Unidos, la legalización de la marihuana en Uruguay, Mujica, Chávez, Uribe, Merkel, Bachelet, la guerra de Siria, Yemen, Irak y Afganistán, también el BREXIT, migraciones masivas de seres humanos pasando por Croacia, Turquía, Centroamérica, México, Tanzania y Uganda. Todo esto para decir que nada de lo que pasa nos sensibiliza como especie, ni la música, ni el caos, ni la extinción y tampoco el arte. ¿ Qué podríamos hacer para sentir empatía con seres vivos que día a día mueren por nuestro exceso de consumo? Me pregunto si alguien siente tristeza y dolor profundo al ver bajar camiones llenos de árboles recién talados por las carreteras de la sierra oaxaqueña, o al saber que cada año vienen visitantes norteamericanos para la caza indiscriminada en ranchos en el norte del país o al oler y ver los incendios forestales que se perciben en la Sierra Madre Occidental. 
Pareciera que nada ha cambiado, sólo nos hemos transformado como seres vivos, y sí, también soy culpable de que hoy en día muchos seres humanos vivan infelices, que no tengan un techo donde dormir, que se acuesten pensando que alguien invadirá, atacará o atracará su casa, que no saben si podrán ver el amanecer a un lado del mar, respirando la brisa del Océano Pacífico en invierno, junto a su hija recién nacida y a punto de desayunar papaya acompañada con pan tostado y aguacate. Soy culpable porque respiro el mismo aire que las víctimas de las guerras, la deforestación y el cambio climático y no hago más que lamentarme por vivir y hablar con la gente que permanece ajena a esto. Soy culpable que sus ojos, oídos y nariz parecieran no percibir el sufrimiento que es consecuencia de nada más que nuestro comportamiento de excesos como especie adicta al placer. También lo soy porque consumo, porque escribo desde mi celular hecho con materiales extraídos del Congo, donde la gente libra batallas por la desigualdad, la pobreza y el hambre. Ojalá alguien, y a la vez todos, pensemos que vale más un buen té con un amigo, un abrazo, un paseo por el bosque, nadar en el mar limpio, poder ver las estrellas en la noche, el derecho a vivir, que una peda en cualquier antro. También me decepciono al ver el poco impacto que tienen las acciones individuales, porque vivimos pensando que el mundo gira a nuestro alrededor, que nada es más importante que llegar nosotros primero al trabajo, puntuales, que tener una buena calificación, que hacer lo nuestro bien, lo demás es problema de otros.
La tierra nos pertenece a todos, como especie hemos decido comercializarla, así hay personas con grandes extensiones, donde crean macrogranjas porcinas o bovinas, talando selvas y reservas, despojando a cualquier ser vivo que se les atraviesa. Mientras que hay personas sin un pedazo, que deciden vivir en hacinamiento en las zonas conurbadas de las ciudades, pasando grandes trayectos de su vida pensando… sólo pensando en el camión o en el metro. Pero sí, ¡aquí y ahora estamos! Peleando los unos contra los otros, perdiendo la capacidad de supervivencia, sin saber cómo sembrar un jitomate, sin dejar de comer carne un solo día de la semana, sin preguntarnos ¿de dónde viene lo que comemos? ¿Cómo se produce la ropa que usamos? ¿A dónde va nuestra basura? ¿Por qué usamos tanta agua en el escusado cuando cagamos y orinamos?  

Mientras escribo exploto, siento que soy, que puedo cambiar algo y sentirme menos culpable, de sacar esto que tengo aquí en el estomago y no me deja dormir en paz. Me tranquiliza pensar que aún nos queda la música, algunas aves, el amor de algunas personas y el pozole, con maíz transgénico pero finalmente pozole. ¡Ah y casi lo olvido! El mezcal, aún nos queda eso, porque el pudor y el respeto de este sistema nos lo ha arrebatado. Lo importante es y siempre será competir. Hemos perdido la razón de estar aquí, o quizá aún hay gente que no se lo cuestiona. Llegar a este momento, a esta generación le tomó mucho tiempo, evolución de especies, renovación, destrucción y aquí estamos, sin aún saber hasta cuánto viviremos, si lograremos conquistar Marte o si preferimos la Tierra, porque es demasiado bonita. La vida y el tiempo parecen ser parámetros insuficientes para poder establecer nuestra felicidad, para saber desde nuestro espíritu que esto que está pasando sólo pasará una vez, lo demás serán recuerdos o dejavus.

Soy Aries, tengo 32 años y sueño en grande. Cada día que me levanto anhelo vivir rodeada de animales y naturaleza, no de carros y aviones. También estar en un bosque y oler el aroma de éste, en vez de vivir en un departamento con piso de madera y muebles de roble o encino, donde mi mayor miedo sea ser atacada por un oso y no ser violada por regresar en un uber a mi casa por la noche. Sueño con la paz en Palestina y todos esos países en guerra, donde la religión no sea un tema político y muchos menos una razón de poder o de control de masas. Donde los seres humanos dejemos de vivir por inercia y seamos más racionales y empáticos. No sueño con ir a la Luna o a Marte, si no de seguir aquí en la tierra y cuidarla, de cantar, bailar y recorrerla. Un mundo donde tengamos el tiempo de escuchar, observar y aprender, en el que la enseñanza no sea un adoctrinamiento de una sociedad monogámica, religiosa y moral. Donde el dinero no represente nada y los dioses no sean humanos, si no energía, el Sol, el agua, el fuego y la tierra. La vida me parece corta pero suficiente, quiero vivirla con lo que más amo y como a mí me plazca, decirle al mundo que el amor no es ese concepto que se nos ha enseñado, si no algo que cura y sana, energía y paz.

Créditos de la imagen: Colección de la autora.

3 comments

  • Lyam Aceves escribió

    Y justo con cambiar pequeños hábitos de consumo (o grandes hábitos), o nuestras pequeñas acciones, ya hacemos algo. No dejemos que se nublen con apatía.
    Nosotros generamos cambio. Con solo escribir, con solo leer un alma que siente lo mismo.
    Porque yo también quiero ver la naturaleza y admirarme con su belleza.

  • Naty escribió

    Muy conmovedor

  • Elizabeth A. escribió

    Tal vez en nuestro camino a la evolución y al perfeccionamiento olvidamos, que necesitamos a nuestro prójimo, olvidamos que solo tenemos este mundo para vivir y hemos perdido a la par del sentido común (si es que alguna vez lo tuvimos) perdimos de vista que en medida de que nuestro mundo se vuelva frágil avanzamos un poco más hacia nuestra propia destrucción. Me gustaría que tu trabajo nos pudiera abrir los ojos y se publicara en otros medios para que llegara a más personas Tusita.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.