LXIII Edición: Temporada de lluvias

Las señoras del pan

La vida de mis papás cabe en un cuarto de mi casa

Durante esta cuarentena he reflexionado sobre las comunidades que habitan este planeta. Al pensar sobre la manera en que medimos nuestra vida, me encuentro con que lo primero que debemos comprarnos es un reloj. Medimos el tiempo para saber a qué hora debemos levantarnos para trabajar, comer, ducharnos y demás. En algunas de las comunidades que he visitado en Asia, África o hasta en México este sentido de medición se resume a los astros. Es decir, el sol nos indicará cuando uno debe levantarse y comenzar a trabajar los cultivos o el ganado, la hora en la que se hace el té o el café y cuándo debemos acostarnos. La manera en la que vivimos en las ciudades ahora ya me parece un poco enferma; nunca fuimos libres y no lo seremos mientras vivamos así. 

Después comencé a sentirme incómoda con los grandes periodos de tiempo que pasaba desplazándome de un lado a otro en la Ciudad de México, durante la cuarentena los recordé y hasta cierto punto me atormentaron. Recordé que, antes de comenzar a usar la bicicleta, hice todo lo posible para dejar de sentir que durante el tiempo que pasaba transportándome, podría estar tomando un té en el bosque, tocando la flauta, aprendiendo guitarra, sembrando plantas, haciendo algo que no fuera trabajar para generar recursos y estar envuelta en ese círculo interminable de sobrevivencia.

Finalmente lo decidí, en 2012 decidí comprarme una bicicleta, recorrer diariamente 30 kilómetros ida y vuelta para ir a trabajar, continuar con mis clases de idiomas en las noches y sentirme segura al transportarme. El sentimiento de no cambiar nada y no ser feliz persistía, a pesar de todos mis esfuerzos. Pasaba grandes periodos de tiempo en las noches leyendo y durmiendo poco, no me daba sueño, los libros de Mishima y Kawabata atacaban mi insomnio (también agradezco a mi amigo el escritor oculto Alejandro por invitarme a descubrir las noches de pizza y vino entre semana en las que hablábamos sobre todo y nada). 

Eventualmente, en unos de mis trayectos a las 23:00 horas, recorriendo Av. División del Norte, logré descubrir que había pasado menos tiempo del que hubiera querido con mis padres. Pero lo más importante fue que recordé los días en que mi padre me llevaba en esos largos viajes en carretera por todo el país. En unos de esos días de viaje mi madre decidió apostarlo todo e irnos en una aventura extrema a Miguel Alemán, Tamaulipas, en auto, para después continuar hasta Miami, Florida en los Estados Unidos. Paramos en muchos pueblos, comimos en lugares remotos, desde los tragaderos de la carretera de Nuevo León, México hasta Denny’s en pueblos desconocidos en Estados Unidos. Lo increíble de la situación es que fui descubriendo poco a poco que mis padres lo habían perdido todo. Después de la crisis económica de los noventa vendieron sus cosas y así nos fuimos quedando sin nada. 

Mi madre no parecía agobiada, los viajes con ellos hasta la fecha continúan, ahora tienen un trabajo estable. Mi madre conserva tres gatos, un perro, una cámara fotográfica y un telescopio. Mi papá sólo tiene ropa y fotos. Todo lo demás lo guardo yo; entre las cosas que permanecen hay una silla antigua, fotografías, documentos y muchos libros. 

Mi abuela decidió hacer lo mismo, vender todo, vivir en un pueblo en Querétaro, rentar una casa y vivir de su pensión. Cuando le pregunté a mi madre, que ahora vive en la playa, qué pasaría si pierde la pensión, por qué ya no quiere comprar o generar, me respondió: Me cansé de ahorrar y de pensar en el futuro, ahora sólo vivo, cuando morimos no podemos llevar nada, la vida es demasiado corta y hay muchas cosas que aprender, aún me queda el mundo por conocer. 

Ella, como varias otras personas, entienden que generar y vivir de la rutina del tiempo del reloj es dañino para el sistema emocional de los seres humanos. Una noche, en un viaje largo rumbo a Chiapas, mi madre me dijo: ¡En qué momento! -me gritó- ¡en qué momento dejaste de ver el cielo, de ver las estrellas, de sentir los abrazos, de disfrutar el desayuno, de acariciar a tus mascotas, de amar lo que haces! Le respondí: ¡en el momento en que comencé a sobrevivir y no a vivir! 

Días después decidí andar el mundo; conseguí un trabajo que me permitía viajar y conocer comunidades, hablar con las señoras del campo y de la montaña. Me cuestioné una y otra vez, ¿por qué quieren vivir hacinados todos en la ciudad? ¿Por qué dejaron o, más bien, nunca comenzaron a leer, a disfrutar un té, a valorar una cobija de lana en una noche fría, a respetar a las abuelas, a babear por una buena sopa de fideo seca? ¿Por qué en su tiempo libre prefieren formarse en una larga fila de Starbucks o tomar alcohol los viernes hasta perder la conciencia escuchando dale más gasolina? La verdad es que no logro entender, por qué dejamos de visitar los pueblos, de amar la naturaleza y sólo comenzamos a sobrevivir en un hoyo contaminado esperando a ser “ricos” o a que alguien reconozca nuestro trabajo o esfuerzo. 

En las comunidades entendí que la Ciudad de México no es el problema, es el mundo, es el sistema en el que vivimos sin cuestionarnos nada sólo siguiendo una rutina. Al visitar países en los que no hay McDonald’s o Starbucks me llamó la atención un reflejo: la importancia que le doy a vivir en una ciudad. Me tomó un tiempo aprender a respirar y darme cuenta de que la vida de mis papás cabe en la habitación de mi casa y que repetiría cada uno de los viajes que hemos hecho juntos, sobre todo aquel que hicimos juntos a Yucatán, parando en Campeche en una comunidad maya, y en el que probé el mejor tamal de elote. También repetiría acampar en las montañas entre la frontera de Afganistán y Tayikistán, comiendo pan caliente y té cada mañana, calentar mis píes fríos después de la caminata en la nieve en un calentador de madera. Aprender a disfrutar y sentir la música, el sabor del cacao, el vino, cualquier cosa que nos haga sentir placer en el interior. Ahora tengo una elección y decido no volver a lo que la gente llama “la normalidad”, no lo haré más. Creo que lo peor que nos puede pasar es quedarnos como estamos. No podemos volver a la normalidad porque la ansiedad de volver a eso es la muestra de que todo lo que hacíamos estaba mal.

2 comments

  • Navsaroop Kaur Khalsa escribió

    Hola Tusita, me gusta tu manera de decidir seguir siendo tu misma, que te sigas descubriendo lis viajes ayudan a no arraigarte de lo material, al final de la vida humana este cuerpo lo dejas y lo acumulado también, a menos que quieras aprender la técnica de cuerpo arcoíris y te lo lleves, y a donde estarás después de esto, esa es una pregunta que me hago, en fin todo lo material viene y va, disfruta cada momento al máximo en donde estés, no hay que vivir del pasado, este nos ayudó a estar aquí y te das cuenta cuánto tienes un reloj que ya pasaron los minutos las horas los meses y los años, cada quien le toca vivir como quiere, a veces pensamos que. Estamos nosotros buen y los demás no, pero a cada quien le toca vivir como quiere, te voy a contar algo, también en este confinamiento he aprendido a ser más yo misma y volver a enamorarme más de mi de Dios como energía creadora. No cómo las religiones lo tienen para tener al rebaño quieto, aprendí a ser más rebelde porque tenemos un potencial de hacer luz, y este resguardo atacó con sus mismas armas a ese grupo oculto sigo creciendo en luz y amor que al final es lo que somos , comparto tus viajes siempre bendiciéndote. Nunca pares no te rindas y recuerda que cada quien es individual y actúa así porque le toco vivir en este momento en esa circunstancia y pues hasta que les caiga el veinte se darán cuenta que están en un cuerpo siento almas manejándolo, se siempre feliz cada instante dar gracias por tener ese instante de estar viviendo durmiere en este presente, y que nuestras acciones con buenas o malas intenciones regresan, eres un ser muy especial.
    Te amo mucho bendita seas hermanita

  • Eduardo escribió

    Me da placer leer tu mensaje y no sentirme identificado en el contexto que mencionas cuando se vive en la ciudad. Pero comprendo muy bien tu punto y es definitivo que las cosas vistas de manera general deben ser diferentes, yo también creo y lucho por ello.

    Creo que lo que puede llevar a alguien a estar adentrado en ese contexto es perder la naturaleza de sus pasiones, la desconexión con su cuerpo y ser.

    Me encantó la importancia que le otorgas al aspecto del Cambio. Mantenernos innovadores, evitar normalizar las cosas, cuestionarse si hay otra manera, nos mantiene genuinos, sobre todo sí se aplica a todos los aspectos de la vida y hacer a un lado el “deber ser”. Eso me recuerda una frase de una canción que me encanta: “Who oppose us to leave or delete fake beliefs?”

    Creo que la gente no es mala en esencia y se vuelve muy difícil juzgar sin comprender el trasfondo, cada vida, cada universo. Por supuesto que indigna y da rabia cuando esas cosas lastiman nuestros aspectos más puros, pero yo estoy a favor de un sueño utópico donde ese cambio ocurra sin que desaparezca la mitad del mundo :p sino bajo un despertar de conciencia colectivo.

    Ser parte de esa visión, esa creo debe ser una de nuestras misiones aquí, cada quién desde su frente. Quizá no nos toque verlo en esta vida, pero qué sentido tendría existir sin compartir las cosas por las que es valioso vivir.

    Tu cierre es genial. Dejas en descubierto el daño de “la normalidad”.

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