LXIII Edición: Temporada de lluvias

Un encuentro inesperado

Había llegado muy temprano y ahora caminaba, distraída, por el hall del Gran Hotel Ciudad de México. Pensaba en cómo se sentiría al encontrarse, frente a frente, con la persona a quien iba a entrevistar, ya que solo habían hablado por teléfono. En el momento mismo en que escuchó su sensual voz de barítono y su encantador acento italiano no dudó ni un instante que debía conocerlo personalmente.

Residía en México desde hacía unos meses. Había dejado su país, en Sudamérica, cerca de un año antes para trasladarse, con una beca, a Italia. Luego de finalizada la misma quiso viajar y conocer algo más de Europa, y así lo hizo, terminando su periplo en España; su abuelo era gallego y casi la totalidad de su familia vivía allí.

Luego de pasar un par de meses en Galicia, disfrutando de la grata compañía de su numerosa parentela, un colega y amigo catalán la invitó a conocer Barcelona, ciudad de la cual se enamoró, pero donde, luego de un tiempo, se sintió muy sola. Por ese entonces, compatriotas suyos que en ese momento residían en México le ofrecieron trabajar con ellos; aceptó de buen grado porque tenía muchas ganas de conocer ese enorme y hermoso país y sumergirse en el valioso patrimonio cultural de sus gentes.

El encuentro debía ser a las 21 horas, pero la joven sabía que el trayecto desde San Ángel al centro le podía llevar una hora o más, siempre y cuando no se encontrara con un ¨atasco¨ por el camino. Además, era consciente de que conseguir aparcamiento en esa zona no sería nada fácil, por lo que decidió salir con mucha anticipación. Afortunadamente, ese día el tránsito era bastante fluido, lo que le permitió llegar temprano al hotel.

Cuando entró fue directamente a la recepción, se presentó y preguntó si alguien había dejado un mensaje para ella; le contestaron que sí y le entregaron una tarjeta de un diputado italiano; decía que la esperaba a las 21:00 horas en el bar del lobby para compartir una copa y luego, si estaba de acuerdo, la invitaría a cenar en un restaurante de su elección. Miró su reloj y al ver que faltaba bastante para la cita decidió ir a curiosear por las boutiques del hotel.

De pronto lo vio; caminaba lentamente, cabizbajo, como si soportara todo el peso del mundo sobre sus encorvados hombros. Se lo veía bastante mayor, pero, como suele suceder con los hombres, el paso de los años, en lugar de menguar su atractivo, lo había favorecido; ciertamente era un caballero guapo y muy interesante, con una enrome dosis de sensualidad.  Detrás de él, a muy corta distancia lo seguía quien, con toda seguridad, pensó la joven, debía ser su guardaespaldas.

Cuando pasó junto a él sus miradas se cruzaron; ella, asombrada, ya que nunca habría imaginado encontrarlo allí, de inmediato pensó… «tengo que saludarlo y decirle cuánto lo admiro», pero cuando los penetrantes ojos negros de él se posaron sobre los suyos se sintió desnuda, y una sensación extraña recorrió su cuerpo… ¿quizás era por vergüenza?… no lo sabía, estaba confundida porque, por una parte, se sentía feliz de que ese hombre maravilloso, a quien ella había admirado desde que era una adolescente y de quien, dado su exacerbado lado romántico, se había enamorado una y otra vez, se hubiera fijado en ella, pero a la vez, su dignidad y orgullo de mujer joven, que se sabía hermosa y se apreciaba a sí misma, no le permitían aceptar que la mirara de esa manera, como un macho en celo mira a una hembra.

Súbitamente, la rabia y el desconcierto la invadieron y fueron más fuertes que sus deseos de hablar con él y llegar a conocerlo mejor; su mente se nubló y sintió que sólo era un hombre mostrando, en su mirada, y sin un ápice de pudor o vergüenza, un deseo carnal por ella. Fueron apenas unos segundos, pero bastaron para que pensara, furiosa…  «¡¿quién se cree que es este tipo?!… ¡¿con qué derecho me mira de esa manera?!», y siguió adelante, con la cabeza en alto. Él, por su parte se detuvo un instante, seguro de que ella iba a esperar y darle la oportunidad de, al menos, decirle algo, pero al ver que no lo hacía continuó su camino, sorprendido y, con toda seguridad, desilusionado también. 

Luego de andar unos pasos, la curiosidad de ella pudo más que su rabia y, girando la cabeza miró hacia atrás, en el preciso momento en el que él se daba vuelta; sus miradas volvieron a encontrarse. En los ojos de él se notaba una mezcla de incredulidad y curiosidad; seguramente se preguntaría por qué esta hermosa joven, totalmente desconocida, no aceptaba un galanteo de un hombre como él, acostumbrado a que las mujeres cayeran rendidas a sus pies. Por su parte, los ojos de ella volvieron a mostrar rabia y malestar, seguramente por la insistencia del hombre, quien parecía no poder tolerar que esa muchacha lo ignorara.

Cada uno siguió su camino. Nunca más se volvieron a ver, pero la joven, al revivir el momento con la pasión y fantasía que la caracterizaban, sintió mucho pesar por no haber aprovechado ese momento para conocerlo mejor… se imaginaba sentada a su lado, platicando mientras disfrutaban de un café en el bar, o de una copa de vino y una deliciosa cena romántica en un restaurante… ¡sin dudas hubiera preferido haber vivido esa experiencia en lugar de la cita con el diputado italiano de la voz sensual! pero… ¿qué sentido tenía pensar en ello?… eso ya no iba a suceder, su amor propio y su orgullo herido habían sido más fuertes que su romanticismo y sus deseos de relacionarse con él, y se lo habían impedido.          

Su vida continuó, pero ella jamás pudo olvidar aquel inesperado y extraño encuentro. No estaba arrepentida de su comportamiento de aquella noche; sentía que su reacción, en esa situación tan particular como única, había sido acorde con su manera de ser, así como con la inexperiencia de sus jóvenes años.

A partir de ese momento, cada vez que pensaba en él o lo observaba en la pantalla grande, se le ocurrían diferentes escenarios: se veía a sí misma a su lado, como amiga, o pareja, acompañándolo a los sets de filmación, incluso hasta llegó a pensar que podría haber sido su esposa. Todas estas eran sólo elucubraciones de su mente fantasiosa, pero una cosa era segura, ella nunca jamás olvidaría aquel increíble encuentro con el maravilloso y galardonado actor mexicano Manuel Antonio Rodolfo Quinn Oaxaca, más conocido como Anthony Quinn.

Créditos de la imagen: Octavio Alonso Maya, https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Gran_Vitral_Tiffany_del_Hotel_Ciudad_de_Mexico_-_panoramio.jpg

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