LXIII Edición: Temporada de lluvias

Dualidad

Fabián estaba deseando llegar a su casa después de haber estado fuera por… ya no podía recordar cuánto tiempo había pasado. Quiso apurar el paso, pero se sentía, física y mentalmente, agotado. La soledad y el peso de los años lo abrumaban.

Cuando finalmente llegó se quitó los zapatos en la entrada, como le habían aconsejado hacer y se encaminó lentamente al dormitorio. Luego de despojarse de toda la ropa la colocó, con sumo cuidado, en el lavarropas. Entró al baño, tomó una ducha y se sintió reconfortado.

Estuvo largo rato escudriñando el placar para, finalmente, elegir algunas prendas bastante peculiares con las cuales se atavió. Satisfecho con su nueva apariencia se dirigió a la cocina.

Fabiana, Fabi para la familia y amigos, estaba frente al fogón, luciendo un lindo delantal floreado; su rostro denotaba felicidad mientras preparaba la cena, al tiempo que canturreaba una vieja melodía.

Cuando llegó al comedor, Fabián quedó muy complacido al ver la mesa preparada minutos antes; sobre el espléndido mantel, bordado por Fabi cuando era apenas una adolescente, realzaban la vajilla de porcelana inglesa, los cubiertos de plata, dos finas copas de cristal y hermosos candelabros antiguos. Todo ello heredado de sus padres, fallecidos hacía muchos años.

Minutos después entró Fabi con un bol humeante de caldo; esbozando una sonrisa dijo alegremente ─dejé la carne en el horno para que no se enfríe; como guarnición preparé una ensalada de hortalizas, y de postre, la tarta de manzanas que hacía mamá y que tanto te gusta.-

Fabián se sentó a la mesa y comenzó a degustar la sopa. ─Está exquisita ─comentó. Una vez que hubo terminado, Fabi se levantó, fue a la cocina y regresó con el entremés y la carne; luego de servir los platos llenó las copas con un vino tinto que guardaba, desde hacía años, en el sótano. 

Una vez concluida la comida, Fabiana retiró el servicio. Sirvió dos tazas de café acompañadas por sendas porciones de pastel de manzana, colocó todo en una bandeja de plata y se dirigió a la sala, encendió el televisor y se repantigó en el sofá. Después de ver una película dio las buenas noches y se retiró a la habitación.       

A la mañana siguiente Fabián despertó al ritmo de la música de su celular, feliz de haber podido dormir nuevamente en su cama. Se levantó y fue al baño donde demoró un buen rato. Mientras se vestía notó que alguien estaba entrando al jardín de la casa. Terminó de arreglarse y se dirigió a la puerta; al abrirla se encontró con Daniel, su médico y amigo personal desde hacía muchos años. El doctor posó su mirada en él y dulcemente le dijo ─querido Fabián, tú sabes que te aprecio mucho, por eso quiero ser honesto contigo: sinceramente, no creo que debas salir a la calle vestido de esa manera.- El interpelado bajó los ojos y sonrió con tristeza; giró sobre sus pasos y su figura quedó reflejada en el enorme espejo que había en el recibidor. Una mueca de sorpresa se dibujó en su rostro; observó, extrañado, a la chica que veía frente a él, ataviada con prendas pasadas de moda: una falda tableada corta color cobalto, blusa blanca con cuello de encaje, chaquetita roja, zapatos de tacón grueso y una peluca larga, de cabellos rubios, recogidos en la espalda con un gran moño de seda carmesí moteada. 

Fue un instante sobrecogedor. Cerró los ojos y los recuerdos, cual una enorme ola que lo arrastraba hacia un pasado lejano, inundaron su memoria. Evocando el terrible accidente, vio a su adorada hermana gemela de tan sólo quince años de edad tirada a sus pies, bañada en sangre, vestida con prendas casi idénticas a las que él lucía en ese momento. Al recordar en detalle los sucesos de aquél fatídico día, un sentimiento de culpa lo invadió, además de enfrentarlo con la cruel realidad: la terrible soledad en la que había vivido durante todos esos años. No pudo soportar tanta angustia, sintió un dolor punzante en el pecho, intentó gritar, pero de su garganta sólo escapó un gemido. Segundos después su cuerpo se arqueó y se desplomó como fulminado por un rayo.  

Dos días más tarde, en solitario, Fabián fue cremado y llevado a su última morada. Daniel, su doctor y amigo personal fue la única persona, además del sepulturero, a quien se le permitió estar presente en el cementerio. La urna con sus cenizas se depositó junto a la tumba de su amada hermana Fabi quien, hacía muchos años, había sido inhumada allí, en el panteón familiar, donde sus padres también estaban enterrados. 

Créditos de la imagen: Pixabay, https://pixabay.com/photos/wolf-two-animals-wild-predator-2984865/

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