LXIII Edición: Temporada de lluvias

Bocado de camarón

Nicolás Fernández Garbin*
(Buenos Aires, Argentina)
2do lugar
III Concurso de La idea lista:
“Comensales Pandémicos”

En el muelle al final del mundo, donde muerden los anzuelos el palote y desgarran la ilusión del último pescador, lo esperaban. Hacía tiempo que no tenían novedades de la lluvia y sólo dos de los antiguos locales que poblaban el lugar, habían logrado perdurar activos a lo largo de las últimas semanas, aunque sin historias ya para contar. Los esplendores eran lejanos. El aire cambiaba a cada rato. Por momentos el viento prometía devolver una normalidad con la que algunos soñaban de vez en cuando –si es que puede llamarse así a recordar durmiendo- esa normalidad anhelada era un invento. Coincidieron en el muelle. Se habían citado al atardecer, antes del momento en que el ojo y la mirada se desentienden el uno del otro y el panorama pareciera tornarse opaco; el cerebro no entiende. O es uno quien no entiende con el cerebro en ese momento. Eran cinco y habían acordado encontrarse pensando en repetir -por alguna razón que los excedía, los cinco habían pensado lo mismo sin habérselo propuesto- el almuerzo que los había unido bajo aquella tormenta en la que todo cambió. Al principio la alegría y el brío. Ese mismo entusiasmo por el que casi todos se habían inclinado no podía más que delatarlos en su miedo. Y todos saben que el miedo tapado ahoga. No por nada el quinto llegó al final, al concluir las presentaciones de rigor, los saludos efusivos, las promesas imposibles de cumplir, los cumplidos innecesarios y las miradas centelleantes por la desconfianza. Ancló el presentimiento de que nada traería la calma ansiada.

Vieron llegar a Estanislao, pero los nervios son difíciles de manejar cuando superan en cantidad. La naturalidad con la que se desplazaba hacia ellos, les inoculaba el temor hasta el desborde. Saludó al párroco sin aguardar cortesías. Pensaba que devolver un saludo era un acto innoble en el que se rechaza lo que es ofrendado como acto de caballerosidad y simpatía, reflejo de un sentimiento vil y mezquino que los hombres disfrazan de buena voluntad. No le costó evaluar el panorama para ponerse al mando de sus interlocutores y ofrecerles se salvaran antes de que siguiera empeorando la situación. Los nombró uno por uno. Los invitó a reflexionar sobre cómo estaban viviendo, temerosos, aislados. Sabía que los mantenía en vilo encontrar día a día qué comer y dónde dormir a resguardo de eso que los asediaba sin dejarse ver más que en la crudeza de sus efectos. No quedaba más que guarecerse en ese páramo yermo en el que el mar sólo traía malas noticias. Poco viviente ­subsistía.

Hay lugar fértil en tierras próximas –dijo, y las pupilas de Ismael se cristalizaron mirando su mediomundo raído de tanto traer el limo que servía de trampa para algún bicho a la vez que de alimento, cuando no venía del torrente seco.

-Te fuiste y con vos se fueron las lluvias.

-¿Qué estás insinuando? –mientras su sonrisa breve, indulgente, ensombreció la tarde. –¿Te parece?

Entre coletazo y coletazo apareció un camarón entre las tablas desvencijadas del muelle. Estanislao lo manoteó al vuelo sin mediar preámbulo y el asombro del resto al verlo tragar inflamó las venas inflamadas, pero antes contenidas, de la frente del párroco. No precisó mayor impulso que su indignación para alegar con su arrebato.

-Brillante demostración, pero por qué no les contás a todos el motivo de tu huida. Hace más de un año te fuiste regando de promesas este suelo, tan maldito como el espíritu ruin que vuelve hoy a querer sacar provecho de esta pobre gente desgraciada. Ennegreciste los cielos y la tierra. Robaste la lluvia y ahora viniste a llevarte lo poco de vida que nos queda. 

El resto se miraba intermitentemente, e intercambiaban gestos de aprobación frente a las palabras del párroco que tomaba confianza en sí mismo a medida que hablaba, mientras la seguridad de sus palabras disimulaba el temblor de sus manos. Arañó al aire inquisidor.

-Para ponerte al corriente, ya no queda hueco libre en la iglesia para dar debido reposo a los cuerpos enfermos; las tiendas montadas en la campiña son ahora tristes cementerios; las calles sólo transportan cuerpos rígidos. Lo único que ha mantenido en pie a estos hombres es la potencia de la palabra divina gracias a mi prédica, al racionamiento de los pocos pozos de agua que no enferma y la fortuna esporádica de encontrar algo comestible. Y vos venís como si nada a buscar exculpación con la fuerza impura de un alma corrupta.

Asentían contrariados. Era evidente que en lo que respecta a la esgrima gramatical, a miedo revuelto, ganancia de predicadores. Estanislao se rascó la cintura y todos se mantuvieron alerta. El párroco envalentonado, se dirigió al resto:

-Amigos, este señor, quien vuelve a llevárselos por caminos de sufrimiento, a envolverlos, a confundirlos, ha logrado captar su atención y su miedo. No teman, es su primer ataque de muchos, si es que aún seguimos en pie en esta tierra. Quien entrega su alma a las fuerzas del mal, intenta recubrirla con guirnaldas de inocencia que han de ser quemadas por el fuego eterno en sus suelos de hiel. Ya hemos probado mil cultivos, los animales que quedaban son sólo recuerdos de banquetes anodinos; agradecemos los frutos de este mar que… – Estanislao dio un paso al frente y todos volvieron a retroceder, salvo Ismael que lo miró a los ojos y balbuceó:

-¿Queda algo allá?

Hecho una furia, el párroco se abalanzó sobre Ismael separándolo de la mano que acaba de apoyar el diablo sobre su hombro. Reprendió la debilidad, santiguó al aire en varias direcciones y de su mirada escaparon pequeñas dosis de furia que reconfiguraron su rostro. A poco comenzó a maldecir el poder de seducción con el que intentaba apoderarse de esta pobre gente sobreviviente el mal al que había sido condenada la humanidad.

– Mírenlo bien. Él las tiene. Él se las llevó, se las ocultó, a ustedes, su propia ventaja a costa de nuestra vida y de la de miles que no han podido resistir. Él.. –junto a los ademanes que acompañaban el frenesí victorioso del momento, saltaron de su bolsillo unos trozos de carne seca y un camarón que coleteó entre sus piernas viéndose reflejadas las miradas partidas de los otros. La sorpresa se adueñó de ellos. El aire perdió toda su densidad, y el sentimiento de resguardo quedó atravesado súbitamente por la decepción. Estanislao sonrió y dando la espalda como lo hacen las bestias en señal de paz, agregó: el cuerpo humano es setenta por ciento agua. Rodearon al párroco. Los truenos se diluyeron en la horizontal que dibujaba el mar a lo lejos.

*Graduado en Psicología en la Universidad de Buenos Aires, comienzo mi recorrido literario en 2011 con el blog “dechisporroteos.blogspot.com”, a partir del cual se publicó el ensayo poético ‘Canciones frescas’, en co-autoría con Pablo Guzmán. En 2019 colaboré en la organización del II Congreso Internacional W. Gombrowicz, Bs. As. Actualmente dirijo el ciclo Pumba, de Recitales de Poesía y Microrrelato Buenos Aires hermanada a los ciclos de Poesia e Microrrelato Compostela, Vigo y Pontevedra.

Créditos de la pintura: Still Life with Mussels and Shrimp (1886). Vincent Van Gogh.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.