LXIII Edición: Temporada de lluvias

Cemento caído

No voy a mencionar esa palabra, en tanto pueda evitarla voy a sentir que mi felicidad es completa. Aparecerá entre los comerciales, las pasarelas o la calle y, sobre todo, en una conversación humana que carece de intelectualidad y rebalsa de estereotipos. No me van a obligar a decirla y no es por capricho. Es, simplemente, que no le encuentro sentido. Aunque lo ignore, aunque lo aborrezca y lo borre de todos los rincones siempre se filtra, como el azúcar en el té. Yo le digo a mamá que lo quiero amargo, pero se le cae un poco, lo vuelca inconsciente y me dice:

—Todos necesitamos un poco de dulzura de vez en cuando.
— ¡No! Yo no la necesito, no entiendo ese fanatismo estúpido, llévense su diabetes hacia otro lado. Déjenme sola y sin caries por un rato, llena de… de ácido. Sí, me gusta el ácido.
— ¿Por qué no te movés un poco? Estar sentada tanto tiempo te va a hacer…
— ¡Pero estoy desayunando! ¿Querés que desayune parada?

Conversaciones que nunca suelen terminar bien.

Me siento lista para llevar a cabo mi plan, primero lo primero, erradicarlo de la casa, una vez que estas cuatro paredes se encuentren protegidas puedo estar tranquila. Ya quité los cerámicos del cemento, martillo, furia y excremento. Llamé a Firulay, mi perro, para que defecara en él.

¡Para vos cemento estúpido, dejá de pegarte a la delicadeza del cerámico! Aunque sean baldosas sucias y viejas tu objetivo siempre es pegarte a ellas. ¡Sos un asco! ¡Horrible! ¡Deforme! ¡Aprendé a ocultarte tras lo bonito y no lo estropees! Tenés que saber contenerte, ¡dentro! Ya te reparé… por arriba, ¡por afuera! Exceso de apariencias para que todos vengan y digan:

¡Ay! Pero que linda.

Ahora que lo analizo, le dicen «linda» a la única baldosa que acabo de poner, pero vos, que sos real, la base del suelo, ni te hablan. ¿Sabrán que existís? Perdonáme por herirte. Recién te estaba insultando y ahora te quiero, seguramente me entiendan, ¿no chicas? Un extraño amor y desamor que puja y nos lleva a una plena contradicción. Es que a veces pareces duro y otras veces tierno, ¡no te comprendo!

Por eso quiero advertir a todos, no se puede vivir con normalidad. Los pegan como si fueran a combinar, ¡el cemento y el cerámico! Atención individual, todos alborotados por ver cómo está. Son interesantes los múltiples rituales…

La gente se agacha, necesita un plano total, acercan los ojos como si se tratara de un hormiguero y empiezan a analizar:

            —A ver… ¡a ver cómo está tu cemento!

Se requiere uno duro y sin imperfecciones, es común que empiecen a medirlo, encontrarle vida y devorarlo con las pupilas a menudo. Babosearse en algunos y burlarse en otros. Pero siempre llevan a cabo la labor de hacerte sentir observado.

Acá te dejo unos consejos para darte cuenta si tu cemento está caído. En realidad no son muchos, es fácil percibirlo. La dificultad se haya ahí, ¡en admitirlo!

  1. Si lo golpeas y se parte solo está flojo, en cambio, si aparece una raya imperfecta debajo, ¡se cayó!
  2. Si encontrás necesario cubrir el cemento con prendas pequeñas y sumamente apretadas no lo levantas ni con una pala. Por favor no intentar con ningún objeto punzante, lo digo porque presencié varios casos.

Es habitual encarcelarlo en vestuarios, desesperación por comprar la mejor ropa para adornarlo. Señoras y… ¿por qué no señores? Incluyo a todo aquel que se sienta identificado. Bajo esta problemática las telas no solucionan nada, claro, porque varios enloquecen en comprar seda y arrojarla sobre el suelo, ¡no! No cambia, el cemento sigue estando igual pero con un kilo más de ropa.

La seda no lo sube, ni lo acomoda, ni lo forma. Lo mejor que podés hacer es tranquilizarte y amarlo tal cual es, no le pongas peros, ni condiciones, es tuyo pese a lo vomitivo, tenés que quererlo, ¡con intensidad! No por autoestima u orgullo, sino porque no podés deshacerte de él jamás.

Son múltiples los inconvenientes de convivir con un cemento irregular, se trata de que exista, no le vamos a negar su entidad, pero sí vamos a taparlo depende su medida. Lo más desagradable y frustrante es la crítica:

—Mirá la que está ahí, cree que tiene el mismo cemento de cuando tenía veinte años.

Acá va una parte importante: la edad de nuestro cemento. Hay que avergonzarse y deprimirse si es viejo, porque nadie piensa en todo lo que construyó y logró, cuántas personas asistió y socorrió. Sino, simplemente, cómo se ve. ¿Qué importa si edificó un hogar para indigentes? O si inauguraron con su ayuda varios hospitales. Lo único predominante en esta vida superficial, es la apariencia.

No tiene sentido que dé clases de autoayuda: «Si te sentís bien con tu cemento no importa el resto». Entiendo cómo subir el ánimo y no bajar la autoestima, pero como también soy realista acá les enseño unos «tips de encubrimiento»:

Si vas a salir y no tenés la menor idea de cómo lucir tu cemento, primero que nada tendrías que someterlo bajo el molde que todos elijan: un cerámico perfecto. ¿La miseria que está dentro? Que se tape, cubra, ¡y reprima! Así es cómo el cemento se esconde bajo una gran mentira.

¿Qué pasa cuando te quitas el cerámico? Una de las dos: depresión o infarto. Por eso les recomiendo que no se dejen llevar por las expectativas que instalan:

—Las casas deben tener unos suelos bellísimos y perfectos, no importa si son gélidas por dentro o si se cae el techo, mientras la parte inferior esté buena lo demás vale miseria.
—Pisos hermosos e increíbles, pueden lograrse fácil y requieren de una fotografía buena.

Lo de la foto es subjetivo, después, cuando la gente ve la propiedad en persona, se asusta, sale corriendo y no la compra. ¿Por qué? Porque imprimimos una imagen mentirosa, ¡sin transparencia! 

A lo largo, queramos o no, carece de sentido. ¿Qué valor tiene exhibir apariencias y no verdades? Si vas a repartir engaños por lo menos que no sean tan descifrables.

Mientras voy transmitiendo recursos de: «cómo lidiar con la arquitectura no deseada», siento que puedo ir respirando, envolviéndome en este difícil trabajo. Aunque no lo crean intento quitar el cerámico, es complicado ya que también me dedico a venderlos.

Abarca con gran efectividad cada lado, lugar remoto o desolado, cada milímetro de cada espacio. Agarro el martillo y empiezo, ¡tengo pavor a romper el cemento!

— ¡Desaparecé! —exclamo. Mi jefe me está detestando…
—Karina, ¿por qué miras con tanta furia al cerámico? Tenés que venderlos, no admirarlos.

No sé a quién aborrezco más, si al cemento o al cerámico; ayudan a odiarme cada día un poquito más, en eso… ¡son geniales! Uno con la ficción, y el otro con la realidad.

— ¿A dónde vas?      
—Hoy no tengo ganas de vender.

El pesado de mi jefe pretende que estafe a cuanta mujer se me presente. Si los perros podrían comprar cerámicos me tocaría decirles el inventario de precios, e inducirlos a comprar los más caros.

Ni llegando a casa me libro del suelo, prosigo, los vecinos ya están quejándose del ruido.

Continué rompiendo el cerámico, es difícil desarraigarte de sus encantos, dejarte de engañar a vos misma y aceptar que esa no es la verdad, ¡que es una gran mentira! Deshacerte de él es como desperdiciar dinero, y arrojar al viento el día en el que fue seleccionado.

—Ya revisaste todos los cerámicos, ¡elegí ya Karina! Encima te hacemos descuento porque trabaja acá…

—Todos son horribles, ¿no hacen cerámicos para mujeres reales? Víctor… no me mientas sabemos que me cobran el precio tal como está.

—Tranquila, date la vuelta, ahí están los tamaños especiales…

Es trágico, siento como lo estoy rozando, el martillo y la tijera recorriendo el suelo y mi cuerpo al mismo tiempo, tengo miedo de fallar, y que al erradicar la apariencia termine eliminando mi realidad.

¿Cómo saber si la hipocresía termina por dañarte? Ansias de llegar a algo que nunca vas a ser… No puedo parar, ¡tengo que terminar!

—Moríte cerámico.

De pronto sentí un alivio indescriptible, el aire volviendo a mis pulmones, ¡la coherencia apropiándose de las idealizaciones! Frente al espejo un cemento imperfecto, pero mío al fin. Pude quitarme los estereotipos, entender quién era, reconocerlo y… la verdad era ésa, no tendría que haberme comprado un jean tan apretado.

Voy a evitar esa palabra, ¡esa frase! Parece que es pecado, pero… ¿saben? Entendí que algunos pecados son quebrantables. Lo grito:

—Me amo.

Lo acepto y pueden expresarlo conmigo:

—Mi cola es imperfecta, ¿qué tiene de malo?

Después de revelarnos, cada uno con sus diversos reconocimientos y experiencias, bajó la venta de cerámicos.

No tengo ni que aclararlo, ¡me echaron! 

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