Una niña mexicana
XI Edición (Temática: Nacionalismos y banderas)15 de septiembre de 2020Lo impresionante de mi nacionalismo es que no lo percibía hasta hace poco que comencé a convivir con personas de diferentes países y me di cuenta de la manera en la que casi todos mis compañeros de clase y yo fuimos educados en la primaria. En la escuela me enseñaron que todos los días debíamos formarnos en línea, por estaturas, por género y hacer distancia por tiempos. Esto básicamente para mantener la distancia con el compañero delantero según la longitud de tu brazo, haciendo tres movimientos, diciendo ¡uno, manteniendo el brazo arriba! ¡dos, el brazo en el hombro de la niña de adelante, si te cae mal lo puedes hacer un poco durito! ¡tres, pones tu brazo junto a tu pierna!
Sin darnos cuenta en el colegio nos enseñaron que los lunes debíamos hacerle saludos a la bandera de México, cantando el himno nacional (de memoria) y por último ver el desfile de la “escolta”, básicamente una mini representación de un ritual militar. La escolta era un grupo conformado de cinco niños o niñas que tenían el mejor promedio del grupo. El niño o niña que cargaba la bandera de México pertenecía al último grado de estudios de la educación primaria y debía tener el mejor desempeño estudiantil, para esto se evaluaba el promedio que tenía en todas las materias cursadas y la disciplina.
Todos los días, mientras estaba la formación en línea, sonaba el himno nacional. También debíamos doblar nuestro brazo derecho contra el pecho, colocando nuestra mano de manera horizontal casi junto al corazón. Mientras que los lunes -no recuerdo si antes o después del protocolo de la escolta- se resumen a que un grupo de cinco niños y niñas cargan la bandera de México, le dan una vuelta al patio marchando y los otros niños hacen juramento a la bandera. Le jurábamos lealtad a la bandera de México, poniendo nuestro brazo derecho recto a la altura de nuestros hombros y apuntando a la bandera diciendo de memoria: “Bandera de México, legado de nuestros héroes, símbolo de la unidad de nuestros padres y de nuestros hermanos, te prometemos ser siempre fieles a los principios de libertad y de justicia que hacen de nuestra Patria la nación independiente, humana y generosa a la que entregamos nuestra existencia.”
Todos estos rituales y símbolos, sin darme cuenta, fueron creando un nacionalismo intrínseco en mí. El saludo a la bandera, que una amiga italiana clasifica de fascista, así como todos los rituales simbólicos de veneración a nuestra nacionalidad, ésa fue mi educación primaria de adoctrinamiento. Cierto sentimentalismo que se produce cuando una mezcla de sabores, colores, comida, familia y encima esta doctrina que recibimos en la escuela sobre lo que es ser un mexicano o mexicana. Así que cuando alguien desata algún tipo de comentario en contra de los mexicanos no se sorprendan si exista una sobre reacción en algunos sobre lo que es nuestra identidad nacional. Cuando pienso en el éxito que tuvieron las canciones de Molotov: gime the power y frijolero, me parece que al menos en mi generación son también el resultado de nuestra educación nacional. Creo profundamente que no importa tanto de dónde eres, si no dónde te sientes cómoda. No es por ser mexicana o tener toda esa crianza pero me siento muy bien de haber nacido y crecido en un lugar tan maravilloso y diverso como lo es este pedazo de tierra.
Me gusta la naturaleza más que la ciudad, disfruto la montaña tanto como el buen maté en el frío. Los animales son mis mejores amigos, montar en bicicleta mi pasatiempo favorito. Escribir, viajar, cocinar, leer y compartir lo considero parte indispensable de mi vida. Cambiar la manera en la que vivimos, consumimos y producimos es mi sueño utópico. Aislarme mi refugio inevitable, tomar té de jengibre y tocar la flauta, me gusta tanto como estirarme por las mañanas cuando creo que soy un gato.
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